19. Las cuatro estaciones de Vivaldi

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Despierto con un escalofrío.

La ventana y la persiana están cerradas, pero oigo el viento al otro lado. Ruge.

Y las hojas de los árboles se agitan con violencia. Da miedo.

Y frío, mucho frío. Joder, ¿y la sábana?

Cádiz despierta revuelto. Tan revuelto como la cama que hemos hecho nuestra en una sola noche.

Bajo mi mirada y encuentro a Natalia. Está tumbada de lado, fuera de la almohada. Tiene su cabeza en mi hombro y su mano en mi cadera, rodeándome.

Huele a ella, a nuestras mañanas. A nuestro despertar.

Pero sigo teniendo frío.

Hago lo imposible por alcanzar las sábanas sin tener que moverla, sin tener que soltarla... No quiero despertarla. Debe de ser muy temprano. ¿¡Las 6:55!? Joder.

Más me vale no molestarla. Anoche terminamos muy tarde.

Después de sentirnos de esa forma y de hablarnos con tanta sinceridad, necesitábamos recuperar nuestras maneras, nuestra tranquilidad hecha silencio. Nuestro amor. Abrazarnos en una misma cama sin ningún tipo de barrera. Sin ropa ni miedos. Sin tabúes ni inseguridad. Sin tiempo. Sin tensiones. Necesitábamos respirarnos, nada más. Necesitábamos estar, ser.

Y a pesar de su agotamiento, porque os recuerdo que además de nuestra noche había dado uno de los mejores conciertos de la gira, Natalia aguantó despierta. No quiero perderme esto, decía. Habrá más noches, amor, le insistía yo. Pero ya no será nuestra segunda primera noche, Alba. Quiero disfrutarla. Acariciarte y besarte hasta que no podamos más, me contestaba. En fin, ya sabéis cómo es...

Lo consigo. Consigo recuperar las sábanas y adormecer mi vello inquieto. Ya no hace tanto frío.

Sonrío.

Pego mi cuerpo al suyo, y su desnudez en mi costado me hace suspirar.

Hacía tanto que no despertaba con Natalia...

En estos meses separadas lo que más he echado en falta han sido las cosas más sencillas. Las rutinarias. Las que asumía como eternas. Las que pensé que nunca cambiarían, que siempre formarían parte de mis días. Porque, de hecho, llevaban casi media vida conmigo. Natalia llevaba media vida despertando conmigo, ¿cómo iba yo a levantarme pensando en lo bonito que era amanecer con ella? No. Me acostumbré. Lo interioricé. Lo extraordinario hubiera sido no encontrarla al otro lado de la cama...

Acaricio su espalda con suavidad y ella bufa sobre mi piel. Siempre hace eso cuando está profundamente dormida. Es como un soplido para expulsar el aire. Uno tan fuerte que hace temblar sus pequeños labios al abrirse.

Y yo me río. Me río al recordar que... Ay, me está viniendo un flashback... ¿tenéis ganas de un viaje de buena mañana? Ya, ya sé que es muy temprano, pero soy de las que si se despiertan no se vuelven a dormir. Me cuesta mucho pillar el sueño, mamarrachas. Además, tampoco es tan raro, esta es la típica hora a la que salen los vuelos de Ryanair... ¡Calma, calma! Vamos a ir en AirReche, que es mucho más seguro. Venga, dejemos descansar a mi mujer mientras os llevo a enero de 2017. Cinturones, ¡despegamos!:

—Mami... —dos manotazos en la cara me despertaron aquella vez. Y luego un escalofrío, uno mucho más intenso que el de hoy.

Aquella mañana no amanecí desnuda, ni con las sábanas por la rodilla. Estaba tapada hasta el cuello con un edredón de plumas. Y también despertaba con Natalia, aunque no tan cerca como hoy. Estaba de lado, y su cuerpo no me rozaba. Solo sentía su brazo en mi costado rodeando a nuestra hija, que dormía en medio de las dos.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