60. Las dudas

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En noches de tormenta, siempre amanezco en calma.

Recuerdo los nubarrones, recuerdo los truenos. No son fáciles de olvidar.

Todavía hay charcos en mis pulmones, marcas de que ayer volvió a darme otro sofocón.

Pero eso fue ayer.

Hoy despierto en una cama que está a punto de romperse por el peso de tanto amor.

Eso es amanecer en calma... Si los ronquidos de mi mujer dieran tregua, claro.

Elena está entre las dos, con la cabeza fuera de la almohada, estrangulando a Queen, echándome el aliento en la cara, y con el culo tan en pompa que hace que Alba esté a kilómetros de nosotras.

¿Cómo va a aguantar la cama con tanto amor? Pesa demasiado.

Le meto el culo pa' dentro y la abrazo despacio. Paseo mi nariz por la piel de su mejilla, la beso suficientes veces como para perder la cuenta ahora que no puede quejarse. Ahora que no puede decirme eso de: para ya, mamá, no seas pesada. Me aprovecho, sí, para eso la parí, albayas.

Anoche fue muy valiente. Salió a salvarme delante de los focos, de la gente. No le importó nada más que el abrazo que vino a darme.

Y luego todas esas miradas del equipo, de la banda. Todos mirándonos con envidia, con ternura. Todos emocionados y sorprendidos por la inocencia con la que Elena vino a salvarme.

Sinceramente, no tengo palabras para describir lo que ocurrió durante la tormenta de ayer. Solo sé que me ha hecho sentir muy blanda, como si fuera una de esas gelatinas de fresa que a mi hija le gustan tanto.

—¡Ayyy, para! —se revuelve en mis brazos. Mucho me había durado la felicidad.

—No. Todavía no he terminado de desayunar—le digo, mordiéndole un brazo que sabe a pijama gordito de casi invierno.

—¡Déjame, pesada! —refunfuña, metiendo la cabecilla bajo la almohada. Yo la cubro con el edredón de hotel al que ha mandado lejos con tanta pataleta.

—¿Tú sabes la de gente que pagaría millones por despertarse con los besos de Natalia Lacunza? ¿Eh? —le froto la espalda, la oigo reírse—. Y tú quejándote. Es que no tienes vergüenza ninguna, Elena Reche.

—¡Pues dale besitos a mi gatita que ella también paga millones por tus besitos! —me golpea con Queen, arrancándome una carcajada. Tiene salidas para todo, incluso recién despierta.

—Vale, vale... Ya me buscarás, ya.

—¿Qué gritáis tan temprano? Pa' dos días que puedo dormir—bosteza Alba, girándose hasta quedar boca arriba.

—Pero si se ha despertado mi roncona preferida—la pico, pasando por encima de Elena para caer sobre Alba.

—Yo no ronco.

—¡Roncas como Shrek! —se oye bajo una almohada, y yo me hincho a reír ante el soplido de narices de mi mujer.

—Abrázame, anda—le susurro, besando su mejilla. Ella nos tapa hasta el cuello para después mimarme por dentro. Me rodea la cintura, hunde sus manos por mi espalda.

—¿Cómo estás? —se acuerda, y yo le dejo un lento beso en los labios que ella frena con dos piquitos muy superficiales. Jum...

Me debe apestar el aliento.

—¿Eso es que estás bien? —quiere asegurarse.

—Después de la tormenta siempre llega la calma.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now