3. El olor de la humillación

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Tres horas más tarde, me invade una sensación de orgullo inmensa, porque he conseguido transformar este cuchitril en una auténtica cucada.
Todas mis figuritas adornan cada esquina y los cuadros coloridos le dan a las paredes viejas un aspecto más juvenil.
La colcha de color rosa le da un toque pop al ambiente y el filtro de la campana extractora ha quedado como nuevo.
Voy a ponerme con el armario cuando recibo una llamada de mi madre.
—¡Hola cariño! ¿Has terminado la mudanza? —su voz risueña me saca una sonrisa.
—Sí, incluso he acabado de limpiar.
—¿Tú? ¿Limpiando? —me chincha.
—¡Mamá! Que ya no tengo catorce años, aunque no te lo creas soy una mujer fuerte e independiente —le aporto una dosis de dramatismo que he heredado de ella.
—Tu habitación llena de peluches no piensa lo mismo —se burla.
Defiendo con uñas y dientes el concepto de adulto con alma de niño y que los peluches son una representación de dicho concepto. Seguimos hablando varios minutos mientras saco la ropa de la maleta. Nos despedimos y le prometo que pronto volveré a casa en vacaciones.
Bajo a la cuarta planta, a la zona de las lavadoras, con toda la ropa que tengo que lavar bien sujeta para que no se me caiga.
Unos carteles en las paredes indican dónde están los aseos y la lavandería. Cuando entro, hay varios estudiantes esperando en unos bancos sentados charlando y otros con el móvil.
No me prestan mucha atención y veo que hay cinco lavadoras con función de secadora, con unos estantes arriba lleno de productos para lavar.
Todas las lavadoras están en funcionamiento, así que me siento en uno de los bancos a esperar.
Me miro incómoda los pies mientras escucho como el resto sigue hablando cuando en mi punto de visión entra un cesto.
Levanto la cabeza y veo una chica guapísima pelirroja de metro setenta y ojos castaños sonriéndome.
—Buenas, creo que te vendrá bien esto. Están ahí —me señala una esquina con voz cantarina—. Hay cinco, básicamente quien lo coja tiene derecho a colada, pero no te preocupes, no hay una Avengers: Infinity war para ver quién lava.
—¿Te gusta Marvel? —sin querer se me ha escapado la emoción.
La chica me mira unos segundos sorprendida antes de responderme con la misma ilusión.
—¡ME ENCANTA MARVEL! ¿Y a ti?
—Robert Downey Jr es mi "padre" —bromeo.
—Y mi amor prohibido —me sonríe con picardía.
Sin darme apenas cuenta, ambas hablamos ilusionadas sobre el universo cinematográfico, comparamos películas y nos exaltamos con demasiada energía cuando coincidimos en escenas favoritas, ocasionando que la gente se gire a mirarnos y a veces, se rían en voz baja.
—Si no me equivoco... ¿eres Abril?
Ni tan siquiera me di cuenta que no nos habíamos presentado. Simplemente ha fluido todo con una naturalidad que me resulta refrescante.
—Sí, y tú por casualidad no serás... ¿la novia de Luis?
—Esa misma. Bea, encantada —me sonríe.
—Igualmente —le devuelvo la sonrisa.
Mientras esperamos a que termine alguna lavadora, ella me cuenta que sale con Luis desde hace tres años y es un año mayor que nosotras. Yo le explico mi odisea con la mudanza ya la casera del demonio.
También me explica un poco como va el tema de la colada y me aconseja que o madrugue o vaya de madrugada, ya que la gente suele estar lo suficiente borracha o cansada como para hacerla.
También me explica que los fines de semana se hace fiestas por los pasillos que son bastante espaciosos, parecidos a los de un hotel. Pili (como por lo visto se llama la conserje) se va a las once y la única condición que pone para no denunciar al decano es que la porquería de las fiestas esté recogida al día siguiente.
Su lavadora termina y me cede su puesto antes de intercambiar número de móvil.
Espera a que mi colada acabe y seguimos hablando, hasta que nos quedamos solas. Bea cierra la puerta y viene con gesto cómplice.
—Esto es una tontería, pero es divertido —se acerca a mí susurrando—. ¿Ves que las lavadoras son gigantes? Prueba a meterte dentro.
