4. Un vino blanco y Alba Reche

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Hoy han venido los abuelos. Le han traído una bolsa llena de chuches y una cantidad incontable de besos y carantoñas. Están encoñaditos con Elena. La consienten y la miman como solo los abuelos saben hacer. Bueno, para eso están, ¿no? Y para echarnos una mano cuando hace falta. Porque mis padres nunca han puesto ni una sola pega para quedarse con la niña. De hecho, están encantados. Deseando que Natalia o yo tengamos que recurrir a ellos. ¿Queréis conocerlos? Vale, pues ahí los tenéis.

—Ay, hija, ¿no está más delgada la niña?

Esa es Rafi, mi madre, una sevillana de pura cepa que ama el sentido de la familia y los cafés con sus amigas para desayunar. Y cotillear. Importante aclaración.

—Es que no para quieta, mamá. Entre la natación, la bicicleta, y que va corriendo de puntillitas a todas partes—carcajeo.

—Yo lo que la veo es más morena.

Y ese es mi padre. Rafa. Sí, ya vale con el chistecito. Rafi y Rafa, qué gracioso. Mi mujer los llama rifirrafe. Porque si no lo sabíais todavía, ama los chistes con juegos de palabras.

—¿Cómo sigues con Natalia? —saca el tema mi madre, que es una metomentodo de cuidado.

—Ayer vino a desayunar—le comento sin darle muchos detalles ni explicaciones.

—¿Ya os habéis rejuntao'? —me pregunta dándole vueltas al té mientras clava una de sus miradas juiciosas repletas de rímel en mis ojos. La Rafi es una de esas señoras que van emperifolladas hasta para comprar el pan. Y las uñas de rojo. Eso que no falte.

—No, aún no. Vamos despacio.

—Por dios, Alba, ¿a qué estáis jugando? Que tenéis una hija—refunfuña, golpeando el filo de la taza con la cucharilla. Lo que yo decía. Juzgando todo lo que hago.

—Pues por eso mismo. Y deja el tema que se entera de todo—le advierto mirando de reojo a Elena. Está sentada en la alfombra con la espalda pegada al borde del sofá metiéndose azúcar por un tubo y viendo los dibujos. Lo del tubo no es literal, es que se está hinchando a gomitas. Malditos abuelos. Cualquiera le da de comer luego.

—Anda ya, si está distraída.

—Eso es lo que tú te piensas. Está muy pendiente de lo que hablamos—susurro, aunque no creo que sirva de mucho. Elena tiene una antena de mucho alcance.

¿Cómo me llevo con mis padres? Difícil pregunta me hacéis. Tenemos una relación muy extremista. O nos amamos a rabiar, o nos matamos. Pero es que, entre unos temas y otros, me acaban sacando de quicio. Chocamos demasiado. Tanto en la forma de pensar, como en el carácter. Así que nuestra historia paternofilial ha estado marcada por subidas y bajadas de lo más variopintas.

—Si es que... —habla mi padre, cabeceando. Lleva un rato mordiéndose la lengua, y me huelo que va a estallar.

—¿Qué? —le pregunto desafiante, y él aparta la vista de Elena para posarla en mí. Tiene los ojos miel, como los míos. Barba y pelo canoso, pero arreglado. Repeinado. Es un hombre muy formal. Y no solo en apariencia: también en sus maneras de andar y hablar. Qué pena que de mente se quede un poquito cojo.

—Pues que tendrías que haberte quedado con Cayetano, joé.

—Ay, Rafael, pues no hace tiempo de eso ni ná... —interrumpe mi madre alzando el brazo. Menos mal, porque por poco no le echo de mi casa de un arrebato. Relación extremista os dije, ¿no?

—Si es que es verdad... Mírate, hija. Podrías estar viviendo en un chalet del copón como una reina y sin tener que matarte a trabajar. Cayetano era un hombre con dos cojones, no como esa, que ya podría buscarse un trabajo de verdad y quitarte a ti de tantas horas extras, coño—se le hincha la boca. Y yo me lleno el pecho de aire.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now