39. Responsabilidad afectiva

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Mañana es mi no-cita con Carlos y estoy algo nerviosa.
Intento dormir, pero me es imposible. No paro de dar vueltas pensando si vamos a volver a besarnos o si va a intentar algo conmigo. ¿Quiero que lo intente? Sí y no. Por una parte cada vez que pienso el beso me apetece repetirlo, pero Carlos se ve que busca algo serio, no algo fugaz como busco yo.
Sigo dando vueltas cuando escucho que pegan en mi puerta. ¿Héctor? Siempre que pegan a mi puerta a estas horas de la madrugada suele ser él. Me pongo mucho más nerviosa. Me levanto y miro mi reflejo antes de abrir. Todo perfecto. Abro la puerta y me encuentro a Bea con los ojos enrojecidos.
—Abril... —me abraza y rompe a llorar.
La abrazo con fuerza sin entender lo que está pasando.
—Os necesito. Necesito una de vuestras charlas motivacionales.
La cojo por los hombros y pego en la puerta de Héctor. Espero que él sepa lidiar con esta situación mejor que yo. La puerta se abre y recorro su torso desnudo hasta acabar en sus pantalones azules de cuadros. Por Navidades pienso regalarle camisetas. No entiendo cómo después de verlo tantas veces así, sigue provocando que mi cuerpo reaccione de esta forma.
—¿Abril? No me jodas, son las tres de la mañana. Solo acepto que me despiertes a esta hora si es para algo lascivo. Muy lascivo —me sonríe de forma sexy.
Pongo los ojos en blanco y me aparto para que vea a Bea con el rostro lleno de lágrimas.
—Mierda —masculla—. ¿Queréis pasar?
Bea asiente con los ojos enrojecidos y entramos en su habitación.
Nos sentamos en su cama, de forma que ella queda en medio.
Rompe de nuevo a llorar y se apoya en mi pecho. Héctor nos mira incómodos y le acaricia la cabeza para relajarla mientras yo la abrazo con fuerza.
—Pelirroja, aunque me encanta ver a dos chicas en mi cuarto a las tres de la mañana, no me gusta la parte en la que lloran —intenta hacerla sonreír y le aparta el pelo de la cara.
Consigue que Bea suelte una pequeña carcajada y a mi pesar sonrío. Al menos el ser un capullo le sirve para algo.
Bea se aparta de nosotros y se limpia las lágrimas antes de empezar a hablar.
—Luis y yo nos hemos peleado.
—¿Habéis roto? —digo sin poder creerlo.
—No. No lo sé. Estoy muy enfadada.
—¿Qué ha pasado? —Héctor me mira con preocupación.
—Que es un imbécil. Eso es lo que ha pasado —dice al borde del llanto.
Bea nos cuenta que por fin le ha contado a Luis sus planes con la universidad. Llevan varias horas discutiendo porque trata de convencerla que aguante un año más, que si no ha tirado tres años de su vida, y aunque ella le ha contado todos sus planes respecto al dinero y ahorrar, parece que repite las mismas palabras que sus padres.
—Se suponía que Luis era la persona que más me iba a entender, que teníamos comunicación y todas esas mierdas —sorbe los mocos—, pero no. La única vez que le pido comprensión, me da la espalda —le vuelven más lágrimas.
Trato de convencerla de que probablemente solo tenga que asumirlo. Es un cambio muy importante en su vida y quizá él esté preocupado de que le vaya mal o genere más discusiones familiares. Me sorprende que Héctor no me ayude. Está en silencio mirando fijamente al suelo, cuando de repente, explota en mitad de mi discurso.
—¡Y una mierda! Luis no tiene que asumir nada porque no es su maldita vida. Hay una cosa que se llama "responsabilidad afectiva", que es lo que debería mover a las relaciones sanas de todo tipo. Empecemos que con tu vida puedes hacer lo que te dé la gana, continuamos con que tu decisión no afecta en nada a la vida de Luis y terminemos con que nadie debe objetar sobre una decisión que ya has tomado. ¿Es tu decisión? Pues la respetamos y punto. Estoy hasta los cojones de los comentarios innecesarios.
Nos quedamos sin palabras, aunque diría que por motivos distintos. Mientras ella asiente motivada, yo tengo que aguantarme las ganas de reírme como una psicópata. ¿Responsabilidad afectiva? Es un hipócrita de mierda. Ni puedo contabilizar la de veces que me ha humillado en este tiempo. Me muerdo la lengua por el simple hecho de que ella ha dejado de llorar y se ve más enérgica.
—¡Él sabe lo que me cuesta hacer elecciones importantes! Y se ha comportado como un...
—Capullo —finalizo por ella, aunque realmente se lo digo a Héctor quien me mira con el ceño fruncido.
—¡Exacto! —exclama ella— ¿Sabéis qué? Si Luis no quiere formar parte del cambio, que no lo forme. Si no es capaz de respetar mis decisiones pues quizá no tiene que estar en mi vida —dice convencida.
—Pelirroja, no te vengas arriba —intenta calmarla—. Lo que tienes que hacer es explicarle que la decisión está tomada y es irrevocable.
Bea se pasea de un lado a otro con una mezcla de nerviosismo y determinación. Prefiero no meterme en su relación con Luis. Mi concepto de las relaciones no es demasiado bueno y si dijera que creo en el amor para toda la vida, mentiría, así que voy por la vía de la profesionalidad.
—He visto tu trabajo y es increíble. Eres realmente feliz cuando eliges conjuntos para la gente. Nunca me he visto tan guapa como cuando me eliges conjuntos.
—Doy fe de ello —me mira Héctor con un brillo oscuro que hace que me recorra un escalofrío de pies a cabeza.
—¡Sois los mejores! —tira de nosotros y nos abraza con los ojos llorosos— Tú eres la mejor amiga del mundo y tú... bueno, me enfado contigo, pero te quiero un poquito —le dice a Héctor con una sonrisa.
—Me sirve. Hace mucho que no me quieren en general —bromea.
Sonrío amargamente. Yo le quería. Jamás he conseguido querer a una persona que no sea él.
Bea se separa de nosotros y nos da las gracias en reiteradas ocasiones. Le pregunto si quiere quedarse a dormir conmigo esta noche.
—No, no te preocupes, necesito aclarar mis ideas. Además, mañana tienes la no-cita con Carlos —me guiña el ojo.
Me tenso y siento la mirada de Héctor clavada en mí. Tras despedirnos de Bea, voy lo más rápido que puedo hacia mi habitación, pero la voz de Héctor hace que me pare.
—¿Me has llamado capullo antes? —alza una ceja.
—¿Yo? En serio, tienes que dejar de ser tan egocéntrico —me vuelvo a dar la vuelta para mi habitación.
—¿Qué es una no-cita?
Su tono de voz se pone tenso y yo lo miro sorprendida. No esperaba que pudiese preguntarlo.
—Quedar sin que sea una cita.
Héctor avanza por el pasillo y yo retrocedo en reacción. Mi espalda se pega contra la puerta y me veo ante unos ojos que me consumen.
—Eso suena a cita.
—¿Y? Quizá lo sea.
Su mano de pronto agarra mi muñeca y desliza su pulgar por el dorso de ella. Siento una corriente eléctrica que me atraviesa y se me ponen los ojos llorosos, sin saber exactamente el por qué.
—No vayas, Abril —me susurra a la vez que se acerca unos centímetros.
—¿Por qué? ¿Por qué no debería ir, Héctor? —mi tono es suplicante, necesito que me de una respuesta.
—Porque... —siento su aliento que acaricia mis labios—. Para una cita suena mejor un almuerzo. Buenas noches, Abril. —sonríe con tristeza.
Héctor se aleja dejando un vacío que hace que las lágrimas acumuladas caigan.
Tengo que luchar para no romperme.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesWhere stories live. Discover now