101: Día 6: desconocidos que se sirven de familia

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Héctor:

Abril se sobresalta y tengo que sujetarla para que no se caiga. Me mira sorprendida y me pierdo un segundo en sus ojos.
—Vaya vaya, princesa... ¿tan nerviosa te pongo? ¿o es el miedo a perder? —le sonrío de medio lado.
—¡No voy a perder! —me señala con el dedo.
—Eso me lo demostrarás después de comer —le guiño un ojo mientras coloco la bolsa encima de la mesa.
He caminado tanto que he llegado a una hamburguesería. Estoy cansado de alimentarme a base de sándwiches, así que pensé que nos vendrían bien.
Reparto una a cada uno y me fijo en que Abril me mira con esos ojos que me hacen creer que hay algo bueno en mí. Está demasiado equivocada.
—Muchas gracias, pero nosotros no tomamos carne —me sonríe María.
—Son todas veganas. Por si había raritos en el grupo —le doy la comida.
—Qué considerado —me devuelve una sonrisa.
María también me mira de aquella forma. Parece el festival de miraditas indiscretas. Solo son unas malditas hamburguesas, ni que fuese Maria Teresa de Calcuta.
Me siento lo más alejado que puedo de Abril, porque lo único que saco en claro del día, es que cuando estoy a su lado, me pierdo por completo. Necesito un día para sentirme tranquilo, así que muy a mi pesar, la dejo al lado de André con quien no para de cuchichear hasta ponerme de los nervios.
En alguna parte de la comida, comienzan a contar anécdotas vergonzosas. Ana nos cuenta como la pillaron manteniendo relaciones con su novia sin sus padres saber que eran lesbianas.
—Y bueno, su gran excusa era que yo tenía el toto malo y me lo estaba mirando para ver si ir al médico —Bea explota en risas.
—¡Estaba nerviosa! —se ríe Ana.
—¡Nerviosa y desnuda! ¡Desnuda! —ríe aún más.
Reconozco que me tengo que reír, porque la historia de por sí es bastante ridícula, pero Bea la cuenta aún mejor. Me recuerda a mi Pelirroja, a la que he llamado mientras paseaba por la playa.
Ahora toma la palabra María, parece ser que la cosa va de situaciones sexuales.
—Mi encantador marido y yo —mira cariñosamente a José—estuvimos hace dos veranos en una comuna que mantenía su propio huerto.
—Mujer... ¿lo del matorral? —dice José avergonzado.
—Lo del matorral —asiente María al borde de la risa.
Nos cuenta la historia y estallamos de nuevo en risas. En un arrebato de amor en mitad del monte, dando un paseo por los alrededores y visitando el huerto, se apoyaron contra un árbol que por lo visto tendría que estar un poco seco, de forma que se acabaron cayendo por un pequeño desnivel y el pene de José acabó maltrecho en un matorral.
—¿Sabéis la vergüenza de ir al médico de la comuna con el pene lleno de ronchas y espinitas? —bebe un sorbe entre risas.
—Y yo me quedé sin orgasmo —se ríe María.
—¡Y yo casi sin pene!
Agarro mi estómago sin poder contener la risa. Cuando me doy cuenta, Abril me mira con una especie de sonrisa de orgullo. Siento que el corazón comienza a martillearme contra el pecho y cojo mi cerveza para intentar tranquilizarme. Odio que me mire de esa forma.
Ahora es el turno de André.
—Bueno, yo soy bi. En mi primer trío... digamos que el chico con el que me tocó no tenía mucha experiencia con la denominada "puerta de atrás": Su dedito se puso juguetón y quiso adentrarse en terrenos pantanosos sin avisar. Me desgarró el puñetero ojete. A día de hoy lo recuerdo como "el pezuñas".
Abril se apoya en él mientras se ríe y una punzada de celos me atraviesa. Intento tranquilizarme convenciéndome de que esto es lo mejor.
