11. En las buenas, en las malas y en las peores

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Nuestro segundo primer beso...

Segundo primer beso...

Pues suena muy bien. Quizás le venda los derechos a Natalia para que haga una canción de las suyas. Vale, me he motivado un poco. Perdón. Es que cuando me salen frases de este tipo me vengo arriba. Entendedme, siempre he pensado que las letras no se me dan bien, así que es toda una sorpresa para mí tener momentos tan lúcidos como este en el desconocido y alucinante mundo de la poesía.

—¡BRRRRR! ¡MÁ! ¡MÁ! ¡BRRRRRR!

—Elena, ¿qué haces? —me río exageradamente al escucharla hacer esos ruidos tan raros. Ella me mira con una tranquilidad y naturalidad envidiables, como si le hubiera hecho la pregunta más obvia del mundo.

—Pues calentar la voz como hace mamá—contesta despreocupada, alzando un hombro con suficiencia. Y mi risa se convierte en carcajadas. Elena no entiende el por qué de mi ataque y sigue dibujando sin parar de "calentar la voz"—. Hoy estás muy contenta, mami.

—Porque me encanta pintar contigo, cariño—miento a medias. Lo que le he dicho es verdad, solo que... tengo más motivos para estar así. Ya sabéis, albayitas...

No, no me hagáis decirlo... Ay, tías... cómo sois. Vale. Ya está, lo suelto, venga: no paro de recordar el día de ayer con una sonrisa de pava que ni cuando tenía quince años.

Os habréis quedado a gusto.

Qué vergüenza. ¿Por qué me hacéis esto? Sabéis que soy muy tímida...

—¡A mí también me gusta pintar y cantar! ¡Tengo un muñeco de nieveeee! —exclama emocionada, alzando los brazos divertida mientras entona una de sus canciones favoritas. Combinar música y pintura es algo que compartimos. A mí también me inspira mucho.

—A ver, ¿qué tienes ahí...? —achino mis ojos acercándome a su cara. Ella cae en la trampa y me mira, y yo le mancho la nariz de pintura roja. Se hace la enfadadita y me pinta el brazo de azul como contraataque. Maravilloso cuadro de tarde de domingo estamos teniendo.

Nunca mejor dicho.

Hemos convertido el salón en una clase de bellas artes. O en el cuartillo de Picasso. Velázquez, tal vez. No sé, el que sea más sucio. La mesa que tenemos en el salón y que usamos para comer está protegida por un hule viejo del revés. Y sobre este, una amplia gama de témperas y lápices, dibujos en proceso de secado, y bocetos que han quedado descartados.

—¿Qué es eso? —le pregunto pensativa, interrumpiendo su cante-dibujo. En el centro de su cartulina se pueden ver dos figuras femeninas que se agarran las manos. Puede que seamos Natalia y yo (por el color del pelo). Los dibujos de Elena son todavía muy esquemáticos, aunque ya van teniendo algo más de forma. Lo que no consigo descifrar es... esa cosita. Un óvalo bastante alargado que se encuentra entre los dos personajes principales. Diría que es una piedra, pero tiene ojitos. ¿Una hormiga?

—Soy yo de bebé—me explica, y yo me trago la carcajada para no ofenderla. Anda que yo también. Vaya puntería.

—Pero Elena, si parece una hormiguita—río.

—Jo, mami, es que nunca he pintado un bebé—se queja, borrando con la goma el trazo en lápiz—. Siempre me dicéis que era muy chica... po' yo lo he pintado así.

—Se dice decís—corrijo—. Pero no eras tan, tan, tan chica, mi amor—le acaricio el pelo. Le ha crecido mucho este verano. Ya roza sus hombros.

—¿Me enseñas una foto para fijarme? —alza la cabeza y me mira suplicante. ¿Cómo decirle que no a esa carita?

Suelta el lápiz y me sigue hasta el mueble principal del salón. Tengo que coger una silla para llegar al estante más alto, donde guardamos los álbumes de fotos. Sí, si Natalia estuviera aquí lo hubiera cogido sin ponerse de puntillas, ya lo sé, graciosillas. Os reis mucho de mi altura, pero seguro que la mitad de los que leéis esto sois igual de bajitas que yo.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum