60. El principio del final

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Las lágrimas empañan mis ojos, apenas veo la carretera.
Lo odio con toda la extensión de la palabra. Me he dado cuenta de que es algo mucho más profundo que lo que ya sentía, algo que es tan oscuro que me asusta. Tengo miedo de mi misma. Tengo miedo de él.
Cuando aparco el coche subo las escaleras de dos en dos ignorando al resto de estudiantes que hay repartidos por las plantas.
Sé que debería ir a hablar con Bea para preguntarle que tal las entrevistas o quedar con Carlos, el único chico que merece la pena, pero prefiero ignorar lo que acaba de pasar, ya que darle importancia es sinónimo de que me sigue importando, pero no tengo fuerza suficiente para fingir. Llevo demasiado fingiendo.
Cierro la puerta de un portazo y comienzo a chillar tirando cosas por mi habitación. Las almohadas, ropa que tengo para doblar, libros, mi bolso...
Nada me alivia.
Me tumbo en la cama y me esfuerzo por enfadarme todo lo que puedo. Si me enfado no lloro, y para mí llorar es sinónimo de debilidad. No pienso darle más importancia a ese desgraciado.
Lo único que ha hecho es jugar con mi corazón, como si fuese una maldita pelota a la que dar patadas.
Al cabo de unos veinte minutos mi puerta suena y un temor se instala en la boca de mi estómago. Es él, reconozco perfectamente el sonido de sus nudillos contra la madera de mi puerta.
Dudo. ¿Seré capaz de volver a enfrentarme a esto sin romperme? No lo sé, pero no pienso huir como la última vez. Mis palabras van a ser fuertes y estables, no voy a dejar que me haga sentir inferior.
Abro la puerta y nuestras miradas chocan como dos volcanes a punto de explotar, cada cual más destructivo que el otro. La lava nos va a quemar, pero estamos dispuestos a fundirnos en ella. Acabar juntos.
Da un paso al frente y me mantengo en mi lugar, sin retroceder a como estaba acostumbrado. Soy impasible.
—Tú y yo tenemos que hablar —me dice serio.
—Tú y yo no tenemos que hacer nada. Fuera —le contesto en el mismo tono.
—Oh, créeme que hay una cosa que sí tenemos que hacer —se le oscurece la mirada.
Esta vez retrocedo sin darme cuenta y él se cuela en mi habitación cerrando la puerta tras de sí, haciendo que todo lo anterior que me prometí quede ridículo.
—Te he dicho que te vayas —marco distancia.
—Estoy hasta la polla de que me pintes como el jodido malo de la película que te has montado. Desde que nos hemos vuelto a ver me has pedido que te folle sin decírmelo. Absolutamente cada poro de tu cuerpo lo grita, incluso ahora —un paso más cerca de mí.
—¿Y tú, Héctor? ¿Tengo que recordarte todos nuestros encuentros en los que tú comenzabas? ¡Eres un hipócrita! Eres tú quien quieres hacerlo conmigo —retrocedo otro paso.
—Sí, Abril, quiero follar contigo. Al menos tengo los cojones suficientes para decírtelo en la puta cara. No como tú —un paso más cerca.
Retrocedo y me encuentro pegada a la pared. El pulso se me dispara y Héctor me acorrala contra ella, con un brazo al lado de mi rostro.
Nuestras miradas vuelven a chocar y me siento una presa. Una presa que pide a gritos ser devorada para dejar de sentir esta presión aplastante.
—Sí, quiero follar contigo. ¿Algún problema? —fijo mi mirada en la suya.
—¿Sabes que deberíamos hacer? —su voz se convierte en un susurro—. Follar, Abril. Follar y acabar con esto. Una puta despedida. Ni amigos, ni nada. Acabar —su voz ronca hace que un escalofrío me recorra la espina dorsal.
Me siento como un cóctel molotov, una mezcla de sentimientos contradictorios se instala en la boca de mi estómago. Miedo, lujuria, ira, tristeza, esperanza... El fin... Sí, deberíamos tener una despedida, un final definitivo para poder olvidarnos definitivamente. Después del concurso todo se acabaría, solo hablaríamos la semana del viaje.
Es demasiado tentador ponerle un final a todo, por ello lo digo, porque necesito que se acabe este sufrimiento.
—Fóllame Héctor —susurro.
Sus manos bajan la cremallera de mi vestido de forma lenta, dejando ver poco a poco mi ropa interior rosa, esa misma que él tiñó, parece el destino.
Mis manos se aferran a su camiseta tirando de ella con un instinto casi animal. Su camiseta acaba en el suelo y de pronto estoy con la cara pegada a la pared, con las manos aprisionadas y la voz de Héctor susurrándome como un dulce presagio de muerte.
—Pienso follarte en cada esquina de esta habitación, de forma que mires donde mires solo me veas a mí —muerde el lóbulo de mi oreja y gimo.
Sus labios se deslizan a través de ella hasta llegar al cuello, para después llegar a mi columna vertebral y recorrerla por completo. Cuando llega a mi ropa interior la baja sin dudarlo.
Para en uno de mis cachetes y muerde delicadamente, provocándome un suspiro de placer. Su mano libre desabrocha mi sujetador dejándome completamente desnuda. Sus manos cogen mis pechos sensibles por el deseo, recorriendo mis pezones y pellizcándolos suavemente, provocando que el fuego en mí crezca, dándome miedo quemarme.
