9. Vida de color de rosa

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Bea y yo nos encontramos en la habitación de Luis jugando a la Play Station. Yo manejo el mando fatal, pero Bea parece toda una experta.
Vuelvo a perder y suelto el mando indignada.
—Mi mente no puede procesar el ver tanto botoncito. Soy team Nintendo.
—Oh, vamos, Nintendo no por favor —resopla Luis que nos mira desde la cama.
—¿Qué tienes en contra de Mario o Animal crossing? —levanto una ceja inquisitiva.
—¿Por dónde empiezo? ¿Porque es una empresa millonaria que se ríe en la cara de sus compradores?¿Porque no innovan en nada?
—Déjalo no le hagas ni caso —interviene Bea—. Simplemente se llevó una decepción con el último Animal Crossing, desde entonces les hizo la cruz.
—¡Es que me esperaba mucho más!
Los tres nos reímos al mismo tiempo y le paso el testigo a Luis para que juegue contra la ganadora.
La verdad es que los envidio mucho. Veo la complicidad que tienen, las miradas de cariño y buscar cualquier excusa para rozarse un mínimo y me muero de envidia. Eso éramos Héctor y yo, aunque supongo que todo fue una fachada.
Recuerdo una de las mejores noches que pasamos juntos.
Fuimos a la playa con una manta gigante de picnic, bocadillos y algunas linternas, dispuestos a pasar toda la noche juntos para ver el amanecer.
Hicimos carreras, jugamos a las luchas, tardamos horas en cenar porque nos íbamos comiendo a besos y finalmente nos tumbamos a mirar las estrellas.
El sonido del mar nos envolvía y el brillo de las estrellas nos encandilaba.
Había un silencio agradable, el típico silencio de cuando estás tan a gusto con alguien que solo quieres saber que está ahí, que no hacen falta las palabras.
Nuestras manos estaban unidas y eso era lo único que importaba.
Susurró mi nombre cuando estaba medio adormilada.
—¿Sí? —contesté acurrucándome contra su pecho.
—Nunca te vayas de mi lado.
Esa noche hicimos el amor por primera vez. Nos dejamos llevar tanto, que ni tan siquiera vimos el amanecer.
Vuelvo en mí y se me revuelve el estómago. Todo eso no fue real, nada de lo que vivimos lo fue. Nunca le importé y a día de hoy me lo sigue recordando.
Al volver a mirar a Bea y Luis cambia mi concepto, no los envidio nada, porque uno de los dos acabará con el corazón roto. Siempre pasa. El amor no es algo mágico que perdure, la vida real no es de color de rosa.
Me levanto nerviosa de la cama y con una excusa barata, me voy.
Necesito dejar de pensar en el pasado y dejar de pensar en él. Necesito volver a ser yo, no aquella chica consumida.
Me voy para mi habitación cuando me paro en seco y me escondo bajando las escaleras. Héctor va con una cesta de la ropa hacia la lavandería.
Subo con cuidado de no hacer ruido, y veo cómo mete la ropa en la lavadora. No hay nadie más.
Se da la vuelta para marcharse a la vez que me doy la vuelta para huir, encontrándome de cara con Bea. Me tapa la boca antes de que chille del susto y tira de mí hacia abajo. Nos ponemos a salvo antes de que nos pillen.
—¿Qué haces aquí? —susurro.
—¿Crees que no me he dado cuenta? Te ha dado el bajón por Héctor.
Parpadeo sorprendida. Hace menos de dos semanas que conozco a esta chica, pero o lee los pensamientos, o hemos intimado más de lo que pensaba.
—Estoy segura de que estabas escondida porque tramas algo —me sonríe con malicia.
Mi sonrisa se vuelve también maliciosa porque tiene toda la razón. Estaba planeando como joderle un poquito el día, eso compensaría parte de mi frustración y tristeza.
—No te voy a engañar. Pensaba en joderle la colada. Tengo una camiseta roja muy mona que quedaría ideal con sus camisetas y calzoncillos blancos. Voy a hacer su vida de color rosa.
Nos escabullimos a mi planta con cuidado de no cruzárnoslo y salimos rápidamente con la camiseta. La lavadora dura unos 45 minutos, por lo que metemos la prenda y vigilamos el pasillo para que no venga nadie.
Cuando se pone en función la secadora ha pasado media hora y la sacamos para que Héctor no la encuentre. Sonrío satisfecha al ver como una camiseta, varios calzoncillos y calcetines están rosas.
Bea me hace señas desde la entrada con cara de pánico. Leo en su boca la palabra Héctor y palidezco.
Me señala una lavadora y doy gracias a Dios por saber que quepo en una de ellas. La cierro de un portazo al tiempo que escucho a Héctor hablar con Bea.
—Hola Bea. ¿Poniendo la colada de nuevo en la cuarta?
—Eh... que va. He subido a buscar a Abril y no estaba. Creía que estaría aquí.
—Me alegro. Me dijo Luis que os lleváis bastante bien.
—¡Sí! La verdad es que Abril es genial.
—Sí... lo es. Me alegro que hayas encontrado a alguien como ella Pelirroja.
No entiendo si la última frase iba con sarcasmo, debe ser un gran actor, casi me creo que lo dice en serio.
Bea entra con él y pone sus piernas tapando la lavadora donde me he metido. La camiseta me está empapando entera y estoy empezando a sentir claustrofobia.
Hablan de conversaciones triviales y tengo que reprimir una carcajada cuando escucho a Héctor enfadado.
—¡¿Qué cojones?!
—¿Qué pasa? —pregunta Bea de forma inocente.
—¿No ves qué pasa? —suena exasperado.
—Una camiseta rosa muy chula —como Bea siga así va a hacer que me de un ataque de risa—. Me parece muy guay que no seas el típico heterobásico que repudia el rosa.
Me tapo la boca para evitar reírme.
—La cosa es —empieza a decir Héctor—, que no tengo ningún problema con el rosa. El único problema que tengo es que un gilipollas me ha jodido la colada.
—Bueno... ¡parte positiva! Me flipa como ha quedado.
Intento pensar en perritos tristes para que no se me escape la carcajada que tengo en la punta de la lengua.
Héctor se va echando pestes y Bea me abre la puerta de la lavadora cuando se asegura que ha subido a nuestra planta.
—¡Te has perdido la cara que ha puesto! —me susurra entre risas.
—¡Casi haces que me mee de risa aquí dentro! Por cierto, no vuelvo a meterme en una lavadora en la vida. Creo que acabo de desarrollar claustrofobia.
Vemos mi ropa empapada y la camiseta chorreando y no podemos aguantar más las carcajadas.
Da gusto ser un genio del mal con una amiga que está dispuesta a todo por ti.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesWhere stories live. Discover now