—Y por eso no me gusta probar cosas modernas —se ríe José.
—Dios... ¿te dolió? —pregunta Abril entre risas.
—Tuve que comprarme un cojín de hemorroides. Con eso te lo digo todo.
María me mira con una pizca de picardía y me señala para que cuente una historia.
—Yo paso —bebo.
—¡Eres un amargado! —a falta de la Pelirroja, parece que la vida me ha mandado a otra para tocarme los huevos.
—Lo siento, soy así de nacimiento —le guiño el ojo.
María se ríe y me reincorporo cuando Abril coge la palabra.
—Os voy a contar la historia de nuestra segunda vez —me sonríe con malicia.
—¡No te atreverás! —la señalo acusatoriamente.
—Por supuesto que me atrevo —me sonríe diabólicamente.
Aquel día, la marea estaba alta. Teníamos que recurrir a montárnoslo en la playa porque nunca teníamos las casas disponibles. Esa noche, recuerdo que Abril quiso probar a ponerse encima. La sorpresa fue, cuando la marea subió y tragué agua para siente vidas.
—¡Se le metió tan para adentro, que había que buscarla con un microscopio! —se ríe tan fuerte que la silla se tambalea y tiene que equilibrarla.
—¡Que te de a ti en los huevos agua congelada de repente! —no puedo evitar que me pegue la risa. Fue ridículo.
—No te preocupes hermano. A mi también me mide tres centímetros —se burla André.
—Abril te está pegando su humor rancio —le pongo los ojos en blanco.
—Abril puede pegarme todo lo que quiera —me provoca.
Pongo los ojos en blanco y decido ignorarlo.
Pasamos la tarde hablando y echando el último juego de cartas antes de marcharnos.
Me pongo en equipo con María contra Abril y André. Es un juego de hacer señas secretas y Abril juega con la desventaja de que la conozco demasiado bien, por lo que gano todas las partidas.
—Te conozco demasiado bien —le sonrío con suficiencia.
—Y una mierda —replica.
—Rabia todo lo que quieras. Has perdido de nuevo —suelto la última carta para que vea que vuelvo a ganar.
Abril intenta excusarse en que hago trampas y tengo que aguantar el ataque de risa que amenaza con darme.
—¿Trampa es conocerte como si fueses mi propia hija?—alzo una ceja.
—Eso es turbio —se ríe André.
—Jesús... ¿le das al incesto? —se burla Ana.
—Oh vamos. ¿En serio? Que tienes treinta años, madura.
—Sí, sí ríe amigo, pero estás más cerca de los treinta de lo que crees.
Pasamos así el resto de la tarde hasta que llega la hora de despedirnos. Es hora de continuar con nuestros caminos. Abril ya está con los ojos llorosos. Odia las despedidas.
Cuando llego a María, me abraza con fuerza y susurra en mi oído.
—Espero que os reencontréis en este viaje y sobre todo, que lo hagas tú —me sonríe con cariño.
Esta vez conduzco yo, porque algo me dice que Abril puede romper a llorar en cualquier instante. Reconozco que siento algo de pena. Al final hemos sido una especie de desconocidos que se han servido de familia. Me reprendo al pensar en ello. Me está pegando su ñoñería.
Miro hacia el lateral y veo que las lágrimas de Abril ya comienzan a descender.
—Lo sabía —no puedo evitar reírme con ternura.
—A diferencia de ti, yo tengo sentimientos —se cruza de brazos.
—Y por eso eres inocente —le guiño un ojo.
—Y por eso tú eres un capullo —me hace la peseta.
—Me has echado de menos esta mañana. Reconócelo.
Hace una breve pausa y me preparo para que me mande a la mierda en cualquier momento.
—Pues sí. Te eché de menos.
Se pone los auriculares y se gira hacia la ventana. Siento una vuelco en la boca del estómago y como mis palpitaciones se disparan.
Va a matarme un día de estos.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesWhere stories live. Discover now