111. La playa

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La noche ha sido estupenda, siempre me alegro de verlos. Lo único malo que destacaría son las típicas preguntas de "¿te has echado novio?", y no saber qué contestar, porque contar que te estás tirando a uno mientras te lo montas con tu ex en un viaje, no debe ser muy ético.
Mi madre soltaba miraditas indiscretas que me hacían enrojecer y mi padre después de la tercera copa de vino ha dicho que estuve en un viaje con Héctor. Parece muy cabreado al respecto, pero no soy ninguna monja puritana como a él le gustaría. Mis primas que son mayores que yo no han parado de hacer bromas sobre ex toda la noche y mi abuela la pobre me ha dado una charla sobre como el amor de su vida fue mi abuelo y que si lo quiero vuelva con él. Nadie tiene ni una pizca de idea del daño que me hizo y cómo durante años he ido arrastrando el sentirme una miseria y odiar las relaciones. Cinco largos años odiando el concepto "amor". Parece una tontería, pero para mí es importante y me aterra que solo con él, la misma persona que me hundió, vuelva a sentir esa pequeña llamarada.
Cuando nos tomamos las uvas, nos fundimos todos en un abrazo, pasando en fila para darnos los dos besos correspondientes y desearnos feliz año. A los pocos minutos comienzan las llamadas de cortesía y después de hablar con Bea, Carlos y Luis, siento vacío al no recibir ni un mensaje de Héctor.
Mis primas se van de fiesta y me invitan con ellas, pero yo tengo otros planes.
Me despido de mi familia y prometo a mi abuela que mañana vamos a merendar juntas.
Refugiada en mi chaquetón, camino por la calle en dirección a la playa, sujetando el colgante dentro del bolsillo y riendo por algunos grupos que me encuentro que van bastante perjudicados por el alcohol. Ojalá estar con Bea para acabar borrachas y cantando por las esquinas.
A los veinte minutos, noto la humedad contra mi piel y respiro profundamente sonriendo. Juraría que esta playa huele totalmente diferente al resto, es especial.
En modo automático voy al sitio de siempre, totalmente reconocible porque está situado justo en la tercera farola del paseo, esa es la zona de playa dónde siempre estábamos.
Necesito pensar y este es el único sitio que consigue relajarme.
Camino acercándome a la orilla y cierro los ojos para disfrutar de la brisa y la oscuridad de la noche.
De pronto, tropiezo con algo y suelto un pequeño grito antes de caer de bruces contra la arena. Escupo media playa e intento limpiar mi lengua cuando noto que una mano se apoya en mi hombro y vuelvo a chillar aterrorizada. Esto me pasa por salir sola de noche, voy a morir por ser una completa estúpida e irresponsable.
—¿Estás bien?
Pienso en golpear a la figura cuando los ojos verdes de Héctor entran en mi campo de visión.
—¿Abril? —dice con el ceño fruncido quitándose unos auriculares.
—¿Héctor? —digo sin poder creerlo.
Ambos nos miramos sin entender nada hasta que explotamos en una carcajada nerviosa.
—¿No voy a poder deshacerme de ti nunca? —bromeo.
—Me has robado la pregunta, princesa —me sonríe.
Acerca su mano a mi rostro y me quita un poco de arena de la mejilla. Mi corazón se acelera y yo agradezco a la oscuridad para que no me vea enrojecer.
Nuestra vida parece que se basa en reencontrarnos sin parar.
—¿Qué haces aquí? Además de comer arena —bromea tratando de no reírse.
—Ahora tú me has robado la pregunta.
—Como sigamos robando vamos a acabar en la cárcel —sonríe.
Por un segundo vuelvo a cinco años atrás. Esas bromas, esa sonrisa, esta tranquilidad entre ambos... Esto era todo lo que necesitaba y sigue siendo lo que necesito en parte. La otra parte necesita huir.
—Yo... No sé. Me relaja estar aquí —me encojo de hombros.
—Yo igual.
Nos quedamos en silencio y Héctor se vuelve a tumbar, ofreciéndome un auricular para escuchar música con él.
Me tumbo a su lado y me pongo la capucha para no manchar mi pelo. Agarro el colgante como un talismán.
Disfrutamos durante unos minutos en silencio el contraste de la música con el fondo de las olas.
—Abril... ¿me has echado de menos?
—¿Qué pregunta es esa? — trato de mantener la compostura y no hace nada que me delate.
—Pues una muy sencilla. No te veo desde el año pasado —ríe nervioso.
—¿En serio? Ahora harás el chiste de que no te duchas desde el año pasado —pongo los ojos en blanco y trato de evitar su pregunta.
—¿Tan mal huelo?
—Tú no, pero tus chistes apestan —me río.
—Esa es muy buena, princesa. Un punto para ti.
Con el corazón a toda velocidad, miro las estrellas pensando en su pregunta, queriendo también una respuesta suya.
—¿Y tú? ¿me has echado de menos a mí? —muevo los dedos de la mano nerviosa.
—He preguntado primero.
