"Ámame, ámame; dí que me amas. Engañame, engañame; ve y engañame.
Ámame, ámame; finge que me amas.
Déjame, déjame; sólo dí que me necesitas."
[Libro I; Saga: Lovefool]
A tempranas horas, Mei Mei tocó la puerta de mi habitación con algo de brusquedad casi parecía que la quería derrumbar.
— ¡Por Dios, mujer! ¿Conoces la ataraxia? — pregunté irritada. Esta vez Satoru durmió conmigo en mi habitación, ¿Cómo esos golpes no lo pudieron despertar?
— No. No la conozco y no tengo el gusto — respondió — ¿Y el dinero?
Caminé hasta una mochila que tenía sobre una silla de la habitación, aquella que está en mi escritorio. Al girarme, la veo queriendo molestar a Satoru que aún yace dormido.
— Mei Mei — dije, con voz un tanto firme. Ella me mira y sonríe con amplitud. Corrió hacia mí para tomar la mochila, pero yo la hago a un lado para que no la atrape.
— ¿Huh? — es primera vez que veo una expresión diferente en su rostro. Sonreí de manera satisfactoria.
— Te lo voy a dar, pero, eso no quiere decir que no me lo vayas a devolver.
— En pagos anuales te lo voy a devolver, hermosa. Ahora, dame — le entregué la mochila en sus manos —. Y tampoco seguiré llamando a Satoru.
Sonreí de manera diminuta. Antes de irse, besó mi mejilla y salió corriendo como si su vida dependiera de ese dinero y quiere evitar que alguien se lo robe.
Miré mi reloj. Son las 7:45 hrs. Al parecer se levantó más temprano de lo normal sólo por el dinero. Con ese susto que me sacó ya no tengo ganas de volver a dormir, aunque fuese fin de semana.
Fui a darme una ducha.
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¿Y si le propongo matrimonio? No sería tan precipitado, ¿O si? Anoche ni siquiera llegamos a hablar, llegamos a hacer otra cosa. Aunque, bueno, no me quejo. Ayer, por primera vez, conocí el verdadero lado maternal de Sunmi. Cómo protege a sus hermanos de cualquier mal, cómo está al pendiente de ellos y de lo que es capaz de hacer para verlos con bien. Vamos a agregar un atributo más de los que ya tengo para amarla incondicionalmente.
Siento un beso en la mejilla, algo rápido a mi parecer. Liberé un leve quejido.
— No, yo quiero otro — dije, somnoliento. Ella rió bajo.
— Levántate — dijo dulcemente, sentí cómo mi piel se erizaba por su voz.
— Hay que quedarnos más tiempo aquí — cubrí mi cabeza con la sábana —. Tu cama es muy cómoda.
Liberó una pequeña risa. Hice a un lado la sábana para tomarla de las manos y hacer que quedara sobre mi para besar su rostro. Siguió riendo mientras me abrazaba. Me miró con ternura, como si estuviera viendo lo más bello del mundo y no quiere perder detalle.
— ¿Entonces quieres quedarte más tiempo aquí? — preguntó ella.