7. La guerra de las pelotas

1.7K 151 6
                                    

Estos dos días el mundo me ha sonreído.
1) No me he encontrado a Héctor desde la escenita del baño.
2) Bea y yo hemos pasado casi todo el día juntas.
3) He conseguido terminar el curso online de verano.
En estos dos días Bea y yo hemos podido intimar mucho, parece que nos conocemos desde hace años.
Ella está estudiando Filología y Luis, Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, cosa que no me extraña por su físico espectacular.
También me cuenta que lleva toda su vida viviendo en la ciudad y conoció a Luis en esta misma residencia en su primer año.
Estamos en mi habitación, a una hora de la fiesta, decidiendo que conjunto ponerme.
—¿Qué te parece esto?
Me doy la vuelta llevando una camiseta de pico junto a una falda de vuelvo negra.
—Me gusta, pero ¿puedo ver tu armario? Porfi... —me pone una cara tan adorable que no puedo evitar dejarla.
—Todo tuyo. Elige qué llevo para mi primera fiesta universitaria.
Pega un gritito de emoción y empieza a registrar en mi armario.
—Creo que tengo el outfit ideal.
Me saca un sujetador deportivo negro, junto con un top de manga de globo transparente con lunares y unos vaqueros pegados a juego con mis botas militares negras.
Intento negociar ponerme el top con una camiseta de tirantes.
—¿Te pones este top ideal y escondes las tetas? —me dice asombrada.
—¿Sí?
—¡Abril, desmelenate! Solo si tú quieres claro —me mira con cierto aire de culpabilidad.
Me pongo el conjunto y he de reconocer que me encanta, con escotazo y todo.
—Vale, eres MUY buena en esto.
Bea se levanta de mi cama y me dice que vuelve en un minuto. Cuando llega, trae un collar cuadrado y me lo pone para finalizar el look.
Se pone a mi lado en el espejo y he de reconocer que parecemos dos pivonazos. Ella tiene el pelo suelto y ondulado cayéndole como una cascada de fuego, a juego con unas botas rojas y un vestido corto negro con una tela transparente de estrellas. Tiene un delineado de gato como el mío y ambas llevamos los labios rojos. Yo me he recogido el pelo en un moño informal con dos mechones sueltos en la parte delantera.
—Estamos buenísimas —sonríe orgullosa.
—Pues sí, para qué engañarnos —bromeo con ella.
La música comienza a sonar por los pasillos y noto como el corazón se me acelera levemente.
—¿Preparada para tu primera fiesta universitaria?
Asiento con energía. Bajamos a la tercera planta y ya hay gente con copas deambulando por el pasillo.
Tienen puesta música actual y veo cómo dos chicos sacan una mesa plegable de una habitación. Los sigo con la mirada con curiosidad.
—Es para jugar a las pelotas —me explica—. Hay que encestarlas en unos vasos y conseguir que el contrincante beba más que tú
Me resulta una americanada total, pero me muero por jugar a eso. Esto tiene pinta de ser muy divertido.
Vamos en busca de Luis que está al final del pasillo con lo que parece una copa de ron con coca cola.
—¡Chicas! Estáis guapísimas —me saluda con dos besos antes de darle un beso en los labios a Bea.
—Tú tampoco estás mal —responde ella contra sus labios.
La verdad es que Luis va muy guapo. Con su piel morena y sus rastas, lleva una camisa blanca con unos vaqueros negros y unas converse del mismo color.
Luis me presenta al resto de chicos que hay con él e intento recordar sus nombres. Parecen todos simpáticos aunque no sé cuántas veces me han mirado ya las tetas, cosa que me incomoda.
Pasamos la primera parte de la noche bebiendo, bailando y hablando.
La gente viene y va de un grupo a otro. A la segunda copa ya me noto con el puntillo y básicamente todos nos reímos de todo. Incluso me dan igual las miradas indiscretas a mi escote.
Bea y yo nos sacamos selfies poniendo caras tontas y Luis se une a nosotras, pero no conseguimos que haga ninguna mueca. No sé desde hace cuanto no me hago fotos con alguien de esta forma, pero probablemente desde el instituto.
