13. La noria

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Hay momentos y personas que son como un resorte.
Según el diccionario es "Una Pieza que se usa en ciertos mecanismos por la fuerza que desarrolla al recobrar su posición natural después de haber sido deformada".
Despertar con Héctor, abrazados, que nuestras miradas se hayan quedado congeladas sin movernos, sin rehuirnos como el agua y el aceite... Eso es este momento, un puto resorte que por mucho que se estire vuelve a lo original. Esto para mi cuerpo es lo normal, estar enredada en Héctor, oler su perfume, ser parte de él. Pero a veces los resortes se pierden y se queda el bolígrafo inutilizable. Soy la única que se quedó rota. Sigo rota.
Héctor y yo aguantamos la respiración mientras no movemos ni un músculo, como si moverlo significase morir al instante, aunque yo hace años que me siento muerta.
La alarma suena y se levanta rápido para apagarla, como si huyese de mí. La ausencia de su calor me hace sentir un frío paralizante.
—Bueno —carraspea—, ¿café?
—Eh... sí, claro.
Antes de desayunar vuelve a darme los medicamentos. Reprimo una mueca de dolor al mover el pie para sentarme en la cama.
Observo a Héctor bien. Es como verlo por primera vez.
El pelo lo tiene más largo y su espalda es mucho más ancha que hace unos años. Su rostro tiene una pequeña sombra de bello sin afeitar y recorro los músculos de sus brazos definidos hasta llegar al bajo de su espalda. Héctor levanta los brazos y se sube un poco su camiseta. Un momento, ¿eso es un tatuaje?
Los días anteriores estaban tan enfrascada en odiarle que no me di cuenta. Su tatuaje me resulta demasiado familiar. Veo una leve mancha negra en el bajo de su espalda. No puede ser.
Cojeo hacia él sin hacer ruido y levanto su camiseta para corroborar que no estoy soñando. Héctor se da la vuelta de forma instantánea y me sujeta los brazos contra la encimera. Nuestras caras están a unos centímetros y sus ojos me escrutan de manera que me siento desnuda.
—¿Intentas desnudarme? Hay que desayunar antes de ir a la ducha. Si quieres te ayudo a enjabonarte. Como tienes el pie jodido...
—Por qué tienes eso —no me dejo arrastrar por sus juegos.
—¿Una gran po... —le corto antes de que diga la burrada.
—La noria tatuada. Las fotos de aquella noche.
Sus ojos se quedan fijos en los míos hasta que se oscurecen. Estamos tan cerca que puedo notar el cambio en su respiración, la forma en que contiene el aire para más tarde expulsarlo de forma pausada.
—A ti no te importa lo que tenga tatuado —me mantiene contra la encimera.
—¿Y la foto? —no aparto la mirada ni un segundo.
Se alea y se acerca a la foto. A continuación recrea cómo me partió el corazón. La arranca de la pared y la parte por la mitad. Los trozos vuelan levemente en el aire hasta que caen al suelo. Me quedo inmóvil.
—Desayuna. Luego vamos a por las muletas —corta cualquier clase de conversación.
La puerta se cierra y por fin sale el sollozo que había reprimido. Me tiro al suelo pese al dolor y recojo ambos pedazos. Acto seguido me quito la camiseta y como puedo me pongo mi ropa. Guardo los pedazos en un bolsillo.
Dejo sus llaves frente al baño y bajo las escaleras con dificultad hasta llegar a recepción. Solo sé que necesito un taxi y salir de aquí.
—Eh, Rubia — la voz de Pili me saca del trance y me giro con dificultad hacia ella— ¿Qué te pasa? —me señala la pierna.
—Yo... Por favor, ¿puedes llamarme a un taxi? Tengo un esguince y mi móvil no está y...
—Shhh... se te ve mal —sale de la recepción y me tiende el brazo—. Hoy no trabajo, así que te acompaño a por esas muletas y me cuentas por qué pareces una loca desquiciada —me sonríe con amabilidad.
La miro sorprendida y ni tan siquiera me lo replanteo. Ir con Pili es mejor que enfrentarme a mis demonios.
Tras comprar las muletas y reprimir unas lágrimas de la forma menos disimulada posible, Pili hace un gesto más de generosidad y me invita a desayunar. En un momento dado, no puedo evitar explotar y contarle todo lo sucedido mientras me atraganto con un trozo de donut. Total, no puedo ser más patética de lo que ya soy.
—Rubia, tienes que aprender una lección en esta vida —da una pequeña pausa para tomar una calada de su cigarro—. Los hombres son la cosa más inútil de la faz de la tierra. La mitad no sirven ni para un buen meneo.
—Héctor daba buenos meneos —reconozco a mi pesar.
—Buen sexo y buena persona no van de la mano.
Hablamos durante un rato más y me sorprendo de que no me siento incómoda aún con la diferencia de edad. De hecho, esto es muy agradable.
—Rubia, deberías replantearte si sigues enamorada.
—Ni de coña —contesto tajante.
—De coña no sé, pero que tu coño palpita por ese tío sí.
Escupo medio zumo en el vaso. No me puedo creer que haya dicho semejante barbaridad sin tan siquiera despeinarse. ¿De qué comedia a salido esta mujer?
Cuando llegamos al edificio, Pili me da unas copias de mis llaves que le tengo que devolver más tarde.
Las cojo y le doy las gracias por todo lo que hizo por mí y le digo que enseguida le devuelvo todo el dinero que me ha prestado.
—Tómalo como regalo de cumpleaños o lo que sea —intento rechistar, pero me corta— Estoy con la revista liada.
—¿Qué haces aquí si no trabajar?
Pili me mira con una leve sonrisa antes de responder.
—Quizá te lo cuente en el próximo desayuno.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesWhere stories live. Discover now