24. La droga del amor

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Hemos vuelto.

Y no podemos sentirnos más felices ahora mismo.

Ha vuelto a mí. Es mi Alba Reche. Es ella.

Mi mujer, mi novia, mi compañera, mi confidente, mi mejor escudo, mi refugio, la madre de mi hija, mi familia, mi amor de todas las estaciones.

Todas sus versiones vuelven.

Ya no solo es la mami de Elena, mi amor en espera.

Ya no es mi todo en pausa.

Todas sus versiones vuelven. Se bañan en superglú para unirse formando un corazón que ahora late con la ayuda de un marcapasos.

Porque no podemos ser lo que éramos de la noche a la mañana. No podemos condensar doce años en un abrazo, un beso y muchas promesas.

Tampoco quiero que lo seamos.

Nuestro corazón está todavía en la planta de cuidados intensivos. Es endeble, rompible.

Tenemos que mimarlo, decirle que saldrá adelante. Tenemos que ser cuidadosas. Cantarle, acariciarlo, darle cuerpo. Hacerlo fuerte.

Diría que hemos vuelto sin volver, porque ya no somos las mismas.

Ni quiero que lo seamos.

Alba y yo somos algo nuevo.

Somos una pareja que acaba de dar un pasito. Un par de no tan desconocidas que han apostado al rojo. Un par de novatas que fingen no saber nada del amor cuando se miran. Eso es lo que vamos a ser ahora Alba y yo. Dos enamoradas que acaban de darse un sí: quiero ver a dónde nos lleva esto. Porque me gustas, porque quiero arriesgarme contigo.

Elena es una niña que nos encontramos en el parque y a la que hemos decidido adoptar hasta que... Vale, eso era broma. Alba y yo también somos una pareja que lleva doce años queriéndose como buenamente pueden, pero también equivocándose. Tenemos un hogar, una historia, unas costumbres y una rutina, una memoria repleta de recuerdos de todo tipo, y nuestro tesoro más preciado: una niña de casi seis años que es el fiel reflejo de nuestro amor. Alba y yo también somos eso.

—Pórtate bien con los abus, ¿vale? —abrazo a Elena, que se despide de mí en el rellano del piso de los Rifirrafe.

—Si no da un ruido esta niña, tú lo sabes—insiste mi suegra, que está deseando que me vaya para ejercer de súper abuela. Lo que ella no sabe es que siempre lo es. Incluso cuando estamos lejos.

—Eh, ya lo hablamos ayer, cariño... —le acaricio la espalda cuando me aprieta fuerte. No quiere que la deje aquí, quiere acompañarme a Córdoba—. La semana que viene podrás venir.

—¿Cuántos días faltan? —me pregunta en voz baja. Yo le alzo las manos, extiendo sus deditos y le bajo tres. Ella los cuenta muy concentrada.

—Sin que contemos ni hoy, ni el día del concierto—aclaro.

—Siete... ¡Casi como los años que voy a cumplir!

—¡Es magia, tronca!

—Ademá', que al de Sevilla podrás ir también con tu abuela, que es más divertido. ¿Verdad, mamá? —me ayuda la Rafi.

—Claro. ¿Y sabes qué? Podríamos invitar también a Pablito y a June—susurro, y a mi hija se le encienden los ojos—. ¿Te gusta la idea?

—¡Sí!

—Hablaré con sus mamás, a ver qué opinan—sonrío.

Elena parece entusiasmada. Ayer se quedó bastante conforme cuando se lo expliqué, pero cuando ha visto que me tenía que marchar... Ay, mi peque. Menos mal que es una niña muy comprensiva. Si la haces razonar, te acaba entendiendo. Alba y yo tenemos mucha suerte con ella. Aunque también tenemos nuestro mérito. Nos hemos volcado en su educación desde que era un bichillo que solo sabía cagar y llorar.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now