—Pues no contesto si tú no contestas.
—Bien. Los dos a la de tres —asiento porque necesito saberlo.— Una... dos... ¡Tres!
—¡Sí! —decimos al unísono.
La vuelta del silencio nos invade y siento que estoy a punto de un ataque de histeria. ¿En qué punto nos deja el habernos echado de menos? ¿Quiero acaso saberlo?
Nuestras manos se rozan levemente y contengo la respiración. Nuestros dedos se buscan temerosos, acariciando el dorso de la mano del otro hasta acabar unidos. No decimos nada al respecto, pero mi corazón amenaza con salirse de mi pecho y hablar por mí.
Se supone que necesitaba salir a pensar y aclararme y su presencia hace todo lo contrario, me entorpece la mente haciéndome sentir vulnerable. Tengo miedo.
—Abril...
—Me vas a gastar el nombre —me burlo.
—Eres una desagradable que lo sepas —refunfuña y me hace sonreír al recordarme a un niño pequeño.
—Has sido un gran maestro.
Ambos nos giramos y nos miramos. Sus ojos verdes me atrapan y me evaden de la realidad hasta que sus palabras me vuelven a anclar en la tierra.
—Te he echado de menos.
Cuando sus labios susurran la frase al completo, me quedo sin palabras, como la primera vez que lo escuché decir "te quiero".
—Y yo a ti —vuelvo a decir sin ser capaz de pronunciar la misma frase, como un escudo.
Nos acercamos por inercia un poco más con nuestras manos unidas hasta que nuestros brazos quedan totalmente pegados.
—¿Te dije alguna vez lo jodidamente guapa que eres?
—Pocas veces —apenas susurro.
Se centraba en lo especial que era, en su miedo a perderme y en lo que toda yo significaba para él. Apenas nos decíamos ese tipo de cosas porque todo lo que nos importaba era nuestro interior.
—Pues menudo gilipollas era.
Se gira sin soltar mi mano y con la otra acaricia mi mejilla. No pienso en nada. Me encuentro bloqueada, como si estuviese en un sueño maravilloso que amenaza con convertirse en pesadilla. Esto se supone que no está bien. Este no parece Héctor, pero a la vez es más él que el resto de meses.
—Fuiste un maldito gilipollas —imágenes de él con Andrea me invaden.
—Y no sabes cuanto lo siento.
La sinceridad de su mirada me aterra y me reincorporo soltándome de su agarre para ponerme en pie. No estoy preparada para esto. Se suponía que este viaje era el el cierre definitivo.
Héctor me coge de las manos obligándome a enfrentarlo mientras yo trato de mantener la respiración. Siento que me ahogo.
—Lo siento muchísimo, Abril. Fui un miserable y un hijo de la grandísima puta. Siento lo que hice, joder... Lo siento, Abril. Siento el suplicio de todo, siento ser la persona más jodidamente tóxica del puto planeta... Quiero... Quiero cambiar.
Las palabras que quise que me dijera aquel día, cinco años más tarde.
—¡¿Qué quieres con todo esto?! —digo desesperada.
No quiero jugar más. Quiero sinceridad y que me diga las cosas claras. Estoy al borde de un precipicio de emociones.
—Quiero... robar algo más y arriesgarme a ir a la cárcel —dice metafóricamente refiriéndose a nuestra broma anterior.
Quiero gritarle que no lo entiendo, que se explique o que se vaya y me deje tranquila, pero sus labios contra los míos anulan cualquier sonido que fuese a emitir.
Tardo en reaccionar. Sus labios se mueven sobre los míos de forma dulce y temerosa, pidiendo permiso. Cuando nuestras lenguas se encuentran, siento las lágrimas sobre mis mejillas. Me aferro a su sudadera desesperada mientras él sostiene mi rostro, intensificando ese beso que me devuelve a a vida, que tiñe todo ese dolor haciéndolo pasar desapercibido. Nuestros labios se vuelven cada vez más salvajes, intensificando nuestros movimientos y soltando pequeños gemidos como único lenguaje. Sus dedos recogen mis lágrima y su lengua me hace enloquecer como nada ni nadie lo hizo jamás.
Cuando terminamos nos separamos jadeando y buscamos ese oxígeno en un nuevo beso más breve hasta dejar las frente unidas.
—Me has robado un beso —digo más para mí misma que para él
—Lo siento. Ahora es el momento en el que tienes todo el derecho a pegarme —frota inconscientemente su nariz con la mía.
—Cállate.
Lo atraigo hacia mí y vuelvo a besarle una vez más, para comprobar que no es un sueño.
—Me lo he cobrado —aparto la mirada avergonzada.
—Puedes cobrarte los que quieras, y... hay algo más.
Me mira con temor y se aleja un paso de mí metiéndose la mano en los bolsillos. Yo agarro el colgante con miedo de sus palabras.
—Creo... No, no lo "creo", es que...—para un segundo y coge aire mirándome a los ojos—Te quiero, Abril.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDove le storie prendono vita. Scoprilo ora