8. El verano que nos conocimos

15.5K 657 963
                                    

He despertado sin Natalia.

Pero esta vez no me duele su ausencia.

Porque su olor en la almohada y la persiana bajada me indican que ha estado aquí, conmigo, bajo mi cuerpo. Que he vuelto a pasar la noche en sus brazos después de tanto tiempo separadas. Me ha dado un pinchazo en cuanto lo he pensado. En cuanto he recordado que decidió quedarse, abrazarme, cuidarme, protegerme, prestarme su pelo para que yo pudiera dormirme.

Ahora estamos desayunando en silencio en un comedor que no es el nuestro. Estamos un poco raras. No es tensión, no estamos incómodas. Supongo que estamos desubicadas ante este acercamiento tan brusco y repentino. ¿Que dónde está Elena? Sigue tronca, como dice ella. Y mejor así. Ya es suficientemente extraña esta situación como para que tengamos que actuar con la presión de nuestra hija por aquí.

—Te equivocaste—rompo el silencio—. Ayer.

—¿Qué? —boquea aterrorizada. Ay, qué gilipollas soy. No quería asustarla... Ni asustaros, vaya. No voy por ahí.

—Dijiste que yo no lo haría así, pero ahora que estoy mejor y puedo pensar con claridad... creo que no es verdad. Aunque entiendo que lo pensaras, claro. Últimamente solo me guío por la sensatez...—le aclaro, y ella transforma su miedo en confusión—. Si tuvieras un día como el mío, también me quedaría contigo. No me importaría nada, Nat. Si... estamos... tomándonos un tiempo, o... —titubeo, pero el alivio de su pecho recién deshinchado al comprender lo que digo me da un empujón—. Te quiero, y eso está por encima de todo.

—Entonces, ¿está bien? ¿Hice lo correcto? —me pregunta con inseguridad. A veces parece una niña pequeña... Qué tierna.

—Supongo que sí—río yo, y sus dudas parecen disiparse un poco. Esta mañana está de lo más nerviosa. Y seria, muy seria. De verdad, albayas, odio verla tan apagada. Tenemos que hacer algo.

—No entiendo cómo podría yo tener un día como el tuyo... Tú salvas vidas, yo compongo ruidos y aporreo pianos.

—Pues... imagina que no vendes ni una sola entrada y aún así tienes que dar el concierto... Uf, qué palo, ¿no?

—Ja. Ja—se pica, y yo suelto una carcajada—. Déjame a mí las bromas, Alba Reche. Se te dan fatal.

—Y a ti la falsa modestia—contraataco divertida—. Compongo ruidos, aporreo pianos—la imito con una voz grave y vacilona que la hace reír. Así me gustas más, Natalia. Con tu sonrisa imborrable. Con tu luz.

—Quería aprovechar mi puesto de cabeza para derrochar un poco de humildad—consigo que bromee conmigo, y sus ojos y los míos se encuentran en mitad de una nube con olor a café.

Estiro mi mano para llegar a la suya. Ella borra su gesto de suficiencia con el que nos estábamos divirtiendo. Sus comisuras no se deciden, y su mirada se clava en nuestros dedos, que se unen lentamente sobre la mesa. Un cosquilleo me invade al sentir que su piel vuelve a mezclarse con la mía formando un puzle perfecto. Encajamos, sonrío, me busca perpleja, no sonríe.

—Sé que me vas a decir que sigo mal, pero... No sé, cuando pasen un par de días, podríamos...

—Vale, sí—acepta inmediatamente. Sigue sin sonreír. Me temo que no termina de creerme. Aprieto nuestro agarre, y entonces suelta un suspiro aliviado, como si se hubiera quitado mil kilos de la espalda—. Vale.

—Mierda, voy tarde—me quejo mirando el reloj enorme que tiene Julia en la pared. Mi amiga tiene un gusto impresionante para la decoración, aunque no sé qué hago dándoos este dato cuando debería de estar arreglándome para llegar a tiempo.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now