84. ¡ESTO ES EL PUTO DESTINO!

1.1K 83 1
                                    

Bea y yo paseamos por el parque Solsticio, uno de los más famosos de la ciudad.
Está lleno de grandes arboledas que pasan decoradas gran parte del año.
Cuelgan adornos de navidad por todos lados y  el suelo está adornado con copos de nieve falsos.
Tenemos cada una un vaso de chocolate caliente y vamos vestidas con vaqueros, gorros y chaquetones gruesos. Han bajado mucho las temperaturas de un día para otro.
Nos sentamos en uno de los bancos que está cerca de una gran laguna con patos. El parque está casi desierto, se respira una tranquilidad abrumadora.
—No puedo creerme que vayamos a pasar casi dos semanas sin vernos —dice Bea haciendo pucheros.
—Lo sé... Y lo peor es que voy a tener cero descanso con el concurso —suspiro formando una pequeña nube de vaho.
—Es una mierda todo. Encima van a ser la primera Navidad que paso sin Luis. Todavía ni se lo dije a mis padres.
—¿Y lo del curso? ¿Vas a decirlo? —bebo un sorbo de mi chocolate. Está demasiado bueno y me hace entrar en calor.
—Mi parte responsable me dice que debería decirlo pero mi otra parte... Me da miedo. No he conseguido ni trabajo. Digamos que quiero hacerlo cuando pueda demostrarles que lo he conseguido —se encoge de hombros y apoya su cabeza en mi hombro.
—Y lo harás. Muy pronto —la animo.
—Solo quiero el maldito trabajo. Si tuviese trabajo les contaría todo, porque así si me quitan el dinero no tendría miedo, pero si no... Antes al menos tenía la seguridad de Luis —bebe un sorbo de su bebida.
—No necesitas la seguridad de un tío. Si tus padres te quitan el dinero, te vienes conmigo. Ya estamos acostumbradas a dormir juntas —le sonrío.
—Muchas gracias. De verdad —me da un mini abrazo.
Miro el reloj. Ya son las cinco y media de la tarde.
Hemos estado toda la mañana juntas y hemos almorzado en una nueva pizzería que descubrimos en el centro de la ciudad.
He quedado con Carlos a las ocho y media, así que ya mismo debería volver a poner la última lavadora antes de irme.
Anoche finalmente decidí no bajar. No voy a ser yo la que fuerce nada, y menos algo llamado "destino", cosa que es una auténtica farsa para mantener la fe.
Héctor no es nadie por quien retomar esa fe.
Me volví a acostar con la persona que me humilló. Cada día que pasa me avergüenzo más de mí misma.
—¿Nerviosa por tu cita con el buenorro de Carlos? —me sonríe con picardía.
—¡No! Bueno... ¿Un poco? Esto de ir despacio me va a costar la salud —me río.
—Sois las únicas personas con nuestra edad que conozco que después de tener sexo salvaje, deciden que lo mejor es ir despacio —se burla de mí.
—¿Somos clásicos?
—Sí, claro. Por eso hicisteis un pequeño viaje a cuenca. Porque sois clásicos —le da un ataque de risa.
Vale... Es cierto que pensándolo de esta forma, suena algo ridículo, pero aún así, me gusta la sensación de que alguien esté dispuesto a esperar por mi. Es reconfortante.
Nos terminamos de beber el chocolate y volvemos a mi coche.
El trayecto es corto, de no más de veinte minutos. Lo pasamos cantando a pleno pulmón canciones de Britney Spears.
Cuando llegamos a la tercera planta Bea y yo nos abrazamos con cierta nostalgia. Ella se va mañana con su familia, por lo que es mi último día en dos semanas sin ella. La voy a echar muchísimo de menos.
—Promete que me vas a llamar cada dos por tres —me pide.
—¿Lo dudabas? Pienso llamarte todos los días —le guiño el ojo.
—Te voy a echar de menos —se le ponen los ojos llorosos.
—Yo también a ti. Te...Te quiero un montón —esto último me cuesta decirlo.
—¡YO TE AMO CON LOCURA!
Otro abrazo gigante y nos despedimos.
Subo a mi habitación y cojo las cosas que tengo para lavar, que no son muchas. Un programa corto irá bien.
Bajo a la lavandería y prácticamente estoy sola. Se nota que el edificio se va quedando vacío a causa de las vacaciones.
Me siento con el móvil en uno de los bancos y a los pocos minutos escucho risas que provienen del pasillo.
—¿Y hoy? ¿Conseguiré tu número de móvil? —la voz de Héctor. Mierda.
¿Por qué? Lo vi ayer con mis propios ojos bajar a poner la lavadora. Se supone que precisamente no forcé nada. El destino debe existir y se debe estar burlando de mí ahora mismo. Mi vida es una comedia mala de Netflix.
—Mmm... No lo sé... No doy mi número a acosadores en potencia —¿Héctor ligando con la misma chica más de un día consecutivo? Debe estar de coña.
Ambos siguen hablando sin percatarse que estoy en una esquina de la habitación. Encima parece que no existo. Estupendo.
—Te recuerdo que tú me pediste una cita —se burla de ella.
—¿Si? Yo solo sé que ayer se me fastidió la colada y he tenido que volver —le coquetea.
Dios santo, esta escena es repulsiva.
—Anda ¡y a mi! Por ello me pediste una...
—El destino querido vecino —le corta.
¿El destino? ¿En serio? ¡ESTA TÍA NO SABE DE VERDAD QUÉ COÑO ES EL DESTINO!
Tengo granas de gritar que el destino es reencontrarte con tu ex y que para colmo, seáis vecinos de la misma plata. Frente a frente. ¡ESTO ES EL. PUTO DESTINO! Si el destino existiera, sería justo eso, no ir a hacer una ridícula y patética colada.
Mi enfado va en aumento.
—Natalia, estás perdiendo el poco atractivo que te quedaba.—le dice metiendo la ropa en una de las lavadoras.
—O sea... Que algo sexy sí que te parezco —le sonríe con picardía metiendo su ropa en otra lavadora.
—¡Héctor! —intervengo.
Ambos se sobresaltan al escuchar mi voz y yo me arrepiento enseguida de haber dicho su nombre.
¿Puedo dejar de ser tan sumamente ridícula?

Ex, vecinos y otros desastres naturalesWhere stories live. Discover now