38. El niño mimado

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Las burbujas del refresco se van de fiesta en mi interior.

Se mezclan con el cosquilleo de mis nervios, inflando la sensación.

La impaciencia me hace mirar el reloj.

Qué bonito el paisaje, qué buena la temperatura. Valencia, qué bien huele tu brisa marina.

Ojalá pudiera disfrutar de todo sin un tornado de emociones en el estómago.

—No pasa nada, cariño. Les vas a caer genial.

—¿Qué dices, Nat? —río.

—A mi familia. Estás nerviosa porque te los voy a presentar, ¿no? —bromea. Yo me muerdo el labio, intentando contener el temblor de mi pierna derecha.

—Es que deberíamos de haber tenido más citas antes de esto—le sigo el juego, clavando mis ojos en la playa de la Malvarrosa.

—Bueno, ha coincidido así... Yo creo que es una buena oportunidad para que os conozcáis.

—Oye, les habrás dicho que tengo una hija, ¿no? —pregunto preocupada, mirando a Elena tirarse por uno de los toboganes que hay instalados en la arena.

—No—abre mucho los ojos—. Bah, pero no te preocupes. Mi madre lleva mucho tiempo queriendo ser abuela. Estará encantada, ya verás.

—Mira que eres bruta—río, saliéndome del papel. Natalia rueda los ojos. Mi chica quiere seguir jugando—. ¿Has pensado ya la historia de cómo nos conocimos? ¿O vas a contarles lo del Tinder?

—No, hombre... Soy bruta, pero no tanto. Nuestra primera cita fue el concierto de Coldplay, ¿no?

—Sí.

—Pues ya está. Nos conocimos allí. Yo te metí mano en la pista, y tú te encoñaste.

—¿Y por qué no eres tú la encoñada y yo la que te metió mano?

—Alba, cariño... Mírate—ríe, y su risa se detiene en el tiempo.

Un coche negro aparca frente al chiringuito donde estamos. De él bajan... Ah, no. No son ellos. Qué susto.

Marina: Fran volvió anoche.

Marina: está muy arrepentido. Ya te contaré.

Marina: disfrutad del findeeeeee. Mucha mierda para mi Nat. Y dale recuerdos a los Lacunza de nuestra parte.

—Cómo no va a estar arrepentido—suspiro cuando le enseño el mensaje a mi mujer—. Después de una semana por ahí llegar a casa y encontrarte con ese percal...

—Pobrecillo.

—¿Pobrecillo él?

—A ver, que me parecen fatal sus huidas, Alba. Pero joder, ponte en su lugar también. Tiene que estar sintiéndose súper culpable. Con lo responsable que siempre ha sido con su familia, de repente verse en esa situación y afrontar que se ha equivocado...

—Ya... —evito su mirada.

—Cuando yo me di cuenta de mis cagadas, me quería morir—admite. Acaricio su mano, apoyada en la mesa junto a su botellín de cerveza y mi coca-cola—. Es una sensación horrible... Arrepentirte y no poder borrar lo que has hecho, ¿sabes?

—Sí, Nat, yo también lo entiendo—asiento, recordando las veces que yo también he deseado eliminar mis fallos. Porque los he tenido. Muchísimos. Durante nuestra cuesta abajo, y durante nuestra cuesta arriba. A veces pienso que fui demasiado dura con ella. Que tardé demasiado en iniciar la reconciliación. No sé. De verdad que no lo sé. Lo importante es cómo estamos ahora.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now