78. Follar como dioses

1.2K 101 8
                                    

Calor. Hace mucho calor.
Me doy la vuelta y un brazo me da un golpe en la cara. Gruño.
Intento otra postura. Otro golpe, esta vez en mis costillas.
Estoy cansada, borracha y acalorada. Lo único bueno es que mi cama hoy huele muy bien. Huele como... Héctor.
Me despierto y voy por la habitación a oscuras quitándome el vestido. Necesito calmar este sofoco y desnudarme me sienta genial.
Tiro el vestido al suelo y me quedo tan solo con mi tanga negro. Cierro los ojos disfrutando de la sensación de frío hasta que me da un escalofrío. Seguro que desnuda bajo las sábanas se está genial.
Veo a pocos centímetros de la cama otra cama. ¡Mi cama! Reconozco mis sábanas rosas enseguida. Mi camita...
Me meto bajo las sábanas al lado de una figura grande y calentita. Es como un peluche gigante. Me abrazo disfrutando del calor en contraste con mi torso helado. Esto sí que sí.
—¿Qué cojones? —escucho una voz ronca— ¿Abril? —suena sorprendido.
—Shhhh... Osito de peluche gigante, tengo sueño —le digo a la voz poniendo la cabeza sobre su pecho.
Una mano roza uno de mis pechos al reincorporarse.
—No me jodas, Abril. ¿Estás desnuda?
—En taaaaanga —sonrío.
—¿Te acabas de meter desnuda en mi cama? —intenta contener la voz.
Me abrazo mucho más a él y le tapo la boca con las manos.
—Es mi cama. ¿Ves las sábanas? Son suuuuuper rosas —cierro los ojos intentando dormir.
—Bueno, es que mi puta cama fue usurpada.
—¿Por quién? ¿Quién sería la mala persona de quitarle a alguien con sueño la cama?
—Dios mío, Abril... ¡Ponte una puta camiseta! —me intenta apartar pero me abrazo a él.
—Shhhhh... hace frío —me quejo.
—¡Pues vístete!
Le echo la pierna por encima y noto una cosa extremadamente dura. Mi mano la agarra intentando apartar la cosa.
—Abril... ¿me puedes soltar la polla? Por favor.
—Esto me molesta... se me hinca en la pierna —me vuelvo a quejar.
—Quizá si no estuvieses desnuda en mi cama, no se te "hincaría" nada en ningún lado... ¡Suéltala ya! —me aparta la mano.
Se escucha del otro lado de la habitación una voz que se queja, así que él vuelve a susurrar. Estoy agotada.
—Dos veces. No me puedo creer que haya estado empalmado a las cinco y media de la madrugada y ahora —comprueba el reloj— a las jodidas seis y media. Me quiero morir —se pasa las manos por la cara.
Va diciendo toda clase de maldiciones mientras me mece el sonido de su voz. Sé que precisamente por las cosas que dice debería estar molesta, pero su voz es tan agradable que me relaja.
—Si te sirve de consuelo yo también estoy cachonda —le susurro adormilada.
—Joder... Cállate, Abril. Por favor te lo pido, cállate —suspira.
Nos quedamos en silencio, siendo cada vez más consciente de lo que está pasando. Héctor... Siempre tiene que ser el maldito Héctor.
—Odio que te sientas como mi casa —suelto con frustración.
—Te entiendo, pero no te preocupes, mañana no vas a acordarte de nada — dice con nostalgia.
—¿Te sientes conmigo en casa? —pregunto.
Duda antes de responder.
—Sin ti... me siento como en otro planeta. Perdido.
Su mano acaricia mi espalda desnuda y se activa cada poro de mi piel. Me recorre una descarga eléctrica que hace que me pegue más a él, para que se pase este escalofrío.
—Y si estamos perdidos... ¿por qué no nos guiamos? —me apoyo contra mi brazo y lo miro.
Su mirada y la mía se quedan congeladas y nuestras respiraciones chocan en la boca del otro. Es tan perfectamente imperfecto que me duele. Siento que mi corazón llora.
Acaricio su mejilla que está un poco áspera por la barba que se tiene que afeitar y el cierra los ojos unos segundos, disfrutando del momento.
—Porque... Abril, duérmete —me dice autoritariamente.
—No. Necesito saberlo —le suplico patéticamente.
Héctor intenta levantarse, pero lo retengo. La sábana nos destapa y mira brevemente mis pechos desnudos. Me subo a horcajadas y retiene la respiración.
Noto su erección en mi zona más íntima y me enciendo completamente.
—Héctor... —me acerco a él y le doy un beso en la comisura de los labios porque mueve un poco la cabeza para impedir que impacten.
—Abril... Por favor —me suplica poco convencido.
—Lo quieres —le digo dando un beso de nuevo en la comisura.
—No, Abril. Ninguno lo queremos. Estás como una cuba, yo he bebido también. Hemos vivido esto otras veces. Sé cuando no te vas a acordar de lo que ha pasado — apoya una mano en mis caderas sin darse cuenta y la aparta.
—Yo sé lo que quiero —me agarro a sus hombros y le beso el cuello.
—Nos odiamos —me recuerda.
—Eso no nos impide follar como dioses —le susurro y me aprieto contra él.
Es un error, un grandísimo error, pero el alcohol hace que seas básicamente un animal en celo, y yo necesito sentirme querida y deseada. Sentirlo dentro de mí.
—No puedo más. No pienso follarte estando borracha, Abril.
De pronto me alza por los aires y me tapa la boca para que no grite y despierte a Bea sacándome de la habitación. Entramos al cuarto de baño y me mete dentro de plato de ducha, encendiendo el agua fría y grito de la impresión.
—Y ahora, espero que se te pase la puta borrachera y recapacites —me señala con un dedo.
Tirito de frío. Héctor se apiada de mi y pone el agua caliente. Me echa un último vistazo y niega con la cabeza.
—Tengo la paciencia de un santo —susurra para si mismo.
—Y el pene duro como un campanario —bromeo.
Se mira su erección marcada y luego me vuelve a mirar.
Se acerca a mí y tiemblo, pero cuando de repente el agua vuelve a salir fría chillo. La ha vuelto ha cambiar.
—Recapacita, Abril. Recapacita.
Se va del baño y rápidamente pongo el agua caliente.
Se me ha pasado el calentón y quiero dormir.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora