52. La culpa

11.1K 563 585
                                    

Siento mis párpados caer.

Su mano dibujando mi cintura, mi cabeza resbalando en su hombro.

La voz del presentador del informativo dando el tiempo para mañana.

Ojalá supiera dormir la siesta. Me vendría bien descansar.

Después del finde intenso y tres días entrando a trabajar a las 6 de la mañana, estoy que no me sostengo.

Las noches tampoco han sido fáciles.

Natalia ha estado hurgando en su herida. Nuestra herida. Ha estado llorando, recordando, pensando... Y yo con ella. Abrazando cada una de sus palabras, calmando cada lágrima. Acunando un dolor que llevaba demasiado tiempo escondido. Dormido en lo más profundo de su ser.

—Oye, que no se te salga la babilla, ¿eh? —susurra risueña, recolocándome la cabeza sobre su hombro antes de que caiga al vacío. Noto sus labios en mi frente, sus dedos surfeando por mi mandíbula.

De día parece otra persona. Esa mujer alegre y divertida que se vale de cualquier situación para hacer un chiste. Para hacernos felices a los demás. Solo tenéis que echar la vista a los últimos capítulos, cómo ha disfrutado y nos ha hecho disfrutar todo el fin de semana a pesar de estar sangrando por dentro. Natalia tiene esa envidiable capacidad para engañarnos a todos. O a casi todos.

Yo ya sé que su humor no siempre es reflejo de un buen día. Ella puede estar rota por dentro y aparentar ser la mujer más feliz del planeta. He aprendido hasta a reconocer qué broma tiene una cara triste detrás, y cuál viene transparente. Por desgracia, tengo demasiadas referencias a mis espaldas.

A mí me encanta que sea así. De hecho, fue una de las primeras cosas que me enamoraron de ella. La actitud con la que afronta los giros inesperados e injustos de la vida, como el rechazo de mis padres a solo unos días de que empezáramos a salir. A ratos pienso que está echándole un pulso a la suerte, o al destino. Al que quiera que controle todo lo que nos pasa. Cuando la he visto sonreír con muchas razones para no hacerlo, he imaginado que está desafiando a la vida. Como diciendo: eh, tú, no vas a poder conmigo. Agárrame el natipepino. Eso, o cualquier rima que se le parezca.

La admiro.

Pero también tiene sus momentos de derrumbe. También tiene a veces la tentación de tirar la toalla. Ella es humana, y la vida muy cruel.

Tan cruel, que vuelve años después con la misma pesadilla. Vuelve a desordenarnos el sueño, a cambiar risas por lágrimas.

Es curioso que para olvidar tengamos que recordar.

Natalia necesita revivirlo para dejarlo atrás. Para despedirse. Para eliminar lo que aún le duele y quedarse con lo que nos enseñó. Lo que nos dio esa pequeña en 22 semanas.

Ya han pasado muchos días desde que descubrimos esta herida, pero aún me cuesta y me duele pensar que la espina tenga ese nombre. Ese recuerdo. Todavía me cuesta y me duele pensar que mi mujer lleve tanto tiempo cargando con esto ella sola.

A mí también me ha tocado pensar. Y he pensado mucho en eso. Muchísimo. Natalia no para de repetirme que yo no tengo la culpa de que ella no supiera gestionarlo, pero a mí me mata pensar que la descuidé. Que no estuve suficientemente pendiente de lo que ella pudiera sentir. Todos se centraron en mí. Yo había perdido al bebé, yo notaba su ausencia. Su vacío. El dolor físico, el descontrol hormonal. Todos los cuidados iban para mí. Todos asumieron que lo habíamos superado, cuando yo lo había superado.

La única razón que tengo para no sentirme culpable es que ahora no me sirve de nada. Solo conseguiría que Natalia se sintiera peor de lo que ya se está sintiendo por removerme a mí todo esto.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now