107. Noche 9: ex hasta la eternidad

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Aunque estamos en pleno invierno el calor sofocante hace que quiera arrancarme la ropa, o más en concreto, que me la arranque él.
Estamos en el pequeño cubículo del probador sudorosos, agitados y tapando la boca del otro para que nadie escuche nuestros gemidos. Mi camiseta está tirada en el suelo al lado de la suya, y mi falda está totalmente remangada con sus manos sujetando mi culo desnudo. En esto ha consistido nuestro día, en ataques de pasión desenfrenados que aliviábamos en cualquier lado. En la caravana de nuevo antes de salir, el baño de la cafetería de aquella plaza, el pequeño callejón oculto tras la catedral, el probador de esta tienda de ropa... Totalmente desbocados.
No sé qué ha cambiado exactamente, pero nos hemos metido en un universo paralelo en el que nos evadimos de todo y solo existen risas, caricias y sexo. Mucho sexo.
Salimos del probador con la ropa que ni tan siquiera nos hemos probado y se la devolvemos a la chica.
—Al final nada.—le sonrío.
—Ya... normal —me mira de reojo y me muerdo el labio avergonzada.
Salimos a toda prisa de la tienda y explotamos en una carcajada conjunta.
—¡No pienso volver a esta ciudad en la vida! —me tapo la cara totalmente avergonzada.
—Oh, vamos, princesa... Yo creo que le hemos dado una buena anécdota que contar —su risa es simplemente maravillosa.
—¡Me arrastras por el mal camino! —lo señalo con el dedo sin parar de reír.
—Abril... ese camino lo tenías asfaltado de tu propia mano —agarra mi mano riéndose y tira de mí para comenzar a bajar la calle.
Miro nuestras manos unidas y sonrío. Esto es nuevo.
Es cierto que llevamos todo el día lleno de caricias y acercamientos, pero no nos habíamos cogido de la mano.
Sonrío mientras bajamos la calle y aprieto levemente su manos a lo que él responde igual.
Nos debemos una última noche sin discutir y sin pesar en el pasado, o al menos eso quiero que pase y por ello evito divagar en otras cosas que no sea el aquí y el ahora.
Mañana cada uno volverá a su casa y este viaje tendrá su fin. Evito también pensar en ello para no venirme abajo.
Cruzamos la plaza empedrada que me recuerda a la roma antigua y nos encaminamos hacia el Camino de los enamorados, el gran atractivo de este pueblo y paradójicamente, nuestra última parada.
El recorrido consiste en un paseo por todo el centro en el que hay que encontrar las frases ocultas grabadas en el empedrado, para finalizar en unas escaleras que dan lugar a un mirador que te ordena las frases en una placa para explicarte la historia de "Los amantes de las estrellas".
Encontramos la primera frase en la fachada de la universidad, "No creía en las casualidades hasta que te conocí".
La siguiente frase la encontramos grabada en un alcantarillado precioso, con un diseño de bordados florales en el que los corona la siguiente parte de la historia, "nuestras manos buscaban las constelaciones de nuestras almas".
Seguimos buscando por toda la ciudad, en un recorrido que junto al alumbrado tenue y la atmósfera de cuento de hadas, hace que sienta una calidez extraña en mi pecho. Es un pueblo para enamorarte.
Nuestras manos están unidas en todo momento, buscando la historia de estos enamorados y a la vez volviéndonos a enamorar del mero hecho de estar bien.
La subida hacia el mirador es preciosa, da directamente al acantilado y se puede escuchar las olas rompiendo contra las piedras. Ese tramo está algo menos iluminado que el resto, creando una atmósfera de intimidad.
Llegamos a la cima donde hay varias parejas asomadas para apreciar el mar revuelto y otras leyendo la inscripción de la placa.
Héctor y yo nos acercamos a esta antes de disfrutar de las vistas.

"No creía en las casualidades hasta que te conocí. Nuestra historia comenzó como algo breve, sin importancia, pero el destino no paraba de cruzarnos en todas direcciones. No importaba el paso de las estaciones, ya que siempre que sonreías, la primavera adornaba el paisaje.
Tus padres me odiaban, y para que engañarnos, yo me odiaba aún más, por eso las estrellas y las noches de soledad eran mi refugio. Hasta que tu apareciste en ese acantilado.
Tras horas de charlas hasta la madrugada y cientos de estrellas después, nuestras manos buscaban las constelaciones de nuestra alma. Empezando a vernos por primera vez aunque llevábamos años haciéndolo.
Nunca me creí digno de ti, por ello acabaste casada con otro, pero amándome en silencio, al igual que yo te amaba casi tanto como a las estrellas.
Tus hijos crecían y mis estrellas continuaban en el firmamento.
La última vez que te vi, estábamos en este mismo acantilado. Nuestras arrugas gritaban el paso del tiempo, pero nuestros corazones seguían acompasados. Nunca dejamos de buscar nuestras constelaciones."

Es hermosamente dramático, pero me causa demasiada frustración. Se querían y aún así, no apostaron, no lo intentaron. ¿Eso nos pasará a nosotros? ¿Nos encontraremos constantemente destinados al fracaso?
Qué doloroso debe ser renunciar a todo lo que has querido porque crees no merecer felicidad. Qué doloroso debe ser rehacer tu vida con otra persona a sabiendas que no es amor verdadero. La imagen de Carlos se me cruza por la cabeza y me tenso.
Noto levemente como la mano de Héctor tiembla y sus ojos no paran de releer aquella placa. Coge bastante aire y lo suelta en un suspiro lleno de angustia. Tira levemente de mi mano para alejarnos de la placa, con una expresión apagada en el rostro.
No pregunto ni hago ningún comentario. Prometimos que esta noche sería perfecta y mi curiosidad sólo sacaría su parte reservada y apática.
Una vez en la barandilla nos soltamos las manos para apoyarnos y disfrutar de las vistas. Soy consciente del frío que hace cuando no noto su calidez, así que me refugio en mi chaquetón, metiendo las manos en los bolsillos y volviendo a acariciar el colgante que no me atrevo a ponerme.
Un sonido metálico me hace mirar abajo y veo que las rendijas están llenas de candados. Asumo que es la forma de declararse amor eterno de las parejas de esta ciudad. Llenar el mirador de aquellos amantes de promesa que no saben si van a poder cumplir.
Me agacho para mirarlos todos, sonriendo a las pequeñas frases que pone en muchos de ellos y preguntándome si esas relaciones ya están más oxidadas que estos candados.
Héctor se agacha sentándose a mi lado. Seguimos viendo el mar entre las rendijas.
—¿Qué piensas? —pregunta sin mirarme.
—En que estos llevan mucho tiempo aquí. Mira cuanto oxido —arrugo la nariz y me siento también.
—Me refiero a la historia.
—Ah eso... ¿Qué piensas tú? —pregunto incómoda.
—Yo he preguntado primero, princesa —me sonríe de medio lado y por fin me mira.
Esta vez soy yo la que aparta la mirad para contestar.
—Que fueron idiotas. Podrían haberse esforzado un mínimo —me encojo de hombros.
Héctor se queda en silencio y cierra los ojos disfrutando del sonido del mar. Lo imito.
Retengo las ganas de preguntar. Me sorprende cuando él mismo toma la iniciativa y me contesta.
—Se supone que ya tuvieron su oportunidad... Las segundas partes nunca fueron buenas —su voz suena apagada.
Siento dolor en el pecho por sus palabras y me muerdo el labio para reprimir las ganas de llorar.
—Las segundas partes nunca son buenas si son con las mismas personas.
—Hombre es que si no es con la misma no tendría sentido —se burla de mí.
—Te equivocas. Tú y yo no somos las mismas personas que hace cinco años —digo finalmente.
Cierro los ojos para evitar su mirada y finjo también centrarme en el sonido del mar.
Noto un beso en mi mejilla y me sobresalto. Héctor posa una mano temblorosa en mi cuello y me atrae hacia él, dejando nuestros labios a tan solo unos centímetros.
—A veces, y no te vengas arriba con lo que te voy a decir, tienes razón —me sonríe con ternura besando mi mejilla de nuevo, con una lentitud que me hace estremecer.
Quiero besarlo tanto que incluso siento dolor físico. Me atrae contra su pecho y me quedo justo ahí, relajándome con el latido de su corazón.
Estoy muy asustada. Me prometí no pensar en ello, pero me aterroriza haberme dado cuenta de que sigo enamorada de él. Cuando la ansiedad amenaza con salir de mi pecho, Héctor pone en mi campo de visión un pequeño candado con nuestras iniciales grabadas.
—¿Dejamos constancia de este viaje?
Toco con la yema de mis dedos el candado sin atreverme a cogerlo. ¿Cuándo lo ha comprado? Y sobre todo... ¿por qué lo hizo?
—¿Eso no es para parejas? —río nerviosa.
—¿Sabes cuál es la diferencia? Las parejas tienen la posibilidad de dejar de serlo, de que eso no sea para siempre. En cambio, los ex tienen la cualidad de ser eternos de por vida, y por mucho que no te guste... Tú y yo tenemos una unión que jamás se va a poder romper, para bueno o para malo —me sonríe.
—¿Insinúas que quieres estar en mi vida por siempre?—me burlo de él.
—Como si fuese tu hijo. Me has tenido y no te puedes desentender —me guiña un ojo.
— ¡No! Que puñetero asco, Héctor —arrugo la nariz y comienzo a reírme—. No sé si prefiero que seas mi hijo o cuando dices que me has parido...
—Te encanta cuando digo que te he parido. Es tu fetiche sexual oculto —se burla y acabamos explotando en risas.
Miramos el candado una vez más.
—Dejemos constancia de que somos ex hasta la eternidad
—sonrío.
—Ex y vecinos —me sonríe abriendo el candado.
—Y otros desastres naturales.
Cuando el candado se cierra nos cogemos las manos de nuevo y tiramos la llave al mar.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesWhere stories live. Discover now