27. El soldadito te delata

1.5K 141 3
                                    

Carlos se sienta a mi lado y tengo a Héctor en frente. Creo que es imposible que esté más incómoda.
Me pido una hamburguesa con queso de cabra y cebolla caramelizada y a Carlos le llega una pizza carbonara con una pinta espectacular.
Ambos miramos el plato del otro con deseo.
—¿Me mandas a la mierda si te cambio un trozo de pizza por un trozo de tu hamburguesa? —me dice Carlos con su maravillosa sonrisa.
—¿Me mandas a la mierda si te cambio media hamburguesa por media pizza? —subo la oferta.
—Oh Mayo, creo que eres el amor de mi vida —me da la mano para estrechársela y cerrar el trato.
Héctor no pierde detalle de nuestra conversación y yo finjo que no sé que nos está mirando.
Hay conversaciones generales que acaban desembocando en mí, ya que soy la nueva del grupo.
—Oye Abril cuéntanos. Luis y Bea están prácticamente casados y el resto del grupo solteros, pero no enteros —la broma de Gonzalo me hace reír—, así que cuenta. ¿En qué categoría estás tú?
—En la categoría de: no quiero a nadie en mi vida —sonrío y alzo un brindis en el que algunos me siguen entre risas.
Carlos sonríe con el resto, pero aparta la mirada rápido y se centra en su comida. Héctor me mira fijamente y sonríe como si fuese el mismísimo Lucifer. Me preparo para lo que sea.
—No digas eso, Abril. Tú siempre has sido muy enamoradiza.
No sé a que juega, pero no me está haciendo ni pizca de gracia su comentario. Bea lo fulmina con la mirada.
—Pasado —sonrío—. Dinos Héctor, ¿tú tienes a alguien especial? ¿O sigue con tu faceta de capullo integral? —cojo un trozo de pizza.
El resto de chicos se ríe ajenos a la guerra fría que tenemos.
—Nunca he conocido a nadie especial.
Duele, pero no lo demuestro.
—Entiendo... Por eso estás tan amargado —le guiño.
Más risas y decido pasar a la segunda parte del plan. Me concentro en Carlos.
—Oye, tienes un poco de salsa —le digo.
—¿Dónde?
—¡Aquí! —le mancho un poco la mejilla con el dedo.
Carlos tarda en reaccionar y cuando lo hace, suelta una carcajada.
—Te la devolvería si no me diese miedo a estropear por accidente tu conjuntazo. Pero que sepas que me guardo mi venganza.
Levanto las manos fingiendo pánico y Carlos me guiña un ojo.
Héctor vuelve a mirarnos con el ceño fruncido y adrede me acerco a Carlos y le susurro al oído.
—¿Esto es un poquito de acoso? —río de forma coqueta.
Traga saliva y me mira directamente a los ojos. De repente, parece seguro de sí mismo y le hace estar muy sexy.
—Depende... ¿quieres que lo sea? —sus ojos bajan a mis labios.
—Puede...
No sé si lo digo porque sé que Héctor no se pierde detalle, o porque Carlos me atrae. Entro en un pequeño juego con él, y aunque no quiero hacerle daño, quizá sea divertido jugar sin quemarnos. Solo palabras.
—Mayo —se acerca aún más a mí—, no me lo digas dos veces... por nuestro bien —su aliento roza mi oído y siento mucho calor.
Era una amenaza para ambos, pero una amenaza muy dulce...
Cuando nos separamos Bea y Héctor son los únicos que están atentos a nosotros, el resto del grupo sigue hablando ajeno.
Bea me sube las cejas con picardía y Héctor me fulmina con la mirada.
Terminamos de comer y vamos de camino a un pub del centro que dicen que es la caña. Hemos cogido un reservado.
Bea aprovecha y enlaza su brazo al mío para poder hablar en privado.
—Entre tú y Carlos se está poniendo la cosa muy caliente. He estado a punto de llamar a los bomberos —reprime una pequeña risa.
—No exageres. Estamos bromeando.
—Vamos Abril, reconoce que te pone —alza las cejas.
Me lo pienso unos segundos y decido no mentirle. Es muy evidente que nos atraemos, para qué vamos a engañarnos.
—Lo reconozco, pero no va a pasar nada. No quiero que pase nada —le digo seria.
—Si es tu decisión... —dice sin estar muy convencida—, pero si hay boda, soy la dama de honor e iré de rojo —me guiña el ojo.
Pongo los ojos en blanco y le prometo que en su boda imaginaria, irá de rojo. También le prometo que ella se encargará de mi despedida de soltera.
Llegamos al local y la música resuena a nuestro alrededor. El reservado consiste en una mesa rodeada de sofás y en el centro hay botellas ya pagadas y vasos apilados.
El local está decorado entero de blanco y tiene luces moradas que lo sume todo en un ambiente íntimo y salvaje.
La gente baila sin parar y hay muy buen ambiente. El espacio suficiente para no agobiarte.
Se supone que Héctor y yo, que somos los que conducimos, no deberíamos beber mucho. Lo prefiero, ya que mis últimos recuerdos de beber mucho alcohol no son muy buenos.
La noche pasa tranquila, entre risas y copas. Gran parte de la noche se ha basado en evitar la mirada de Héctor.
Llega el típico momento de la noche donde toca hablar de sexo y temas escabrosos. Gonzalo es el culpable de que nos hayamos metido en un juego de preguntas y respuestas turbias.
Toca decir cuándo fue la última vez que nos masturbamos.
—Hace tres años. Desde que tengo a Luis no me hace falta —nos guiña un ojo divertida.
Luis hace como que se quita el sombrero para alardear y los chicos se burlan de él.
Le toca el turno a Carlos.
—Mmmm... ¿Tres días? —dice indeciso.
Intento evitar la imagen de Carlos masturbándose, porque lo cierto es que me excita.
Mi turno.
—Ayer —digo sin pensar.
¡Mierda! Evito la mirada de Héctor. Bebo un sorbo de mi cerveza y me repito que no tiene por qué saber que fue en la ducha.
Llega su turno.
—Ayer.
Lo miro y sus ojos están fijos en los míos junto a una sonrisa picaresca. Noto mis mejillas sonrojarse y cuando escucho su risa, me bebo lo que queda de cerveza y me excuso para ir a por otra.
Cuando me encuentro en la barra suspiro aliviada. Pido otra cerveza sin alcohol y me apoyo en la barra mientras tarareo la canción que acaban de poner.
Noto una breve presión en mi espalda.
—Bu — susurra la voz seductora de Héctor.
Me sobresalto y al darme la vuelta me encuentro atrapada entre la barra y Héctor.
—Llevas evitándome toda la noche —me sonríe.
—Te sorprendería saber que el mundo no gira alrededor de ti.
—El tuyo sí —me sonríe con descaro.
—Por favor, no me cuentes tus sueños en voz alta —me burla.
La distancia entre ambos es mínima. Siento una especie de claustrofobia que se mezcla con el deseo de que se acerque un poco más. Debería ponerle una orden de alejamiento por mi propio bien, no es sano tener constantemente pensamientos contradictorios.
—Te veo nerviosa, princesa.
Apoyo los brazos contra la barra aparentando tener la seguridad que no tengo.
Saco pecho con tranquilidad y lo miro con total indiferencia.
Sus ojos recorren mi conjunto hasta parar sobre mi escote. Nunca lo admitirá, pero le gusta.
—Héctor, los ojos —le advierto.
—Te masturbaste ayer —centra sus ojos en los míos.
—Y tú —le mantengo la mirada.
—¿No te pudiste resistir? —se acerca y se queda a pocos centímetros de mis labios.
—Dímelo tú. ¿Qué tal la erección de ayer? —lo miro con desdén.
Escucho como ponen a mis espalda mi cerveza y me giro a por ella.
Vuelvo a ponerme de cara a él y antes de que me conteste le corto. Agarro su camiseta y lo atraigo hacia mí, quedándome a unos milímetros de su oído.
—Lo siento querido, el soldadito te delata —muerdo sutilmente el lóbulo de su oreja antes de marcharme.
No sé por qué lo hice, pero me siento poderosa.
A los pocos pasos, me coge el brazo y vuelve a ponerme contra la barra. Lo miro con enfado y me quedo paralizada cuando su dedo pasa por mi escote. Limpia una gota de agua que había caído del botellín frío, deslizándose por mi cuello hacia abajo.
—Ya está. No quería que volvieses mojada... Aunque lo estás desde ayer ¿no?
Se acerca cómo si estuviese recogiendo algo que estás detrás mía, pero se oculta en mi cuello. Pasa la lengua por él para limpiar el rastro de la gota y mis piernas comienzan a temblar a la vez que un calor insoportable desciende por mi vientre.
Se va.
Siempre tiene que tener la última palabra.
Le odio.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesحيث تعيش القصص. اكتشف الآن