Luis y los chicos ríen al ver como Bea y yo bailamos cada temazo de forma que da vergüenza. Creo que queda claro que el baile no es lo nuestro, pero aún así lo damos todo.
A la una y media nos apuntamos al juego de las pelotas. Hay dos filas a los extremos, para ver quién juega contra quién. Cuando por fin me toca no puedo evitar hacer una mueca. ¿Recordáis eso de que el mundo me había sonreído? ¡Y UNA MIERDA! Tengo que jugar contra Héctor, genial.
Su cara también es de pura decepción y me mira de arriba abajo. Intento no ruborizarme por el hecho de ir básicamente en sujetador.
—¿Preparado para la paliza? —veo como mi sonrisa le molesta.
—Solo si me la das en la cama —me manda un beso provocador.
Cómo se atreve...
—¡Te odio! —noto como la sangre me hierve.
—¡Y yo a ti! —me guiña el ojo desde el extremo de la mesa.
—¡ESTO ES LA GUERRA! —chillo a pleno pulmón.
Empezamos a tirar bolas como locos. No sé cómo se nos verá desde fuera, pero debe ser un espectáculo debido a la cantidad de personas que se han unido a nuestro alrededor.
La partida va muy igualada. A cada uno nos queda dos vasos, por lo que cada uno nos hemos bebido cuatro chupitos muy cargados de algo que está fuertísimo.
Escucho a Bea animándome y Héctor mete otra pelota en mi vaso. Está a punto de ganar. Me concentro con todas mis fuerzas y encesto otra, por lo que nos queda solo uno a cada uno. Cuando consigo meter mi pelota en el suyo grito de alegría y se forma un coro alabándome a lo que doy las gracias con forzado dramatismo.
Me acerco lo suficientemente borracha a Héctor y me pongo a dos palmos de su cara.
—Eres un PERDEDOR.
Me da un ataque de risa y veo como reprime un gruñido de enfado.
—Te he dejado ganar.
Me da un ataque de risa peor que el primero y veo como a Héctor le sube el enfado.
—Pues sí, Abril, te he "dejado", no es la primera vez que te dejo.
Mi risa se para de golpe y siento como el estómago se me revuelve.
Os voy a hacer una revelación: alcohol + tu ex = corazón roto.
No lo pienso bien cuando cojo un vaso de la mesa y se lo tiro en la cabeza ante su mirada atónita.
—Tengo entendido que el alcohol mata a la mayoría de bacterias —pongo el vaso encima de la mesa mientras la gente contiene la respiración con expectación.
Me voy al final del pasillo y me meto en la sala de lavadoras que está vacía.
Bea entra deprisa tras de mí y me abraza con fuerza.
—¡Se lo tiene merecido! Se ha comportado como un capullo.
Me abrazo a ella y evito llorar, no pienso derramar ni una lágrima más por él.
Me siento como una niñata inmadura, se supone que esto lo tenía más que olvidado.
Al cabo de veinte minutos decido salir y seguir pasándomelo bien. Héctor no existe para mí y con suerte no me lo vuelvo a encontrar.
El tiempo pasa volando y cuando menos me lo espero, son las cuatro y media. Bea y yo nos despedimos y subo con el guapo rubio que he conocido a mi planta. Bea me ha dado su apoyo en la distancia mientras me ponía caras lascivas y yo he tenido que reprimir una carcajada.
Pienso tener una noche de sexo alucinante con... como se llame. Creo que ninguno sabe el nombre del otro.
Nos besamos por las escaleras hasta llegar a mi puerta y me apoya contra la pared mientras me besa el cuello.
Reprimo un gemido.
—¡Abril buenas noches! Espero que estés mejor de la clamidia.
¿Qué?
El rubio se aleja de mí espantado y veo a Héctor recién salido de la ducha en toalla con una sonrisa de oreja a oreja.
El rubio huye por las escaleras al tiempo que Héctor entra en su cuarto.
No me da tiempo a reaccionar cuando me dice:
—Un polvo frustrado de regalo, princesa.
Me cierra la puerta y tardo varios segundos en entender qué acaba de pasar. Quiero echar su puerta abajo, pero decido cerrar mi puerta de un portazo y gritar en la soledad de mi habitación como un animal en peligro de extinción.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesWhere stories live. Discover now