Capítulo 5: De visita

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• Rose •

El hospital estaba tranquilo ese día. Cruzando la habitación el doctor Shirogane, luego de haber pasado un rato hablando con uno de los enfermeros, se encontraba ahora atendiendo a un paciente con fiebre.

Mylo Shirogane era un hombre apuesto, demasiado mayor para mi gusto, aunque conocido en la ciudad por sus conquistas. Sin embargo, lo que yo podía decir de él es que era agradable y bueno en su trabajo.

Desde que llegué al hospital hace unos meses para comenzar a entrenarme como enfermera, él se portó muy amable y me había estado enseñado algunas cosas. A primera vista parecía alguien duro, pero de vez en cuando dejaba de actuar como un doctor serio y en su lugar comenzaba a molestarme como si fuera un hermano mayor fastidioso.

Hoy me había dejado atender a un hombre que se llevó una quemadura en el brazo mientras cocinaba. A él no le agradó la idea de que una niña de trece años fuera quien lo tratara, pero Karina, la enfermera que me supervisaba, insistió en que yo podía con eso. Encontré en un cajón el ungüento que necesitaba, regresé para aplicárselo y cubrí el área con un paño limpio.

—Lo hiciste bien. Pronto sólo me dedicaré a sentarme y observarte trabajar -dijo Karina frotando mi cabeza con su mano, mientras que el hombre de la quemadura se dirigía a la salida— Pero por ahora tengo que ir a entregar unas cosas a la escuela militar.

Caminó hacia el armario de suministros y comenzó a llenar las bolsas con gasas, medicinas, vendas y otras cosas. Tardé un momento, pero reflexioné sobre lo que significaba eso.

—Yo puedo llevar los suministros, si quieres —le dije sujetando una de las bolsas, mientras que ambas avanzabamos por la habitación.

—No era en serio lo de dejarme sin trabajo —respondió sonriendo.

—¡No! Yo no... Sólo quiero...

Acomodó las bolsas en la silla del caballo que usaban en el hospital, y me examinó con los ojos ligeramente entrecerrados antes de hablar

—¿A qué quieres ir allá?

—No lo sé —titubeé—, no hay ninguna razón en específico.

—Ajá, suena creíble —respondió sarcásticamente— Pues sea cual sea la razón, tú ganas. Entrega esto y no tardes mucho en volver.

Asentí con entusiasmo y agradecí en silencio que no hubiera insistido en saber por qué quería ir al centro de entrenamiento. No es que tuviera algo que intentara ocultar, pero cuando le dices a los adultos que lo que quieres es ver a un chico, parecen decididos a volver la situación incómoda de alguna u otra forma.

Subí al caballo y comencé a cabalgar hacia la escuela militar, el lugar en el que Jean pasaba todos sus días. Ahora podría verlo en su hábitat natural, junto a la gente a quien insistía en no llamar amigos.

Cuando llegué al centro de entrenamiento me indicaron que dejara los suministros en la enfermería. Realmente yo no llamaría así a ese pequeño cuarto lleno de polvo y con envases vacíos por todas partes. Pero no me preocupé más por eso porque, luego de dejar en su lugar las cosas que había traído, aún tenía algo que hacer.

Salí de la enfermería asegurándome de que nadie me prestara atención. Crucé el área de entrenamiento prácticamente vacía y me dirigí hacia las pequeñas cabañas en las que se veían algunos reclutas alrededor. Al principio no reconocí a ninguno de ellos, hasta que me topé con un par de ojos de color dorado mirándome.

—Tú eres Connie, ¿cierto? —le pregunté, recordando las veces que lo vi en el mercado.

—Así es —respondió sonriendo con suficiencia- Y tú eres la chica que habla con Jean.

Por favor, vuelve | Jean Kirschtein | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora