42. Pesadillas

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Me gusta verla bailar a escondidas.

Cantar mientras cocina.

Ocultarme tras la puerta para ver cómo se abraza a la música.

Cómo le vuelve a conceder espacios de su vida.

Me alegra tanto que se hayan reconciliado...

Aunque sea de la mano de ese puto moñas.

—¡Eh! ¿Me estás espiando?

Mierda. Se acabó la fiesta. El escondite nunca ha sido mi fuerte. Disimular, tampoco.

—No, que va. Yo... Estaba buscando la calle Sierpes. ¿Es por aquí?

¡Sin ti, yo me pierdo! ¡Sin ti me vuelvo veneno! —me canta risueña, apuntándome con la cuchara de madera. Viene hacia mí danzando, y yo voy hacia ella—. ¡NO ENTIENDO EL DESPERTAR SIN UN BESO DE EEEEESOS! —me abraza por el cuello, moviendo su cintura, alzándose de puntillas para buscarme la boca. Para hacerme bailar.

—¡Noooooooo! ¡Ni hablar! —la intento esquivar, ganando toda la altura que puedo.

—¡No seas tonta! ¡Dame un beso!

—¿Trío con el Allorá? Vas tú lista. Pon a Vanesa y ya negociamos... ¿¡¡Y ENCIMA EN DIRECTO!!? Joder, Alba, que se oyen to' los gallos del nota este.

—Venga, baila conmigo... —me suplica. Suelta la cuchara en la encimera y entrelaza todos nuestros dedos. Hace que mueva mis brazos a su gusto, a su ritmo—. Qué futuro más bello, qué plan más perfecto presiento... No tendremos que estar batallando buscando siempre el momento.

—No vas a convencerme—le aseguro, manteniéndome lo más rígida que puedo.

Cada vez me cuesta más callarme la sonrisa. Adoro verla tan contenta.

—¡Pero si cantaste Prometo!

—Eso fue... Un día.

—En el fondo te encanta—sigue bamboleándose con nuestras manos unidas. Con esas comisuras que me amenazan de muerte. Qué preciosa está cuando sonríe así, sin parar. Así, bañada en música. En felicidad. Solo me sale quererla.

—Lo odio.

Béeeeesame, no dudes ni un segundo de mi aaaaalma. Alteras mis sentidos, liberas mis alas—canta por encima del Pablosky, llevando mis manos a sus caderas.

Sé fuerte, Natalia. Sé fuerte.

—¡Ay, que se me pasan los fideos! —se gira precipitadamente hacia la vitrocerámica. Yo no suelto sus costados. Es más, me pego a su espalda.

—No diré de quién ha sido la culpa... —le susurro—. ¡¡Ejem, Allorá!!—toso. Ella ríe divertida, acariciándome el cuello mientras comprueba si ha podido salvar el almuerzo.

—Están en su punto. Gracias, Pablo, por ser mi ingrediente especial.

—¿Pablo? ¡¿Cómo que Pablo?! —la abrazo por completo, apretándola con fuerza. Sus carcajadas me retumban en el oído mezclándose con esa cancioncilla que tanto le gusta.

—Cómo te quiero... —dice con rabia, besándome con la misma intensidad.

—Alba Reche...

—Te quiero—repite, dándome otro pico de esos que te empujan la cara. Y otro más. Y otro. Y yo le agarro el culo.

—Que va a llegar tu padre y me va a pillar con las manos en el pan... —le muerdo la mejilla, acabando con su cadena de besitos—. No querrás que saque la escopeta.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now