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— Qué extraño.

Miré a la ventana. No había nadie por las calles. Estaba atardeciendo. Las calles estaban pintadas de un naranja con ligeros tonos azules y lila. Seguramente se quedó con unos amigos o tal vez algo le sucedió.

— ¿Qué ocurre? — preguntó Tsumiki con curiosidad.

— Megumi no ha llegado. A estas horas ya está en la casa.

— Seguramente se quedó con unos amigos — respondió.

— Sí. Es lo más seguro — dije alejándome de la ventana —. Aún así...

— Irás a buscarlo, ¿Verdad? — asentí mientras reía, ella sonrió — Bien. Aquí los estaré esperando para cenar.

— Claro. No tardamos — abrí la puerta, salí de la casa, la cerré a mis espaldas y me dirigí hasta la calle para buscar a Megumi.

Miré a mi lado derecho, no había nadie. Miré a mi lado izquierdo, ahí estaba. Caminé hasta allá ya que estaba platicando con alguien. Seguramente un amigo de la escuela.

— Ahí estás — dije con gran alivio. Él se dio vuelta al escucharme.

— Hola, Sunmi — saludó.

— Perdón, no sabía que estabas con un amigo — al fijarme con el niño en el que estaba, descubrí, que no era un niño — Ah... Ya veo — tomé a Megumi de su hombro — ¿Puedo ayudarlo en algo? — él sonrió. Hasta cierto punto, tiene una bonita sonrisa.

— Una disculpa, señorita. Me encontraba platicando con el joven Megumi. No pensaba hacerle algún daño.

— Te he dicho que no le des tu nombre a extraños — dije tranquila.

— Perdón — respondió mi hermano cabizbajo. Suspiré profundo.

— Ve a la casa. Tsumiki nos está esperando para cenar.

— ¿Tú vas a venir?

— Sí. En cinco minutos estoy allá.

— Está bien — levantó la cabeza para ver al hombre que aún seguía en cuclillas. Lo solté para que se fuera. Lo vi alejarse hasta que llegó a la casa.

— Dígame, señor...

— Satoru — se puso de pie. Es mucho más alto que yo —. Satoru es mi nombre, señorita — nuevamente sonrió.

— Bien, Satoru — asentí — ¿Qué te trae por aquí? ¿En qué puedo ayudarte?

— Me dijeron que aquí podía encontrar a una tal Fushiguro Sunmi.

— Su servidora — crucé los brazos — ¿Qué se te ofrece?

— Bueno, como es un poco tarde y lo que debo de decirte es un tanto... Extenso... Me agradaría que mañana tomáramos un café o... — negué.

— Lo siento, pero no puedo salir con extraños.

— Dime, ¿Conoces las Maldiciones?

Esa palabra... Esa maldita palabra... Me recuerda al odioso de mi padre. Por años me mencionó acerca de la maldición que tengo de nacimiento, Crystarium. Consiste en crear armas de cristal. No es tan mala. Pero es peor cuando se combina junto a Murasame, con la energía maldita que corre por mis venas, mis armas se convierten en malditas y me permite matar de un corte a mis adversarios inyectandoles un veneno maldito que detiene el corazón de la victima en cuestión de segundos para después, quedarme con sus almas.

Se dice que esta Maldición la tenía anteriormente la esposa del Rey de las Maldiciones y, que al morir en una batalla todo por salvarlo a él sabiendo que era más fuerte que ella, juró reencarnar en una mujer el día que Sukuna esté libre. Mal momento para llamarme igual que la esposa muerta. Mal momento para tener esa maldición.

«Lovefool»; Gojo SatoruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora