58. Explota

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Estamos sentados en el paseo marítimo, disfrutando en silencio del sonido del mar.
Nuestras piernas se rozan, pero ninguno tratamos de rehuir el contacto.
Ambos queremos ir a la orilla, pero algo nos detiene, un aviso de que estar juntos en un sitio que nos recuerda tanto al pasado es mala idea, una barrera que es mejor no sobrepasar. Ya es demasiado significativo admirar el mar juntos, aunque sea a distancia.
—Hace muchísimo que no hago esto —se mete la mano en los bolsillos.
—¿No venías todos los sábados? —frunzo el ceño.
—Sí, pero nunca me siento a mirar el mar. Hace años que no lo hago — su mirada se pierde en la lejanía.
Lo entiendo, pero seguramente por un motivo distinto al de él. La playa me recuerda a todas mis primeras veces y todas tienen el nombre de Héctor. Incluso aquella maldita noria donde me dijo "te quiero" estaba frente al mar.
Me da un escalofrío y me froto las piernas para intentar entrar en calor. La risa de Héctor hace eco en la noche y me sorprendo cuando me pasa los brazos por los hombros y me acerca a él.
—No te emociones —me susurra—. No quiero que cojas una neumonía —su risa acaricia mi mejilla.
—No te emociones tú, que te quieres aprovechar de una pobre chica desvalida —me sonrojo y hundo la cara contra su pecho.
—De desvalida no tienes nada —vuelve a reír más fuerte.
Su risa resuena y sonrío ocultando mi rostro aún en él. Esta sensación es tan familiar y agradable, que aunque todos los poros de mi piel chillan que huya, me quedo, y lo peor de todo es que me gusta.
Su mano frotan mis brazos haciéndome entrar en calor y el sonido de su respiración hace que cierre los ojos para disfrutar más.
—¿Tienes frío? —su voz me acuna.
—Ya no —vuelvo a sonreír.
En un acto de valentía paso mis brazos alrededor de su torso. Aunque, en un primer momento se tensa, tarda poco en relajarse. Escucho como su corazón se acelera y me entran ganas de llorar.
Héctor me aprieta más contra él de manera que casi somos una sola masa en mitad de la noche.
Sus manos ya no frotan mis brazos, sino que lo acarician. Mis manos trazan círculos alrededor de su estómago, haciendo que este se tense por las caricias a pequeños momentos.
—Esto se siente... —comienza a decir.
—Bien —finalizo yo.
—Iba a decir raro, pero... raramente bien.
No nos miramos en ningún momento. Mi cabeza sigue en su pecho y su mentón se apoya en mi cabeza. Así hablamos, sin tener que mirarnos a través de la ventana de nuestros ojos, sin tener que luchar por tratar de ocultar emociones que se asoman por nuestros iris.
—Es como que esto... —comienzo yo esta vez.
—Debería haber sido siempre así —finaliza.
Nos miramos y acaricia mi rostro levemente. Entreabrimos los labios esperando algo más. Y sí, esa es la verdad, esto era lo que debería haber pasado, pero lo que pasó fue muy diferente. Lo pillé en la cama con otra. Me aparto bruscamente y me pongo en la acera. Él me sigue con el ceño fruncido.
—¿Por qué Héctor? Dime por qué no pudo haber sido siempre así.
Silencio.
—Contéstame —le suplico— ¿Por qué lo hiciste? —mi voz tiembla.
Silencio.
—¡Contéstame! ¡¿Alguna puta vez te has arrepentido?! —noto como el aire gélido hace que mis lágrimas parezcan hielo contra mi piel.
Silencio.
—¡Héctor! ¡Necesito saber de una jodida vez por qué lo mandaste todo a la mierda! —alzo cada vez más la voz.
—Me voy. Buenas noches —se da la vuelta y comienza a caminar hacia su coche.
Estoy más furiosa que nunca. Es un cobarde rastrero y pienso hacer que me dé todas las explicaciones que me merezco.
Lo sigo con paso acelerado y tiro de su chaqueta con fuerza haciendo que se de la vuelta. Está enfadado, pero nunca estará tan enfadado como lo estoy yo.
—¡Eres un puto cobarde! ¡No puedes decir decir que debería haber sido así y haber hecho lo que hiciste! —pego mi dedo a su pecho con fuerza.
—Abril, déjame tranquilo —intenta contenerse.
—¿Que te deje? —una risa sale de mis labios— ¿Cómo te dejo Héctor? ¿Cómo hiciste tu conmigo?
Silencio.
Héctor pasa sus manos alrededor de su cuello intentando tranquilizarse, pero ahora lo noto, noto que la mecha por fin se ha prendido. Soy una bomba que va a explotar y estoy deseando hacerlo.
—¿Sabes que pienso? Que sigues siendo un puto niñato engreído, que lo único que hace es joder la vida de las personas. Eres peor que una enfermedad. Eres una decepción constante —destilo odio.
Y estalla. Pero no soy yo, sino él.
—¡Déjame tranquilo de una puta vez! ¡Por esto me follé a Andrea! ¡Eres una puta desquiciada, egocéntrica de mierda y te odio! Volvería a hacerlo, Abril. ¡Me has jodido la puta vida!
Su voz asusta a varias personas que pasen, pero yo siento auténtico terror. Nunca lo he visto perder los papeles hasta estos estribos.
Le pega una patada a una papelera de metal, dejando la marca de su suela plantada en ella, hundiendo el material. Me impacta verlo.
Lloro. Lloro como nunca antes lo hice. Nunca se ha arrepentido, lo volvería a hacer, y encima soy yo la culpable.
Me acerco a él con lágrimas en los ojos.
—Olvídame Héctor. A partir de hoy estoy muerta para ti —me alejo.
Su cara cambia. Quiere decir algo más, pero no le dejo. Corro como alma que lleva al diablo hacia mi coche.
Arranco sin apenas ponerme el cinturón.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesWhere stories live. Discover now