75. Depresión

1.1K 97 4
                                    

La noche ha acabado peor de lo que pensaba. Héctor se fue de vuelta a casa con Luis, Carlos ha estado ausente el resto de la noche, los chicos se han quedado sin saber que ha pasado y Bea está llorando sobre mi hombro.
Hace más de media hora que estamos en el suelo del baño hablando, aunque más bien Bea ha llorado sin parar y yo he dicho incongruencias a causa del alcohol.
—Es que toda la culpa es mía —continúa sorbiendo los mocos—¿Sabes qué? Creo que Luis tiene toda la maldita razón. Soy una niñata caprichosa y he perdido la oportunidad de estar con el amor de mi vida... ¿Sabes que recuerdo y echo de menos? Todas esas veces jugando a la play. Sé que es una tontería, pero hablábamos de mil cosas, nos reíamos y simplemente era nuestro momento de relax, y... —se corta y comienza a llorar más fuerte.
Y nos adentramos en la cuarta fase del duelo, la depresión. Evidentemente esta etapa es la peor. Te culpabilizas por todo y no haces más que revivir todos esos recuerdos bonitos como si estuviesen en bucle. Todo lo que has perdido y nunca vas a poder recuperar. La tristeza se convierte en tu mejor amiga y los clínex y el helado en tus mayores espectadores.
Magnificas absolutamente todo. Tu historia de repente era la más bonita jamás contada. Titanic o El diario de Noah son merasñ historias adolescentes comparadas con la tuya. Tu historia era la mejor y aún así murió, como Jack o como Noah y Allie.
En momentos como esto me veo a mi misma hace cinco años, llorando incontrolablemente y con Lisa a mi lado, aunque la verdad es que tampoco me sentí demasiado comprendida. Era como si le aburriese que estuviese destrozada. En el fondo Lisa sabía que pasaría esto, que Héctor era demasiado para mí. Me lo avisó y no quise hacerle caso.
—Bea... no es tu culpa. A veces las personas no encajan en el mismo lugar —le froto el brazo.
Varias chicas entran al baño y no se sorprenden al vernos tiradas en el suelo borrachas y medio llorando. Asienten en símbolo de respeto como si ellas también hubiesen pasado por eso.
—¿Cómo no íbamos a encajar? Llevábamos tres años juntos y todo iba estupendamente hasta que decidí joderla —suena frustrada.
—Todos cambiamos constantemente, quizá simplemente teníais planes de futuro totalmente contrarios. Estar juntos no asegura que ese cambio no pase —me encojo de hombros.
Nos quedamos unos momentos en silencio y Bea parece procesar mis palabras.
—¿Y es imposible volver a encajar? —su voz está teñida de tristeza.
Esa es la pregunta del millón. ¿Dos personas que se han hecho daño pueden volver a retomar esa confianza? Respondo de la forma que me pide el corazón, pero sin hacer mucho caso a mi propia respuesta. Pienso jugar la baza de "estaba demasiado borracha" cuando yo misma me replantee si tengo razón con lo que voy a decir.
—Creo... Creo que sí, pero también creo que es algo muy extraño. Cuando se pierde la confianza y se sobrepasa ciertas líneas, me parece casi imposible recuperar lo que se tenía, a no ser que pasen años, pero... Sí, creo que aunque es raro, puede ser posible —me mira fijamente.
—¿Perdonarías a Héctor si quisiese volver?
Y pasa. Las lágrimas empiezan a caer por mis mejillas. No, jamás podría perdonarle. ¿Cómo perdonar tantos años sintiéndome como si no valiese nada? La humillación que sentí, la impotencia, la sensación de inferioridad... No, es imposible, aunque me duela como un puñal en el pecho pensar en no perdonarle jamás. Además tengo que recordarme algo. Héctor no me ama.
—Abril... Joder lo siento —me abraza fuerte mientras lloro incontrolablemente— Es solo que... No sé a veces me da la sensación cuando os miráis de que hay algo... —apoya su cabeza contra la mía.
—No hay nada. Héctor se encargó de joderlo todo en esa maldita fiesta —consigo decir.
Lloro aún más. Siento que la Abril de dieciséis años me posee. Esa Abril con el corazón hecho añicos.
Nuestra historia se repite en mi cabeza en bucle. Me refugió en uno de mis momentos favoritos.
Estábamos en la playa como de costumbre. Ese día habíamos almorzado juntos y decidimos hacer una sesión de fotos en la playa. Quería jugar con las luces y las sombras junto a la puesta de sol.
Estaba tirada en la arena haciendo la idiota mientras el sacaba fotos, hasta que paró unos segundos y se quedó anonadado mirando las imágenes. En silencio y con el ceño fruncido.
—¿Tan mal salgo? —le dije cruzando los pies en la arena bromeando.
—Eh... no. Solo que...
—¿Qué? —le cogí la mano para que se sentase a mi lado.
—No sé. Te he visto tan guapa y tan alegre... que al ver esas imágenes me he sentido... ¿Afortunado? —me miró fijamente mientras yo seguía totalmente sorprendida— ¿Sabes la suerte que tengo de tener estas imágenes? Inmortalizarte sonriendo, cantando, saltando por toda la playa... —acarició mi mejilla con ternura—. Saber que este momento es solo nuestro. Soy la persona más afortunada del planeta —me dijo con un brillo en la mirada especial. Me miraba como si todo su mundo fuese yo.
Nos besamos.
Sus palabras no fueron un  "te quiero", fue mucho más. El "te quiero" llegó en la noria, casi un año después para luego desembocar en ponerme los cuernos.
Me vuelvo a recordar que esos momentos no son tan especiales, que es mi mente la que juega a desestabilizarme.
A una persona que quieres no la rompes en mil pedazos.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesWhere stories live. Discover now