104. Noche 8: dejar presencia de tu humillación

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Me siento como una niña pequeña a punto de ir a un parque de atracciones, aunque la realidad no escapa mucho de la ficción.
Aprovecho la ocasión para ponerme un vestido largo de terciopelo, para que así Héctor no pueda verme el tatuaje.
Hablo con Bea mientras espero a que termine de vestirse.
—¡Que envidia me das! No sabes lo estresante que está siendo esto... —suena apenada.
—Ojalá estuvieses aquí conmigo.
—Lo sé... Tendría que haber mandando a la mierda a mi familia. Mi madre no para de hacer comentarios despectivos cuando me ve cosiendo. Así es imposible que le diga nada.
—Pues a mi me encantaría ver tus modelitos —intento animarla.
—¡VAS A ESTAR DIOSA! ¡Que ganas de verte!
Héctor descorre la cortina y por un segundo me corta la respiración.
Sus vaqueros negros hacen que su suéter escotado beige destaque mucho más y que sus anillos resplandezcan dándole el toque bohemio. Vuelve a llevar el collar del candado, acentuando la zona increíblemente sexy de sus clavículas al descubierto.
—Sí... —me quedo totalmente distraída.
—¿Me estás escuchando? Tu distracción solo se puede deber a una cosa que empieza con H.
Aparto el móvil asustada de que Héctor pueda escuchar algo y huyo a toda prisa de la caravana, alejándome lo máximo posible.
—¿Qué dices? —susurro nerviosa.
—¿Sabes que algún día tendremos que tener una conversación no?
—No sé de qué me hablas —intento aparentar normalidad.
—Lo sabes, lo sé y lo sabemos, solo que he estado demasiado sumida en mis dramas personales y creo que necesito zambullirme en otros —se ríe, pero aún así suena triste.
—Duele... ¿eh?
—Como el infierno.
Sé perfectamente la expresión de su rostro, porque es la misma que tenía yo. Una sonrisa desesperanzada.
Se despide antes de romperse por completo y le doy su espacio. Sanar es algo muy personal.
—Deberías aprender a disimular lo que provoco en ti —su voz me susurra repentinamente.
Doy un salto alejándome lo máximo posible.
—Ya sabes... no creo que a tu novio le guste que encharques el suelo por otro —me guiña el ojo.
—Dos cosas. Primera, no tengo novio. Segundo, yo por ti no mojo nada —me cruzo de brazos para aparentar seguridad.
—Cuando vuelvas a tu cuarto y mires a tu escritorio, me lo cuentas, princesa —me guiña el ojo y se da la vuelta para cerrar la caravana.
Ese escritorio no es el mismo. Reconozco que desde que tuvimos sexo, no he vuelto a estudiar ahí.
Me resguardo en mi abrigo y lo espero en silencio para evadir cualquier comentario al respecto.
Caminamos en silencio por las estrechas calles iluminadas por unos farolillos que guían hacia la feria. Se escucha a lo lejos música y el bullicio de la gente, aportando la luz de los faroles un aspecto onírico a las calles que provoca una intimidad y atmósfera de ensueño.
De todos los pueblos que hemos visitado, este es de los más bonitos, aún sin tener playa, cosa que suelo considerar imprescindible.
Son apenas las nueve de la noche y la oscuridad es absoluta, con el cielo lleno de estrellas y el olor a algodón de azúcar invadiendo el ambiente.
Llegamos al final de la calle, donde se une más gente saliendo de otras bifurcaciones y nos encontramos con la explanada. Las luces de colores rebotan en los puestos llenos de chucherías, dulces y comida rápida, mientras los niños corren hacia las atracciones y la gente joven se reúne en una zona alejada para beber y bailar.
Miro la montaña rusa y los coches de choque con expectación.
No me da tiempo a preguntar cuando Héctor me pregunta.
—¿Cuando quieres que te machaque en los coches de choque? ¿Antes de cenar o después? —me sonríe de medio lado.
—¡Vas a quedar en ridículo! —mi emoción hace eco.
Un remolino de añoranza e ilusión se apodera de mí, recordándome a los viejos tiempos, a los días de solo risas y piques en las ferias, antes de ser novios.