Me da la vuelta y quedamos frente a frente, poniendo mis manos por encima de mi cabeza y bajando con la mano libre hacia mi zona íntima, deslizando los dedos suavemente y de forma sencilla debido a mi humedad. Cuando introduce dos dedos dentro de mí gimo cerca de sus labios que se acercan peligrosamente a los míos. Aparto el rostro antes de que llegue a besarme.
—Sin besos. Sin sexo oral —digo.
Son mis condiciones. Lo considero algo demasiado íntimo y que me rompería por completo. Sobrepasar esa barrera para mí significaría que hay sentimientos y se me ocurre una última condición.
—Sin sentimientos —decimos al unísono.
Nos sorprende haber dicho lo mismo, pero estamos tan cachondos que conseguimos ignorarlo rápido.
Sus dedos se introducen dentro de mí y gimo contra su cuello, lamiéndolo y provocando un suspiro de sus labios. Me suelta las manos y me deja desabrocharle los pantalones y bajar sus calzoncillos. Cuando su erección cubre mi mano al completo suspiramos y gemimos. Comienzo a mover rítmicamente la mano y su respiración se va haciendo más pesada, al igual que la mía cuando intensifica sus dedos dentro de mí compaginándolo con movimientos circulares en mi clítoris.
Ambos jadeamos pegados a la pared, hasta que acabamos en mi cama.
Esta vez cojo yo el mando y me subo encima de él. Me deslizo con mi sobre su erección y me masturbo contra ella. Todo resbala demasiado y siento que en cualquier momento se va a introducir, pero no nos preocupamos, le digo que tomo anticonceptivas. Sus manos aferran mis caderas provocando un dolor agradable y gime de placer, mostrándose desesperado por introducirse dentro de mí. Ahora mismo somos puros animales con instintos primarios que tenemos que satisfacer.
Lamo la zona de sus clavículas, mordisqueándolas mientras sigo moviendo mis caderas. Esta vez juego a ponerla en la entrada sin que llegue a entrar, cosa que lo excita aún más.
De pronto me coge por las caderas y me levanta llevándome a la zona de la cocina y me apoya contra la encimera. Sus manos recorren mis pechos con desesperación y agarra mi pelo cuando por fin se introduce dentro de mí. Pierdo el aire momentáneamente y me siento desfallecer. Sus caderas comienza a moverse lentamente, deleitándose en el recorrido. Nuestras frentes están juntas y ambos contenemos la respiración, hasta que me aprieto contra él y ambos gemimos casi en la boca del otro.
Nuestras manos acarician el cuerpo del otro para grabar cada detalle y pliegue de la piel mientras se introduce y sale de mí con movimientos lentos y envolventes. Tenemos que grabarnos a fuego.
De pronto estamos contra mi armario, yo apoyada contra la puerta con mis pierna enrolladas en su cintura, y va intensificando el ritmo, haciendo que nuestra comunicación consista en una serie de gemidos que nos arrancan sonrisas y risas por igual.
Esto es todo lo que necesitaba para sentirme completa. Esto es un momento que debería poder guardar para la eternidad, para poder revivirlo cada vez que quisiera.
Esto no debería acabarse nunca, pero es el principio del final. Un final que acaba en orgasmo. Un final bueno, pero amargo.
Deambulamos por toda mi habitación como animales, encontrándome con la cara sobre mi escritorio y Héctor embistiéndome salvajemente clavando la madera en mis mejillas, cosa que hace que desee aún más. Dolor y placer. Mis manos se agarran al borde del escritorio mientras este tiembla y bolígrafos y libretas salen despedidos por nuestro torbellino de sexo.
Con un movimiento me da la vuelta y acabo de espaldas al escritorio mirándolo a él, mientras desliza la lengua por todo mi escote cumpliendo su promesa de respetar los pechos y demás partes de mi cuerpo comprometidas. Yo araño su espalda y me hundo más en él, provocando que mis latidos se disparen.
Cuando intenta marcarme la piel con un chupetón se lo impido y lo tumbo en el suelo. No pienso dejar que me deje un recuerdo visible de esto. Si esto es el final, debe serlo de verdad, sin nada que recuerde lo que pasó.
Muevo mis caderas encima suya en círculos mientras cojo su cuello. Se aferra de nuevo a mis caderas de forma salvaje para intensificar la profundidad. Después rodamos y acabo en cuatro con él tras de mí, yendo todo lo profundo que se puede y masajeando mi clitoris. Siento que no puedo más y voy a desfallecer. Las piernas me tiemblan y no puedo parar de gritar y suplicarle que siga.
—Gime más para mí, Abril... Di mi nombre —me pide apretando mi cabello.
—Héctor... te odio —no pienso darle otra satisfacción.
Gime al escucharme y siento que tiembla junto a mí.
—Y yo a ti, Abril —gime en mi oído.
Nuestra sinfonía se convierte en nuestras voces repitiéndonos el uno al otro que nos odiamos, escondiendo el auténtico significado.
De pronto nuestros gemidos se ahogan y ambos nos corremos a la vez. Nos quedamos sin fuerzas. Es el mayor orgasmo que he tenido desde hace cinco años.
Los ojos se me empañan de lágrimas.
Se acabó.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora