48. Vacíos

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Cuando Héctor vuelve a la mesa con esa sonrisa de capullo integral, me levanto y voy al baño.
—No hagas nada malo —se ríe cuando paso por su lado.
Lo primero que hago es agarrarme al lavabo y respirar profundamente. Las manos me siguen temblando y algunas gotas de sudor caen por mi cuello hasta llegar a la zona del escote.
Abro el grifo y me humedezco el rostro y la nuca. Un escalofrío me recorre al notar el agua fría en contacto con mi piel. El otoño ya se nota bastante.
Echo un vistazo en el espejo y por unos segundos me siento patética. Me doy la vuelta para no mirarme.
Me repito una y otra vez que no hice nada malo y que mientras no nos besemos yo estaré bien. Tengo que estarlo, por ello llevo años esforzándome.
Vuelvo a vivir la escena de él con Andrea una y otra vez, como un bucle infernal que hace que vuelva a aflorar ese odio, que todas mis barreras se alcen.
"No me está utilizando. Lo estoy utilizando yo" —vuelvo a repetirme.
Cuando consigo sentirme segura de mí misma, salgo con una sonrisa falsa.
Héctor está de pie esperando en la barra con mi bolso, supongo que es la hora de irnos.
Llego y me echa una mirada de arriba abajo con una expresión de superioridad que me encantaría borrar de su cara.
—¿La cuenta? —pregunto.
—Pagada —se apoya contra la barra.
—¿Cuánto es? —busco la cartera.
—Nada. Otro día pagas tú —responde jugando con los anillos.
—¿Insinúas que quieres cenar otro día conmigo?
El corazón me palpita a toda velocidad a la espera de su respuesta. Está a punto de protestar cuando un señor de unos cincuenta y largos años nos interrumpe. Viste un uniforme de chef y su pelo, cano pero abundante y bien cuidado, va a juego con un bigote muy peculiar. El hombre tiene una expresión amable en el rostro y abraza a Héctor con familiaridad.
Me pregunto si será algún familiar, nunca llegué a conocer a su familia aunque él sí a la mía. Que no me la presentase en esos años demuestra lo ciega que estaba, nunca fui algo lo suficientemente importante como para esas formalidades
—El pequeño Héctor —le da un golpecito en el hombro.
—Hola, Pierre —me mira Héctor incómodo.
—Por fin una noche acompañado chico. ¿No me presentas?
Pierre se da la vuelta hacia mí y como Héctor se queda sin palabras, tomo yo la iniciativa, por pura educación.
—Muy buenas, soy Abril —le tiendo la mano.
—¿Abril? ¿Esa Abril? —se da la vuelta hacia Héctor asombrado, no sin antes estrecharme las manos.
¿Acaso Héctor le ha hablado de mí? De pronto me siento nerviosa y quiero huir de esta escena sin sentido.
—Eh.. Pierre nos tenemos que ir —intenta escabullirse Héctor.
—¡Chorradas! Que alegría conocerte niña —me abraza y le devuelvo el abrazo un poco incómoda —. Ya entiendo por qué insististe tanto estos días en que cuando vinieras ya estuviese el menú elegido —se ríe Pierre.
A Héctor se le descompone la cara y se tira del cuello de la camiseta nervioso. De pronto esta conversación me empieza a interesar.
—¿Desde hace días? —le pregunto directamente a Pierre.
—Sí, sí... ¡no ha parado! Aunque me alegro verlo aquí con alguien. Verlo siempre solo, ya era preocupante —se burla con cariño de él.
Miro a Héctor sin entender nada. ¿Por qué llevaba días planeando esto? Aunque mi pregunta más importante es por qué viene solo. Nunca ha sido una persona tan solitaria, no a este punto.
Antes de que Pierre diga algo más, consigue sacarme de allí, aunque he intentado evitarlo. Consigo decirle a Pierre que volveré y que la comida estaba buenísima.
Al salir, Héctor y yo nos quedamos unos minutos observando la playa. Escuchamos el sonido de las olas rompiendo contra la orilla y vuelvo hace cinco años atrás.
Una parte de mí quiere adentrarse descalza en la arena y tumbarse cerca de la orilla, pero no con Héctor. Sería demasiado doloroso estar en un sitio tan parecido al que hay en nuestro pueblo. La playa significa demasiado, era nuestro sitio favorito. La mera idea de estar a solas con él aquí hace que quiera llorar.
Su mirada está también perdida en las olas y está esa pequeña pizca de dolor que llevo meses viendo, la única muestra que tengo de que Héctor es una persona como yo, que también sufre, que tiene algo de corazón.
Se gira hacia mí dispuesto a decir algo, pero vuelve a cerrar la boca y evita mi mirada.
—Hace frío. Volvamos.
No pregunto, me limito a seguirle. Una parte de mí prefiere evitar saber lo que quería decirme. Quiero protegerme para no volver a romperme.
Al entrar en el coche froto mis manos para entrar en calor.
Héctor entra y arranca el coche en silencio.
Me apoyo contra la ventana mirando el paisaje, pero no puedo evitar hacer preguntas que me queman en la garganta.
—¿Quién es Pierre?
—Un amigo de mi madre. Este es su restaurante favorito desde que era pequeño —responde algo tenso.
—¿Por qué vas solo? —sé que esta pregunta va a costarme cara.
—Porque no tengo a nadie importante con quien ir —se encoge de hombros.
El corazón comienza a latirme desbocado de pensar que quizá yo sea importante. No puedo serlo. Ya me lo demostró en su momento, así que no entiendo por qué no soy capaz de tranquilizarme.
—¿Por qué no vas con tu madre?
—Abril, deja de ser una puta entrometida —su tono es tan sumamente serio que se me corta la respiración.
Hago el resto del trayecto en silencio, con un nudo en la garganta que no me deja respirar. Este es el Héctor del final, el mismo Héctor que me reencontré. Frío, hiriente, vacío.
Yo vuelvo a ser por unos minutos la misma Abril del final. Triste, desubicada y vacía también.
Estar "vacíos" es lo único que tenemos en común.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin