Capítulo 18: Lo que pasó

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• Jean •

—Pienso que Sasha y Connie también quedarán en los primeros lugares, puede que sean algo distraídos pero tienen mucho talento.

Solté un sonido a mitad de camino entre un gruñido y un asentimiento en respuesta a Marco, sin siquiera voltear a verlo, mientras metía unos botes de aceite al saco que cargaba.

No le estaba prestando mucha atención a mi amigo. Desde que llegamos a Dokanes comencé a estar algo distante, aunque de una manera muy diferente de la usual, cuando me molestaban por buscar a Rose; esta vez sólo quería dejar de pensar en ella.

—¿Estás bien? —preguntó Marco.

—Sí, sólo que... —suspiré cansadamente— es raro, saber que no llegará saludando como siempre.

—La extrañas, lo entiendo.

—Sí, como sea —dije avanzando al siguiente puesto.

—¡Oi, Marco! —llamó Armin, que venía hacia nosotros desde el otro lado de la calle— Bertholdt tiene un libro nuevo, ven a ver.

El pecoso volteó hacia mí, alzando las cejas como si me pidiera permiso, a lo que resoplé con fingida molestia.

—Anda, corre, niño —respondí apuntando con mi cabeza hacia donde estaba el rubio— No te preocupes por mí —Marco sonrió y apretó mi hombro rápidamente antes de ir a reunirse con los otros dos cadetes.

Honestamente, ahora mismo prefería estar solo; eso me daría la oportunidad de acostumbrarme a no ver a Rose por aquí, sin que Marco intentara ser buen amigo y me distrajera. Lo sobrellevaba bien en el entrenamiento y con mis compañeros, pero venir a Dokanes y hacer la actividad que había compartido con ella por tanto tiempo era algo más difícil.

Seguí caminando por el mercado y comprando en los puestos que me correspondían, cuando llegué a uno junto al que había dos soldados bebiendo, sentados en los escalones de un edificio. No estaba intentando escuchar lo que decían, pero el volumen al que hablaban hacía imposible no oír parte de su conversación.

—Es una pena lo de Johanna, ojalá que haya mejorado.

—Si esa niña pierde también a su madre...

—Iroh no pensó en eso cuando se unió a esa misión suicida.

Subí la mirada y solté la fruta que acababa de tomar, quedándome congelado al procesar sus palabras.

Yo conocía esos nombres. Había escuchado la historia del capitán que decidió irse a la misión suicida de reconquista de la Muralla María. Y casi podía asegurar que la niña de la que hablaban era Rose. Mi Rose.

—¿Qué fue lo que dijeron? —exclamé  acercándome a los soldados, a lo que voltearon a verme con confusión— ¿Hablan de Johanna, la madre de Rose?

—Sí, ¿la conoces, niño?

—No deberías estar escuchando conversaciones ajenas —señaló el otro hombre antes de que pudiera responder.

—Lo siento, es que no he sabido nada de ella en más de un mes. Me dijeron que se mudó.

—Bueno, esa es una manera muy formal de decirlo —dijo el primer soldado con una media sonrisa, y se recargó en la pared— Más bien tuvimos que llevarlas hasta Karanese a mitad de la noche porque su madre estaba enferma... ¡Ey! ¿¡A dónde vas!?

Mis pies avanzaron antes de que tuviera tiempo de pensar con claridad, había salido corriendo sin saber lo que haría al llegar a mi destino. Mi cabeza daba vueltas pero tenía la ruta clara.

Por favor, vuelve | Jean Kirschtein | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora