41. El demonio viste de Prada

1.3K 117 15
                                    

Me visto con un conjunto sencillo para la no-cita. En parte porque estoy tan agotada que no me apetece esforzarme, y por otra, para demostrarme que no es nada importante para no agobiarme.
Sigo con la conversación de Héctor metida en la cabeza. No entiendo por qué esos ojos vacíos, esas preguntas que me parecen demasiado íntimas. Me encantaría saber qué le pasa por la cabeza cuando se queda ausente.
Me pongo un poco de bálsamo labial, para que el frío no me reseque los labios, y suspiro a mi reflejo. ¿Qué más da que se me sequen? Nadie va a tocarlos ni besarlos, no debería importarme. Me quito con el dorso de la mano el cacao y me tumbo en la cama con el móvil.
Busco el contacto de Bea y le envío un mensaje, lo lógico a estas horas y después de lo de anoche es que esté acostada. Espero que hayan arreglado su relación, me daría mucha pena que se peleasen. Le digo que para cualquier cosa no dude en contactarme y que la quiero un montón.
Justo antes de salir, recibo un mensaje de Héctor.

Héctor:
Me gustaría colaborar con la sorpresa a Bea. ¿Podemos hablar esta noche? Pásalo bien.

Y se desconecta.
Me anima a pasarlo bien en una cita, evidentemente no hay nada entre nosotros, todo ha sido circunstancial. Noto la decepción aparecer, pero hago caso omiso.
Miro la hora y decido andar para el parque dando un paseo. Conforme me acerco, el corazón me va latiendo cada vez más deprisa, hasta que lo veo en el césped y se me calma. Sonrío sin saber por qué y me doy cuenta de cuánto lo he echado de menos. Con las clases y sus entrenamientos, apenas coincidimos.
Ha montado el mismo picnic que la última vez, con la diferencia de que veo varias cajas apiladas en una esquina que no distingo bien.
Está tan concentrado en ponerlo todo en su lugar que no se da cuenta que he llegado, así que me permito observarlo. Tiene también un jersey, azul marino con unos vaqueros. La camiseta se le levanta levemente por los movimientos y veo su bonito torso musculado y vuelvo a sonreír. Es demasiado guapo y sus pecas son sumamente adorables.
—Vaya... tanto que insistías en que viniera y ni te das cuenta cuando llego —pongo los brazos en las caderas fingiendo enfado.
—¡Mayo!
Se levanta rápidamente y se acerca a mí. Va a darme dos besos, pero nos ponemos nerviosos y empezamos a hacer movimientos raros con la cabeza. Se aleja un paso y me pone la mano para que se la estreche, cosa que hace que me ría. Se la estrecho y nos miramos divertidos.
—Ha sido patético —suelta una carcajada.
—Un poquito —le sonrío.
Me invita a sentarme y volvemos a coger las posiciones de la primera vez. Esta vez sobretodo hay sándwiches, bizcocho y zumos varios. Tiene una pinta exquisita.
Estoy hambrienta, así que cojo uno de sus famosos sándwiches. Está igual de bueno que la primera vez.
—Que sepas que esta vez el bizcocho lo hice yo —sonríe avergonzado.
—Pues tiene muy buena pinta.
—Mayo... Todos los que hago tienen buena pinta, pero el como El diablo viste de Prada. Fabuloso por fuera y un infierno por dentro.
Le digo que es un exagerado, pero me insiste en que cuando lo pruebe, cambiaré de opinión.
Pensé que esto sería más incómodo por el beso, pero conseguimos hablar con naturalidad, cosa que me tranquiliza.
Me vuelvo a fijar en las cajas que hay a mi espalda y veo que son juegos de mesa. Los señalo con cara interrogante.
—Como el otro día se me hizo corto... he pensado que después de desayunar, si te apetece seguir aguantándome otro rato, podríamos jugar a algo —se sonroja de forma adorable.
—Por supuesto que te aguanto otro rato —me aparto el pelo con nerviosismo.
Le cuento todo sobre el concurso, pero evito la parte en la que le he pedido a Héctor ayuda. No quiero que haya más malentendidos.
—Con todo los trabajos que me has enviado, no me extraña que seas elegida. Cuando tu anuncio salga en la tele, podré presumir de que te conozco —finge una sonrisa malvada.
—O sea, que solo me quieres por la fama — le tiro un trozo de césped encima.
—Evidentemente —me guiña un ojo.
Me lanzo a por él para tumbarle y acabamos enredados en una pelea mortal de broma. La gente que pasa a nuestro lado nos mira, pero nos da igual. Acabo medio tumbada sobre él, con mi mano apoyada en su pecho. Me siento viva.
Aún apoyada en él, observó sus pecas y comienzo a contarlas en mi cabeza.
—Te ves concentrada. Y cómoda.
Apoyo mi barbilla en su pecho y le sonrío.
—Me gustan tus pecas.
—Y a mí tus ojos y tu nariz.
Me sonrojo y entierro mi cara en su pecho para que no me vea.
Estoy tan a gusto que me doy cuenta que parecemos una pareja en esta pose. Me empiezo a poner nerviosa al pensar que puedo estar dando señales equivocadas y me reincorporo con una excusa.
—Aún no hemos probado tu bizcocho.
—¿Preparada para sufrir? —dice con una sonrisa juguetona.
—Preparada.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora