72. ¿Eres consciente?

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Soy consciente de que tengo un problema. Bueno, en sí tengo varios, pero sobre todo hay uno que me perjudica bastante, y ese es el sobreanalizar las cosas. Siempre he tenido tendencia a buscar explicación a todo forzosamente, o a tener que hacer mil diseños distintos para analizarlos todos hasta poder dar con el mejor. Muchas personas piensan que esa es una gran cualidad para el trabajo, pero el problema llega cuando afecta a lo personal.
El día que nos presentamos Héctor y yo al concurso del instituto hice una barbaridad de diseños distintos, dediqué tantas horas a ser la mejor que desembocó en casi suspender un examen, pero valió la pena. Estuvimos juntos casi una semana entera en la que se quedaba a dormir en mi casa y ganamos el concurso. Yo gané por dos. El concurso y tiempo a su lado. Eso está genial, el problema es cuando toca lo personal, y esa persona tiene nombre y apellidos. Héctor Márquez Real.
Sentada en el asiento trasero, dejándome mecer por la oscura carretera siento ese dolor característico. Es pequeño, pero inconfundible. El seguir sin entender por qué me dejó de aquella manera, la necesidad de hacerme daño cuándo me dijo claramente que no quería estar conmigo. Incluso un simple mensaje hubiese estado mejor.
No paro de darle vueltas a qué hice mal, por qué no fui suficiente si parecía que lo teníamos todo. Planes para ese verano... planes para el viaje de fin de estudios... planes para la universidad. Planes para apostar por una vida juntos.
Creo que eso es lo que me mantiene en esta nube de emociones, el que alguien no sepa decirme cual es el problema. Cuando un trabajo lo haces mal te pueden explicar a qué se debe la nota, dónde están los fallos. Pero cuando dejas de querer a una persona, a veces no sabes ni la propia explicación.
Vuelvo a conectar con la conversación y veo a Bea, sonriendo de oreja a oreja, pero me fijo en algo, un pequeño tiemble en la pierna que nunca he visto. Está nerviosa y no me extraña. Nunca es agradable reencontrarte con un ex y mucho menos si es tu vecino.
Si nuestra vida fuese un libro, lo titularía "Ex, vecinos y otros desastres naturales". Probablemente lo publicaría en wattpad.
—Bea, ¿estás bien? —interrumpo la conversación.
Se hace un pequeño silencio en el coche y veo como Héctor la mira de reojo mientras se muerde el labio incómodo. Le importa muchísimo aunque nunca lo reconocerá.
—¡Pues claro! ¿Por qué iba a estar mal? —finge una sonrisa.
—¿A lo mejor porque vas a ver a tu ex al que sigues queriendo esta noche? —la voz sarcástica de Héctor resalta lo evidente.
Bea y yo lo fulminamos con la mirada a la vez.
—¿Qué? Soy sincero y punto —se encoge de hombros.
—Eres un capullo y punto —no puedo controlarlo.
—Estoy con Abril —se cruza de brazos.
—¿Entonces qué coño hacéis montadas en mi coche? —suspira frustrado.
—Porque si me voy a poner hasta el culo para olvidar que voy a fingir que estoy super bien viendo a mi ex... necesito un chófer —le sonríe Bea.
—Tienes a Abril —le sonríe de medio lado.
—Ya, es que Abril —interrumpo y aparezco entre los dos asientos—, también ve al capullo de su ex esta noche. Necesita ponerse hasta el culo también —le sonrío con sarcasmo.
—Yo también veo a mi ex —pone los ojos en blanco.
—Ya, pero me dejaste tú a mí, así que lo siento. No tienes derecho a ponerte hasta el culo —vuelvo enfadada a mi asiento.
Bea se ríe con nuestro intercambio, pero lo que no sabe es que ambos vamos muy en serio, o al menos yo. Esta noche necesito alcohol y no como las últimas veces, sino en más cantidad. El resto de veces hemos bebido para estar con el punto divertido, excepto la noche que me intoxiqué con los medicamentos y el alcohol, aunque a Héctor sí lo vi muy borracho la noche que pegó en mi habitación para que lo cuidase.
Encontramos aparcamiento y andamos por la calle en silencio, resguardándonos del frío con nuestros abrigos. Cuando llegamos a la discoteca, nos paramos unos segundos en la entrada. Observamos que Bea empieza a temblar ligeramente.
—Solo tienes que pedirlo y nos vamos a casa a ponernos hasta el culo en mi habitación —la tranquiliza Héctor.
—Estoy bien —dice mirando fijamente al letrero neón.
—Estás temblando —resalto.
—¿Sois conscientes de que estamos en diciembre? —intenta convencernos.
—¿Eres consciente que estás a un paso más de un infarto o vomitarle al segurata? —alza una ceja Héctor.
—¿Eres consciente de que estás exagerando? —se vuelve hacia Héctor.
—¿Y tú eres consciente de que estás más blanca que los cojones de un cura? —se acerca a ella con el ceño fruncido.
—¿Eres consciente de que soy BLANCA como la leche? —le señala con un dedo.
—¿Y vosotros sois conscientes de que estáis estorbando en la entrada? Entráis u os vais —nos corta el segurata.
Héctor frunce el ceño y tiene pinta de que va a contestar  algo grosero, por ello me interpongo entre los dos.
—Disculpe... Entramos. No los puedo sacar sin bozal —bromeo con el segurata.
—Ya sabes... si se muerden dentro, puedes venir conmigo a vigilar la puerta —me sonríe con tono seductor.
—Claro... no lo dudaré —pongo una sonrisa seductora también al tiempo que arrastro a Héctor y Bea dentro.
Héctor va echando pestes y Bea mira hacia todos lados nerviosa por ver a Luis. La música invade cada esquina del local y la luz oscura con pequeños destellos de color le da un ambiente psicodélico. La gente baile y ríe, pero yo tengo los nervios a flor de piel pensando en pasar una noche con Héctor, Carlos y una Bea desolada con un Luis que está igual o peor.
—No puedo creerme que hayas ligado con el puto portero. ¡Es un gilipollas! —se queja Héctor alzando la voz para que lo escuche.
—Ibas a soltarle algo desagradable y nos iban a echar imbécil —frunzo el ceño abriéndome paso entre la gente.
—¡Eso no es verdad! —se queja.
—Sí, es verdad. Se te estaba inflando la vena del cuello —recalca Bea alzando la voz también.
—¿Queréis saber dónde está la vena que vosotras me hincháis?
Ambas nos damos la vuelta a la vez cruzándonos de brazos. Héctor para en seco frunciendo el ceño.
—Vale, lo siento —suspira.
—Tú y tus genitales es mejor que os calléis un ratito —inquiero y Bea asiente.
Héctor hace un ruido de frustración, pero se calla. Bea y yo nos sonreímos cómplices.
Por fin encontramos a nuestro grupo y nos quitamos las chaquetas para ponerlas en el sofá donde el resto. Bea finge una seguridad admirable hasta que Luis la mira y se hace el silencio. Carlos aparece en escena y se le ilumina la sonrisa mientras yo también trato de ser lo más natural posible. El resto del grupo se queda en un silencio incómodo y todos nos saludamos con la mano.
—Bien, alcohol. Cantidades ingentes de alcohol —masculla Héctor entre dientes cuando ve a Carlos mirarme.
Y eso hace, ir a por copas para los tres mientras el grupo vuelve a la normalidad y fingimos que no pasa nada.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesWhere stories live. Discover now