20. Noches de confesiones

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Sus dedos grasientos resbalan entre los míos.

Me mira mientras caminamos agarradas, y a mí solo me sale sonreír.

Y apretarla. Sentir su corazón latiendo en mi mano aceitosa.

Ríe y niega con timidez intentando separarse de mí, pero yo no la suelto.

Le he prometido muchas veces que nunca lo haría, y yo soy una mujer de palabra.

Me da igual que estemos llegando al coche, que el camino se acabe. Por mí como si seguimos andando hasta Sevilla.

Yo me recorrería el mundo entero a pie. A pie y a manos. Las nuestras. Así de cerca, así de unidas... Y sin billete de vuelta.

—¿Conduces tú entonces? —le pregunto cuando logra deshacerse de mi agarre.

—Que sí... —insiste con pesadez sentándose en el asiento que suelo ocupar yo.

A mí me gusta mucho llevar el coche. Me relaja. Me inspira. Me ayuda a pensar. Sin dejar de estar al quite de todo, claro. Y luego está mi mujer, que odia tener que lidiar con los conductores imprudentes y los peatones suicidas... Por eso casi siempre conduzco yo. Pero bueno, hoy Alba ha decidido que es mejor que descanse y ella se encargue del viaje.

Se lo agradezco.

Es verdad que anoche no dormimos nada. (Jiji). Vale, sí, se me ha escapado una risilla pillina, albayas. Me habéis pillao' una vez más.

Me acomodo en el asiento y Alba verifica diecisiete veces si ve bien por los espejos retrovisores. Me pone esa mirada de no sonrías así que te conozco, y yo termino haciéndolo. ¿Qué? Me hace gracia lo previsora que es...

Arranca el motor y el coche vibra, dándonos un fuerte empujón hacia delante sin llegar a moverse del sitio. Me aguanto la risa, me aguanto la risa, me aguanto la... Uf, no puedo callarme.

—¿Se te acaba de calar, Alba Reche? ¿Quieres que vaya a por una L?

—Ay, calla... —gesticula nerviosa y vuelve a girar la llave, esta vez sin problemas.

—¿Y yo dejo que lleves a mi hija en esa sillita?

—Conduzco perfectamente, perdona que te diga...

—Espero que no arranques así cuando vas de flashback... Pobres albayitas, todas estampadas contra el cristal. ¡PUAF! —sigo picándola, pero ella me ignora. Así que sí... es hora de cambiar de tema—. Qué buenos los churros, ¿eh? Pero qué grasientos—me froto las manos. No hay jabón ni servilletas que me quiten los diez litros de aceite que llevo incrustados en la piel. Qué asco, joder. Si lo llego a saber me pongo unos guantes.

—Sí, sí que estaban buenos... —asiente sin echarme demasiada cuenta mientras programa la ruta en su móvil. Dios mío, media hora pa' salir... Qué paciencia, Alba Reche.

Nos alejamos del aparcamiento envueltas por el silencio y la voz robótica que nos indica el camino. Poso mi mano en el cambio de marchas antes de que mi mujer lo haga, y ella ríe al notar mi piel sobre la palanca. Encaja sus dedos entre los míos y juntas metemos tercera.

Juntas avanzamos. Juntas nos atrevemos a dar velocidad.

Bonita metáfora sobre nuestra reconciliación. Se nota que se me ha ocurrido a mí.

—¿Vas a hacer eso cada vez que tenga que cambiar de marcha? —carcajea sonrojada cuando por segunda vez encuentra mi mano. Yo me encojo de hombros y ambas reímos. ¿Que si me gusta ser extra? ¿Pues no me estáis viendo, so' mamarrachas? AHHHH, que era retórica... Vale, perdón, nada.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Kde žijí příběhy. Začni objevovat