105. Noche 8: al unísono

1.1K 99 10
                                    

Trato de seguirle el paso y no paro de pensar en lo patética que me siento. Pase lo que pase siempre voy detrás suya, como un perrito que teme ser abandonado, con la diferencia que ya lo fui hace mucho tiempo.
Las calles que me parecían oníricas horas antes, ahora me parecen demasiado estrechas, viendo como la figura de Héctor se aleja cada vez más rápido y me da la sensación de que en cualquier momento se van a cerrar atrapándome.
El alcohol hace que vea borroso por la velocidad que intento llevar, incluso noto como el tatuaje me palpita.
Llegamos poco después a la caravana y se mete directamente en el minúsculo baño, sin darme la oportunidad de explicar el patético malentendido.
Estoy enfadada y creo que esta es de las veces que más lo he estado. No tengo que darle ningún tipo de explicación, no esta vez, ya le he dado demasiadas.
—¡Eres un puto capullo de mierda! —chillo frustrada a la puerta del baño.
Me dejo caer en la cama y reprimo un grito contra la almohada. Soy una mezcla de cerveza, indignación y dinamita a punto de explotar.
La puerta del baño se abre de forma estrepitosa y ni me digno a mirar el numerito que me va a formar gratuitamente.
—¿Yo soy el capullo de mierda? —su risa llena de sarcasmo alimenta la hoguera de mi interior.
—No, lo soy yo, no te jode —digo al borde de la histeria.
—¡Eres una puta hipócrita!
No, eso sí que no. Me levanto como un resorte y me encaro a él, pegando un dedo a su pecho haciendo que nuestras miradas se enfrenten. Esto es la puta guerra.
—¡Has jodido un día perfecto!
—¿Yo? ¡A lo mejor lo has jodido tú follándote a ese tío!—chilla igual de fuerte que yo.
Esto es lo que pasa cuando juntas a dos personas que llevan cinco años odiándose. Hemos fingido lo mejor que hemos podido llevarnos bien, pero en el fondo, somos esto. Chillidos, dolor y rencor. Toneladas de rencor.
El alcohol saca la verdad, y esta nos guste o no es nuestra realidad.
—¿Joder el qué, Héctor? ¡¿QUÉ COÑO ESTOY JODIENDO?! ¿Tengo que recordarte lo que me hiciste? —todo el dolor se arremolina en mi interior amenazando con romperme de nuevo.
Va a replicar cuando se lo piensa y se calla. Su silencio me enfurece.
—Como siempre, no tienes cojones para decir lo que piensas —me doy la vuelta y me río con desgana.
—Se suponía que tú eras mejor que yo. En teoría, tú saldrías con el idiota de Carlos que es un buen tío —el alcohol saca cierta sinceridad que me sorprende.
—¡¿Y qué si no quiero salir con nadie y me quiero acostar con ese tío?! —gesticulo en exceso por pura frustración.
—¡Que para estar con un gilipollas cualquiera, estás conmigo!
Sus palabras resuenan por la caravana y se quedan flotando en al aire, haciendo que el oxígeno me sepa a poco.
Su mirada enrojecida por el alcohol está húmeda y su pecho sube y baja buscando ese aire que se han llevado sus palabras.
—No lo entiendo.
Mi mente se bloquea. No soy capaz de entender nada. Estoy demasiado borracha para esto.
Me levanto de la cama y me pongo frente a él.
—¿Es eso? ¿Te jode que me folle a otro que no seas tú? —fijo mis pupilas en la suya.
Tensa la mandíbula y yo paso mi dedo por encima de su camiseta por la zona de su estómago que se contrae ante mi tacto.
—¿Son celos Héctor? ¿Por qué te da igual que me tire a Carlos pero no a ese tío? —susurro provocándolo.
No sé por qué hago esto ni lo que estoy buscando, pero sigo hacia delante en un juego que sé que acabará con mis pedazos rotos.
—No juegues conmigo, Abril —su voz suena dura.
—¿De la misma manera que tú jugaste conmigo? —lo guío poco a poco hasta la cama y lo empujo.
Se apoya en sus antebrazos y me mira con el fuego que amenaza hacerme explotar.
—¿Qué pretendes? —su voz se ahoga cuando me subo encima de él.
—Que me des las putas respuestas que quiero Héctor, porque yo estoy cansada de darte las respuestas que no te mereces —empujo su pecho hasta dejarlo completamente tumbado.
Su respiración se vuelve irregular y sonrío. Se acabó rogarle. Que tome un poco de su propia medicina.
—Abril...
—Héctor. Te hice una pregunta —acerco mi boca a su cuello y dejo mis labios suspendidos sin llegar a tocarlo.
Se tensa al creer que voy a lamerlo, pero no lo hago.
—Porque te mereces a alguien que te haga feliz... Para montártelo con un gilipollas...
—Lo hago contigo ¿no? El mayor gilipollas que he conocido en mi vida —beso su cuello y lo noto ponerse duro contra mí.
Este es nuestro eterno ciclo. Odiarnos, aguantarnos, discutir, usarnos y volver a empezar.
Su silencio nos envuelve y mis besos descienden por todo su cuello, hasta llegar a su pecho.
—¿Por qué te preocupas por mi felicidad? En su momento no lo hiciste —subo su camiseta y beso su pecho desnudo, descendiendo a lo largo de su torso muy lentamente.
—Abril, mi puta paciencia... estoy jodidamente borracho... y cachondo.
—No hables si no va a ser para darme respuestas —lo miro fijamente mientras desabrocho el botón de su pantalón.