Arqueo una ceja sin entender nada y veo como Bea se mete en una lavadora.
—¡Vamos! Verás que guay la sensación de estar dentro.
No sé por qué, si es por su aire risueño o por su ilusión pegadiza como una niña pequeña, pero le hago caso y la imito.
Cuando estoy dentro de la lavadora suelto una carcajada y resuena por el aparato. Es una sensación super rara, pero relajante. Me recuerda a cuando te metes en el fondo de la piscina y cierras los ojos. Te sientes aislado.
—Vale, esto mola bastante, y me preocupa —mi voz suena en eco y escucho como Bea se ríe al otro lado también.
—Lo sé. Cuando lo probé también me preocupó que me gustase.
Salimos de las lavadoras corriendo al escuchar como intentan abrir la puerta. Nos tropezamos y acabamos tiradas en el suelo mientras entra un grupo de estudiantes que nos miran extrañados.
—¿Qué? —habla Bea—. El suelo es super cómodo para esperar a la colada, deberíais probarlo.
Sacamos mi ropa corriendo entre risas y huimos al pasillo.
—Oye, ahora que lo pienso. ¿Tú no deberías lavar en la planta 3?
—Bueno... Sí, pero las chicas de mi planta no me caen demasiado bien. Prefiero subir aquí —se encoge de hombros.
—Haría lo mismo.
Me alegra haberla conocido. Siempre viene bien conocer a tus vecinos y si encima son fans de Marvel y agradables, pues muchísimo mejor.
Con mis amigas perdí el contacto una vez me mudé a la ciudad. La distancia hizo mellas a nosotras y aunque a veces nos llamamos, no siento que sea lo mismo.
Realmente no he congeniado en estos años universitarios con nadie, y creedme cuándo os digo que en la carrera de Relaciones públicas y Publicidad, al menos en esta ciudad, la gente es tan competitiva que es imposible hacer un amigo de verdad, es como una especie de competición insana constante.
Bea se despide de mí y yo me giro hacia mi planta. Me paro en la mitad de las escaleras cuando escucho en mi planta a dos personas discutir. Asumo que será mi vecino.
—¡Que no! ¡Que se ha acabado! ¡Estoy cansada de escuchar tus mentiras! —la voz de la chica tiene un acento pijo vomitivo.
—Susana, me rompes el corazón —la voz de él suena sarcástica— Con las ilusiones que me hice contigo...
—Sí claro, me vas a decir que tú te has hecho ilusiones. Todos sabemos que no eres un santo, no vayas de víctima.
Al cabo de un minuto insufrible, decido irme a mi habitación. Al fin y al cabo, tengo que acostumbrarme a que viviendo con personas de mi edad, van a haber estos dramas constantes, no puedo quedarme escondida esperando que pase la tormenta.
Subo mientras ellos dos discuten intentando concentrarme en el suelo, para no pecar de entrometida, pero cuando la chica chilla, no puedo evitar levantar la mirada.
—¡Eres un falso de mierda! ¡Olvídame!
Una rubia espectacular me empuja al pasar por mi lado y cuando miro al chico me quiero morir.
Héctor me mira con las cejas fruncidas y un fuego interior se despierta en mí. PUTO CAPULLO DE LOS COJONES.
Mi mente comienza a ir a toda velocidad hasta que enlaza que mi ex es mi nuevo vecino.
Pongo mi mejor careta de indiferencia y dejo escapar una sonrisa maliciosa. Me da un ataque de risa al darme cuenta de que lo han dejado. ALGUIEN HA DEJADO AL GRAN HÉCTOR.
—Y tú que coño haces aquí —me mira con desdén.
—Oh, presenciar en primera fila como te DEJAN —recalco esa palabra con todo el veneno que tengo en mi interior.
—Nadie me ha dejado —se cruza de brazos.
—Oh ¿hueles eso? Huele a ego herido y a humillación.
Me vuelve a dar otro ataque de risa y se mete en su habitación de un portazo.
La parte mala y llena de odio que se apodera de mí no puede evitarlo, pego en su puerta y chillo desde el pasillo:
—¡Por cierto querido! ¡Soy tu nueva vecina!
Que le jodan.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesWhere stories live. Discover now