Héctor me invita a la primera ronda. Se lo permito solo porque sé que vamos a echar varias y que también lo invitaré.
La gente sale en cascadas y corremos a por nuestros respectivos coches. Él acaba en uno de color rosa y me hace gracia por el contraste de Hello Kitty con el porte duro de Héctor. Yo estoy en el otro extremo de la pista, con un coche verde de Yoshi. He de decir como dato que ambos logos son la versión cutre de Aliexpress, porque Hello Kitty parece que está drogada y Yoshi parece salido de alcohólicos anónimos.
La cuenta atrás comienza y nos miramos desafiantes. El juego es sencillo, hay que contar cuantas veces le damos al otro. Un torbellino de emoción me invade y no puedo evitar sonreír. La niña de mi interior chilla de felicidad y se multiplica la sensación cuando veo que Héctor también sonríe, pero esa sonrisa verdadera que muestra en muy pocas ocasiones.
Ahora mismo solo somos nosotros. Héctor y Abril cinco años antes de ser destruidos.
El sonido de la alarma indica que es la hora. Los coches salen disparados, la gente chilla y ríe mientras se chocan y se persiguen, al igual que Héctor y yo.
Giro hacia la derecha esquivando a un coche que viene de lateral para acto seguido dar otro volantazo y esquivar al del frente. Somos buenos. No puedo decir la cantidad de dinero que nos podíamos dejar en este juego.
Héctor consigue salir de una zona conflictiva para perseguirme, cada vez lo tengo más cerca. Sigo todo recto, con poco tiempo para reaccionar para llegar a la pared y chocarme. Héctor cree que ha ganado, pero justo cuando va a darme giro brusco el volante y acabo dando varias vueltas perdiendo el control, pero aún así, él se choca contra la barrera.
Da un golpe al volante frustrado y a mi me da otro coche mientras no paro de reír.
Me cuesta un poco de trabajo salir, pero vuelvo a dar la vuelta y pillo a Héctor por sorpresa, haciéndole la peseta a modo de victoria.
Nos tiramos así los próximos diez minutos, en los que yo consigo darle un total de tres veces y él a mi dos. ¡Por fin consigo ganarle en algo!
La alarma vuelve a sonar y los coches se paran.
Salimos de la pista y salto triunfante ante su rostro contrariado.
—¿Quién es la mejor? —le digo con burla.
No contesta y resopla.
—¿Tienes mal perder? Que pena... aunque con tremenda paliza y humillación, yo también estaría enfadada —sigo metiéndome con él.
Sigue sin contestar y esta vez frunce el ceño, simplemente adorable.
Saco mi móvil y sin avisarle me pongo a su lado y nos saco una foto juntos. Yo sonrío triunfadora mientras él me mira con el ceño fruncido.
—¿Qué coño haces? —intenta quitarme el móvil.
—Dejar presencia de tu humillación —le guiño el ojo.
Volvemos a echar otra partida en la que le vuelvo a ganar, hasta que a la cuarta se da por vencido. Llevamos cerca de una hora metidos aquí, aunque adore ganar mi culo está resentido.
—¿Asumes la derrota? —nos acercamos a un puesto de perritos calientes.
—¿Sabes que pasa con los ganadores? Que como ganan el premio invitan a perritos —me guiña un ojo.
—Tranquilo, te invito para que así no llores —le devuelvo el guiño y él se ríe.
La noche está siendo fantástica. Después de comernos el perrito nos damos un atracón a algodón de azúcar y buñuelos de chocolate. Repetimos dos veces en la montaña rusa y nos montamos en el barco vikingo.
Pasada la una de la madrugada, nos encontramos dentro de un recinto delimitado por vallas escuchando un popurrí de música de distintos años y sorprendentemente bailamos, aunque puede que él lo haga debido al alcohol. Creo que esta es la primera noche en la que él y yo bebemos la misma cantidad y ambos estamos perjudicados.
En un momento suena una de nuestras canciones favoritas de nuestra infancia. Saltamos sin parar cogiéndonos las manos y dando vueltas hasta que acabo pegada a su pecho muerta de risa. Es reconfortante la sensación de sus manos aprisionando mis caderas y de su risa contra mi cuello.
—¡Esto es la caña! —alzo la voz para que pueda escucharme.
—¿Caña? Caña la que me voy a tomar.
Ambos nos reímos como dos imbéciles. Pide dos cervezas y nos las bebemos sentados en un banco alejado, tratando de volver a respirar normal. Tanto bailar pasa factura.
Nos quedamos en silencio mientras bebemos y observamos a la gente.
—Quién lo diría — dice repentinamente.
—¿Que te machacaría en los coches de choque? Todo el mundo —vuelvo a burlarme.
—Ja, ja... Tienes mal perder y mal ganar. Una maravilla eres —resopla divertido.
—En el fondo te encanto, no te hagas el duro —río.
De nuevo silencio y una pequeña punzada. Asumo que en el fondo no le encanté tanto. Soy una IDIOTA y el alcohol me hace serlo aún más.
Me termino la cerveza de un buche para fingir ir a por otra y escapar de este momento incómodo.
—¡Espera! —la mano de Héctor atrapa la mía y me da la vuelta hacia él.
Nuestras pupilas quedan enfrentadas y mi rostro se queda a pocos centímetros del suyo. Ambos nos quedamos desorientados sin saber qué decir o hacer.
—¿Y qué pasaría si fuese así? —apenas consigo leerle los labios debido al ruido.
—¿A qué te refieres? —el corazón amenaza con salirse de mi pecho.
Su mano tiembla en mi muñeca y mis piernas amenazan con ceder en cualquier momento.
—Pues...
—¡Abril!
Una voz nos hace girarnos y veo a lo lejos que alguien se acerca a mí.
—¡Chica de la caravana! ¿Poniéndote ciega? —Juan me abraza brevemente con los ojos totalmente rojos, como debo tenerlos yo.
Su cercanía no me sorprende, ya que las dos horas que pasamos en su tienda fueron muy intensas. Pasa como cuando vas a hacerte el láser, le acabas contando tu vida entera a esa persona sin saber cómo.
Héctor frunce el ceño sin entender nada y a mí me horroriza que descubra el tatuaje, aunque Juan debería saber que Héctor no puede saberlo. Rezo para que el alcohol lo siga manteniendo medianamente cuerdo.
—Es el plan —sonrío incómoda.
Si las miradas aniquilasen, Héctor nos habría desintegrado.
—¿Te sigue doliendo? Te hice un buen trabajo eh.
Y se acabó. El alcohol le ha frito el cerebro y a mí me entra el pánico.
—¿El qué debe dolerte Abril? —dice repentinamente Héctor intentando parecer simpático, pero con cara de asesino en serie.
¿En cuántos momentos de mi vida he odiado el alcohol? ¡¿POR QUÉ SIGO BEBIENDO Y JUNTÁNDOME EN ESTOS AMBIENTES?!
—Nada. No me duele nada —le sonrío inocente.
—Oh vamos... A ver, para perder la virginidad en esto lo hiciste bastante bien. Sangraste muy poco.
¡ESTO VA DE MAL EN PEOR!
—Dudo que haya perdido la virginidad contigo porque lo hizo conmigo hace cinco putos años —se encara Héctor con él.
A mi me entra el pánico. ¿Cómo se puede estar sacando todo de contexto?
—¿Sí? Me dijo que era su primera vez —se encoge Julián de hombros ajeno al mal ambiente debido a las cervezas que lleva en sangre.
Héctor me fulmina con la mirada y se marcha a paso acelerado del recinto.
—No entiendo lo que ha pasado. ¿Por qué se ha enfadado tu colega? —pregunta desubicado.
—¿Recuerdas que hacía un viaje con mi ex con el que me acosté hace un mes?
De pronto empieza a atar cabos y se le descompone la mirada.
—Mierda... ¿le acabo de decir a tu ex que te he quitado la virginidad? No me refería a eso.
—Exacto, y ahora, tengo que ir a calmar a la bestia —me disculpo y salgo despavorida.
No puedo tener siempre tanta mala suerte.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesWhere stories live. Discover now