Aprieta la mandíbula y bajo la cremallera, dejando ver el comienzo de su ropa interior tirante por mis besos.
Beso su bajo vientre y juraría que cada músculo de su cuerpo está completamente tenso.
Suspira de placer cuando paso mi lengua cerca del calzoncillo y paro, mirándole a los ojos.
—Si quieres que siga... Ya sabes lo que tienes que hacer —sonrío.
—Quiero que seas feliz porque te lo mereces —dice tajante.
Premio sus palabras con besos húmedos que vuelven a ascender hasta volver a deleitarse en su cuello. Reconozco que aunque no hablase haría todo lo que estoy haciendo ahora mismo. Lo necesito.
Una mezcla de sentimientos está a punto de rebasarme. Este es el penúltimo día. Lo odio por haber roto este día tan especial. Lo odio por romper nuestra relación. Lo odio por ser el único que me sigue haciendo sentir algo. Lo odio por provocarme risas y llantos a partes iguales. Lo odio por seguir queriéndolo. Lo quiero con todo mi maldito y maltrecho corazón. Esa es la única verdad de la que llevo años huyendo.
—¿Estabas celoso? —susurro en su oído.
—Sí —pone sus manos sobre mis caderas pegándome a él.
—¿Por qué? —beso la comisura de sus labios sin llegar besarlo.
—Te odio... no sabes cuanto te odio, Abril —aprieta con desesperación mi piel.
Deslizo una de mis manos por su torso hasta llegar al elástico de su ropa interior, rozando su piel desnuda debajo para crear expectación.
—Res-pues-tas —le susurro.
—Porque...
Gira su cuerpo dejándome debajo, sujetando mis manos por encima de mi cabeza.
Me estremezco y nuestras pupilas se vuelve a enfrentar, en un baile desenfrenado para ver quién se rinde antes.
—Porque quiero ser el único que te toque... —sujeta mis dos manos con una suya y abre la tela de mi vestido, dejando mi escote al aire.
Besa la zona de mi corazón y retengo el aire como respuesta.
—El único que te muerda —marca mi cuello.
Se aprieta contra mí y mis piernas rodean sus caderas, acercándolo aún más, notando como palpita.
Remanga mi vestido hasta que puede tocar la zona de mis muslos, haciendo que un suspiro se escape de mis labios.
—Quiero ser el único que te haga estremecer... El único que vea estas caras —dice admirándome como si fuese una obra de arte.
Mi corazón palpita a toda velocidad y sus palabras son la droga que tanto necesito. Me da igual pasar por el síndrome de abstinencia.
—¿Tienes mucho cariño a este vestido? —su mirada se oscurece.
—Ninguno —digo con una seguridad que lo hace sonreír.
Con un movimiento brusco rompe el vestido, dejando mi sujetador negro al descubierto.
Nos deshacemos de los restos, quedándome solo con las converse que protegen a mi tatuaje de su visión.
Su lengua recorre con impaciencia mi cuerpo y sobrepasamos otro de nuestro límites impuestos cuando mi ropa interior sufre el mismo destino que mi vestido.
Abre mis piernas besando la parte interna de mi muslo, creando una ráfaga de electricidad a lo largo de mi columna vertebral.
—Quiero ser el único que te saboree.
Sus labios me besan cada vez más cerca de la zona más húmeda de mi cuerpo, hasta que se encuentra con ella y la besa y succiona de todas las formas que pueden hacerme gritar su maldito nombre. Su lengua sabe qué hacer exactamente, sus labios tienen el recorrido completo de mi cuerpo y sus dedos se adentran en mí llevándome al cielo.
Mis manos se hunden en su pelo mientras gimo su nombre sin poder parar. No me contengo, dejo escapar a mi animal interior.
—Quiero ser el único.
Su voz suena a súplica cuando vuelve a besar mis muslos. ¿Cómo decirle que siempre ha sido el único? ¿Cómo explicarnos que esto no puede suceder?
Nos adentramos en el abismo dispuestos a caer.
Mis manos y mi boca siguen su mismo ejemplo, desnudándolo y grabando mi nombre en cada centímetro de su piel.
Cuando lo tengo justo en mi boca no sabría decir quien siente más placer de los dos. Paso mi lengua por todo su largo mientras me ayudo de la mano. Tenerlo de esta forma es el mayor de los placeres que he vivido en estos cincos años, sentir las palpitaciones en mi lengua y sus dedos en mi pelo, exigiéndome darle mucho más.
Cuando se pone encima de mí quiero llorar de alegría. Esto es lo más bonito que pueda llegar a recordar. Esta vez es muy distinta que la anterior, siendo más íntima, menos salvaje y desesperada y mucho más apasionada. Caricias, suspiros, latidos al unísono, gemidos...
Sus movimientos se intensifican y nuestros labios están tan cerca que podrían tocarse, pero la barrera sigue ahí. Si nos besamos... un beso significa demasiado.
Lo abrazo con fuerza gimiendo su nombre y él hace lo mismo con el mío. Noto su corazón contra mi pecho, siendo la banda sonora del descenso al infierno.
—Por favor... dime que soy el único que consigue esto —me suplica en el oído.
—Eres el único que me hace sentir así —gimo con los ojos llenos de lágrimas.
Noto como se contrae dentro de mí y como mis piernas tiemblan.
Las respiraciones ahogadas, las sábanas mojadas y los corazones brevemente conectados.
Una sonrisa ilumina nuestros rostros.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesWhere stories live. Discover now