Capítulo 22: Frente a mí

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• Rose •

Ya estaba amaneciendo para cuando llegamos a Dokanes. En el último pueblo por el que pasamos, un soldado nos dijo que los reclutas de la 104 seguían en el centro de entrenamiento, pues apenas el día de hoy escogerían la división militar de la que serían parte.

Luego de que Arthur parara el carro en la plaza, le agradecí por llevarme y salí corriendo rumbo a mi casa. Ya había esperado bastante para llegar hasta aquí y no podía perder ni un segundo más antes de ver a Jean, así que fui por mi caballo en vez de seguir el camino hasta la escuela militar a pie.

Llegué a mi calle y toqué a la puerta de mi vecinos con brusquedad, recordando que eran ellos quienes estaban cuidando de Appa. Se escucharon pasos adentro de la casa y me asomé por la ventana para que la mujer me abriera.

—Señora Bowden, lamento molestarla pero necesito...

—¡Ah, Rose!, qué bueno verte. Me preguntaba cuándo volverían... —comenzó a decir tomándome de las mejillas.

—Sí, también me alegra verla—respondí con rapidez palmeando su mano— Pero no puedo hablar ahora, lo siento. Es una emergencia, necesito llevarme a Appa.

—¡Oh, por supuesto! —dijo haciendo una seña hacia el patio.

Fui atrás y desaté a mi caballo mientras le acariciaba el cuello. Éste relinchó estirándose y resopló en mi dirección.

—También te extrañé, amigo.

En cuanto llegué a la orilla de la ciudad pude sentir mi corazón acelerándose peligrosamente. El viento me golpeaba con fuerza, me despeinaba y me hacía fruncir el ceño ante el polvo y las hojas que volaban en mi dirección al cabalgar.

Mis manos habían comenzado a temblar sobre las riendas y el cosquilleo en mis brazos se hizo presente. Ese era mi último nivel de nerviosismo, el punto en que mi mente se desconectaba y mi cuerpo tomaba el control al saber que estaba tan cerca del momento en que todo se decidiría. Era como llevar la preocupación que había acumulado en los últimos días hasta la punta de mis dedos, para dejarla salir disparada cuando esto concluyera, de una forma u otra.

De una forma u otra.

Atravesé la puerta del centro de entrenamiento dispuesta a averiguar cuál sería el desenlace. Bajé del caballo tan rápido como pude al acercarme más y reconocer a Mikasa y Armin caminando frente a mí.

—¡Están bien! —declaré, feliz por su presencia.

—¡Rose! —exclamó el rubio sonriendo. Le devolví la sonrisa y estaba a punto de hablar cuando Mikasa se me adelantó.

—Jean está en el comedor —dijo con la voz suave de alguien que no quiere perturbar el sueño de otra persona.

¿Era real? Quizás quien soñaba era yo.

Regresé la vista a Armin, quien asintió de inmediato.

Era real.

Un inmenso alivio me invadió, haciendo que mi cuerpo dejara de funcionar como era debido, impaciente por la prueba de que él en verdad estuviera ahí.

Les agradecí torpemente con la mano y salí corriendo hacia el edificio. Me planté en la entrada, analizando con la mirada a todos los presentes en busca de Jean, hasta que logré distinguirlo unas mesas más atrás: su cabello castaño claro, su rostro afilado y su mirada fija en mí. Era diferente de la del resto de los cadetes, que parecían preguntarse por qué estaba ahí. No, él sabía exactamente a qué vine, pero sus ojos delataban que, como yo, no estaba seguro de si lo que veía era algo más que su imaginación.

Por favor, vuelve | Jean Kirschtein | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora