15. Horas en el baño

1.5K 149 2
                                    

—¡TE ODIO! —chillo con todas mis fuerzas.
—¡Y YO A TI! —me devuelve el chillido Héctor.
Los dos estamos demasiado borrachos como para cambiar el repertorio, por lo que estas palabras nos vienen como anillo al dedo. El contrario del amor es el odio.
Luis sujeta a Héctor y le pide que se calme mientras Bea me sujeta la mano que está a punto de tirarle un cepillo a la cara.
La noche comenzó bien, más que bien. No sé en qué momento se torció. Quizá cuando Bea y Luis, también borrachos, preguntaron por la ruptura. Cuando Héctor le quitó importancia a nuestra relación, no pude evitar echarle en cara todas las frases que me decía en aquellos tiempos: que no lo dejase nunca, que era su pedazo de cielo en el infierno... ; Su excusa ha sido que cualquier adolescente diría eso para acostarse con una chica. REPUGNANTE.
¿De verdad nada de lo que dijo era real?, ¿ni cuando venía con los ojos rojos y me abrazaba pidiendo que no le soltase?, ¿o cuándo hacíamos el amor y me besaba cada parte del cuerpo diciéndome un "eres preciosa" por cada beso?
Pues sí, todo fue mentira y duele demasiado que lo confirmen.
—¿Sabes? Enhorabuena, me engañaste —le señalo—. Soy una gilipollas de narices, pero al menos puedo mirarme en el espejo sin darme asco. Eres una maldita metástasis —reprimo las lágrimas—. ¡Todo lo malo que me ha pasado en mi vida es por tu culpa!
Héctor tiene de nuevo esa mirada penetrante y me importa una soberana MIERDA.
—Tú también me jodiste la vida. Para siempre — me contesta antes de irse sin dejarme contestar.
¿Que yo le jodí la vida? LO ÚNICO QUE HICE FUE QUERERLE INCONDICIONALMENTE.
Una risa macabra sale de mis labios y Luis y Bea me miran preocupados. Rompo a llorar como si tuviese tres años y no puedo parar. Me encuentro cansada, borracha, medicada y con el corazón roto, porque sí, no he superado a Héctor aunque no quiera admitirlo y dudo que mañana me acuerde por la borrachera que tengo encima.
Luis y Bea me abrazan para consolarme y me sorbo los mocos de la manera más desagradable que he escuchado en mi vida.
—Lo siento chicas, tengo que hablar con Héctor. Pese a todo es también mi amigo.
—Lo entiendo —le sonrío.
Luis vuelve a disculparse y me abraza de nuevo antes de irse.
Bea le da un beso de despedida y al cerrar la puerta se queda unos segundos apoyada contra esta.
—Abril, lo siento muchísimo.
—Tú no tienes la culpa.- le digo sinceramente.
—Hemos sido nosotros quienes hemos preguntado —aparta la mirada avergonzada.
Le repito que no tiene culpa y decidimos que lo mejor es acostarnos. La borrachera no nos va a ayudar demasiado hoy y estoy agotada.
—Oye, Bea —digo cuando apagamos la luz—, no te mees en mi cama porfi —reprimo la risa.
—¡Ey! —me pega un codazo en broma.
Bromeamos un poco sobre pañales hasta que nos quedamos dormidas.
Al cabo de una hora y media me levanto con cuidado sin despertar a Bea, por suerte para mí tiene el sueño bastante profundo.
Cierro la puerta de mi habitación y consigo llegar a gatas al baño antes de vomitar. Me duele mucho la barriga y me encuentro fatal.
Me dan tres arcadas espantosas y me da miedo despertar a alguien del ruido que estoy haciendo, pero no puedo parar, parece que están revolviendo un puñal en mis entrañas.
Tengo la cara empapada de lágrimas del esfuerzo y empiezo a sentir como el pie me late de dolor. Reprimo un sollozo cuando noto a alguien a mis espaldas que me recoge el pelo y me frota la espalda.
—Joder, Abril... ¿vamos al médico? —la voz de Héctor hace que pegue otra arcada y vuelva a vomitar por los nervios—. Te dije que no deberías mezclar alcohol con la pastilla.
Esta vez sollozo más fuerte cuando mi cuerpo se vuelve a contraer de dolor. Estoy empapada de sudor y no paro de temblar. Héctor me abraza por la espalda y me apoya contra él.
—No te preocupes, cuando termines de echarlo todo pasará.
Al cabo de diez minutos he parado y mi cuerpo se siente agotado.
Héctor y yo estamos tirados en el suelo. Él está apoyado contra la pared y me abraza mientras yo estoy apoyada en él. Mi respiración está entrecortada y él no para de susurrarme palabras para que me relaje.
Nos quedamos en un plácido silencio y sin quererlo me duermo. Estoy tan exhausta que no puedo aguantarlo más.
Cuando me despierto Héctor se ha quedado también dormido abrazándome. Lo miro por unos segundos confundida hasta que él abre los ojos y me mira también fijamente.
—Lo siento, me he quedado dormida —aparto la mirada.
—No pasa nada —se encoge de hombros y me suelta para ayudarme a levantarme.
Nos despedimos como si horas antes no hubiésemos proclamado a los cuatro vientos que nos odiamos.
Me giro una vez más y veo que él hizo lo mismo. Cierro la puerta con el corazón acelerado.
Necesito descansar.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesWhere stories live. Discover now