74. Instinto maternal

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No sé en qué momento hemos dejado de ser 3 para ser 4.

Cuándo esta cama que nos acogía a las 2 se ha hecho tan grande.

Tan multitudinaria.

"Son las seis de la mañana", anuncia el despertador con su musiquita divertida.

En otras circunstancias lo tiraría contra la pared.

Hoy simplemente lo desactivo con una caricia.

Y a la mujer que todas las noches me acompaña le doy otra.

Otra caricia y tres besos, la arropo.

Lo repito con mi hija

Y con mi sobrina Claudia.

Todavía no sé en qué momento de la noche nos han invadido la cama.

Me visto sin hacer ruido, cojo la riñonera y salgo de la habitación. Ya se oyen pasos por la casa. Me encanta que esté tan viva, incluso a esta hora de la mañana.

—Buenos días—me desea Marina en un susurro.

—Buenos días, bombón. ¿Has dormido bien?

—Después de los litros de limonchelo que me endosaste anoche, como para no dormir—me comenta mientras caminamos a la cocina, cerrando puertas.

—Qué litros ni litros, sagerá. Nos bebimos tres chupitos si acaso. Estás mayor, ¿eh?

—Al revés. Estoy más joven que nunca—bromea, sacando tres tazas del mueble. Me encanta la libertad con la que se mueve en mi casa, como yo en la suya. Los detalles de la confianza que compartimos.

Familia.

—No, a mí no me pongas. Ya desayuno después. Y me alegre verte tan joven y libre, Marina. Se os ve más felices a los dos. No hay nada como remontar una crisis —le doy un codazo.

—Las dos lo sabemos bien—asiente, calentando el café.

—Celebradlo a tope en Italia, pero bien. Dejaros de museítos. Tú ya me entiendes—le guiño el ojo—. Aprovechad que vuestra cuñada favorita os entretiene a los niños pa' estrenar el pepino marino.

—¡Natalia! —me da un tortazo. Joder, me ha recodado a Alba. Clavadísima.

—Anoche no te daba tanta vergüenza.

—Anoche estaba con el puntito.

—¿Entonces ya no quieres que te dé ningún consejito más?

—No.

—Aprovecha mis más de diez años de experiencia, mujer... Mira, tú eso te lo ajustas bien, que quede sujeto, y la cadera ya hace el resto. Pa' dentro y pa' fuera, pim, pam, pim...

—¡Sh! —me tapa la boca entre risas. El sonido del microondas la salva del momento incómodo—. Hosti-.

—¿Qué pasa?

—No, nada.

—Cuñá... ¿Qué has pensao'?

—El... Eso... El mari... El ese. Que... Que no saldrá en el escáner del aeropuerto, ¿verdad?

Me tengo que tirar contra la nevera para no despertar a toda la familia con el ataque de risa que me acaba de provocar Marina. Ella se contagia, doblándose entera para contener las carcajadas.

—Buenos dí... ¿De qué os reís? —aparece mi cuñado, que se quita las gafas para lavarlas con fairy. Seca los cristales mirándonos atónito, y nosotras más nos reímos.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora