53 Halloween 3: No es lo que parece

1.2K 108 4
                                    

Bajo a buscar a Bea, está tardando demasiado.
Héctor me observa desde arriba, imponente y peligroso, apoyado en la barandilla. No sé como lo hace, pero entre la multitud destaca, haciéndose con el lugar, como si fuese dueño de cada espacio que pisa. No pierde detalles de mis movimientos. Cuando me mira de esa forma tan posesiva, solo me apetece demostrarle lo libre que soy, que ya no tiene ningún punto de control sobre mí.
Me acerco a Carlos que bebe y baila con el grupo, y su sonrisa se ilumina al verme.
—¡Buenas noches Mayo!
—¡Buenas noches agente! —hago un gesto de saludo como un sargento— ¿Sabes dónde está Bea?
—Luis y ella han salido a hablar. Es una auténtica mierda... ninguno sabemos cómo actuar y a Luis lo vemos mal, pero tampoco habla, y... te estoy echando muchísimo de menos —se acaricia el pelo avergonzado—. Creo que eso no debería haberlo dicho, pero los borrachos y los niños siempre dicen la verdad —se ríe.
—¿Entonces puedo preguntarte lo que quieras y aprovecharme de tu ataque de sinceridad?
Carlos bebe de su copa para intentar recuperar seguridad y veo como Héctor nos mira atentamente con el ceño fruncido. Necesito molestarle como sea, y sé que la mejor forma es esta.
Apoyo una mano en el pecho de Carlos y me acerco para susurrarle al oído. La pregunta es sencilla, cómo me queda el disfraz, pero me divierte demasiado ver como Héctor aprieta las manos alrededor de la barandilla. Que le jodan.
—Pues... —se acerca aún más a mí—, te queda demasiado bien... Creo que la ambulancia va a tener que recogernos en manada —hace referencia al resto de chicos de la discoteca.
Me río tocándole el brazo y acaricio su cuello hasta llegar a su pelo.
Su mirada se oscurece y nos acercamos bailando un poco por inercia.
—Oye y con Héctor... —no termina la frase porque le interrumpo.
—Nada. Simplemente le gusta joderme, no te hagas ideas raras —sigo bailando.
—Parece que está pillado por ti —el corazón me da un vuelco solo de pensarlo.
—Créeme que no —le tranquilizo.
Seguimos bailando hasta que unas manos que no son las de Carlos me agarran de las caderas, quedándome pegada a un torso semi desnudo que conozco demasiado bien.
—Tengo que llevarme de vuelta a mi grumete —hace énfasis en el "mi".
—No sabía que Abril pertenecía a alguien —dice Carlos cada vez con menos paciencia.
—Pues sí —me agarra más de las caderas y me aprisiona contra su pecho.
—Yo no pertenezco a nadie —me separo con el ceño fruncido.
La escena se vuelve tensa. Héctor me mira con desprecio y Carlos se cruza de brazos cabreado. Esto es totalmente absurdo. Me siento como una especie de trofeo al que hay que conseguir.
—Me voy al baño —digo enfadada.
Héctor va gritando mi nombre por la discoteca siguiéndome. Acelero el paso y me consigo meter en los baños, pero se mete sin ningún pudor.
—¿Puedo mear tranquila? —le digo exasperada.
—Lo de antes era una puta broma.
—Muy bien. Déjame en paz —le señalo la puerta.
Me arrincona contra la pared y pone un brazo al lado de mi cabeza. Dos chicas que se retocaban en el espejo nos miran y se van con una pequeña risita.
—No tienes ningún derecho a enfadarte. Has estado provocándome con el gilipollas ese —su gesto amenazador hacer que me excite.
—¿Provocándote? Tú y yo no somos nada y me has dejado clarísimo que no soy más especial que cualquier zorra a la que te tires —destilo todo el odio que tengo— ¿me equivoco?
Se queda callado durante unos segundos y posa su mano en mi muslo, recorriéndolo hasta llegar a la media de rejilla.
—Hace menos de tres putas horas estabas encima de mi polla Abril, no vengas con tus putos jueguecitos —sigue subiendo la mano hasta colarse debajo de mi falda, acariciando la zona interior de mi muslo.
—Quién no puede apartar sus manos de mí eres tú —me acerco y dejo mis labios a pocos centímetros de los suyos.
Agarra mi muslo con fuerza y echo por instinto la cabeza hacia atrás, conteniendo el aire, rezando porque siga subiendo e introduzca sus dedos dentro de mí, pero no lo hace.
—Esta falda hace que pierda mi paciencia —desliza su nariz alrededor de mi cuello.
Nos separamos brevemente cuando vemos salir del baño a una pareja que se está abrochando la ropa. Tardamos por el efecto del alcohol en darnos cuenta, pero son Luis y Bea, que se quedan igual de sorprendidos de vernos tan cerca y las manos de Héctor en mis piernas.
—¡No es lo que parece! —gritamos al unísono.
—¡Esto tampoco! —gritan ellos también.
Fingimos que no ha pasado nada y salimos del baño sin hacer preguntas, con los nervios a flor de mi piel.
-Eh... Luis y yo nos vamos a ir a dar una vuelta para hablar — me dice Bea incómoda—. No me esperéis para volver a casa. Lo siento —nos mira triste.
—No te preocupes, nosotros nos vamos ya también —dice Héctor.
Bea asiente y se despide rápido de nosotros. Yo me giro con el ceño fruncido hacia Héctor.
—¿Y tú por qué decides que me vuelvo contigo?
—¿Prefieres quedarte aquí con ese? —señala a Carlos.
—Sí —me cruzo de brazos.
Héctor se pasea de un lado a otro entre furioso, decepcionado y algo más que no consigo averiguar qué es.
—Abril hemos venido juntos. Nos vamos juntos —sentencia.
—¡Y una mierda! —me empiezo a alejar y me retiene.
—¡Vale! Si te vienes conmigo hago lo que me pidas -intenta regatear.
Me detengo unos segundos y lo miro con una sonrisa maquiavélica.
—¿Lo que yo quiera?
—Sí —dice incómodo.
—Estupendo. Vámonos.
En sus ojos veo un breve brillo de arrepentimiento, pero ya es tarde. Le pido unos minutos para despedirme del grupo. Carlos parece decepcionado de que me vaya con Héctor.
—Podría volver contigo a casa —me ofrece Carlos.
Por unos segundos me da pena y quiero quedarme con él, pero me tienta demasiado el poder que voy a tener sobre Héctor si me voy de aquí.
—Si Luis vuelve y la cosa ha ido mal... te va a necesitar. Sabes que de este grupo eres la única persona realmente cuerda —bromeo.
Carlos asiente, pero ambos sabemos que es una excusa. Salgo de la discoteca con un nudo en el pecho.
Héctor llama a un taxi mientras esperamos cerca de la carretera.
—No sé si arrepentirme de mi proposición —frunce el ceño.
Saco la espada de juguete y la deslizo por su garganta y cuello acercándome a él. Le quito el sombrero y me lo pongo. Me acerco hasta quedarme a pocos centímetros, con la espada en su garganta y el traga con dificultad, con la mirada oscurecida por el deseo.
—Bienvenido grumete. Soy la nueva capitana de este navío.
Doy un paso atrás y deslizo la espada a través de su cuello y torso.
Héctor suelta el aire poco a poco y se acerca a mi oído justo cuando llega el taxi.
—Como sigas así monto un motín y me quedo con todo. Tú incluida —me muerde la oreja brevemente y se monta en el taxi.
¿Siempre tiene que tener la última palabra?

Ex, vecinos y otros desastres naturalesWhere stories live. Discover now