23. La Alameda de Hércules

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Soy su puerto.

Y ella es mi pirata sin brújula.

Suena un canto de sirena. Es la hora de volver a casa.

Busca tierra con su catalejo. Yo enciendo mi faro para que me vea.

Avisa a la capitana de su marcha, se despide de los otros piratas.

Ni hay mar, ni esto es un fic de aventuras, albayitas. No, tampoco es Altamar. Todo era mentira, excepto el tercer renglón. ¿Qué pasa? ¿No puedo ponerme creativa cuando recojo a mi niña del cole? Mi fic, mis normas.

¿Cómo que tu fic? Solo eres un personaje. En los dos sentidos.

¡Mierda, jefas! Quería decir nuestro fic, por supuesto.

Ah.

—¡Hola, bichito! —la cojo en brazos y ella me besa la cara. Con la mochila en la espalda pesa el doble, pero no voy a bajarla. Hoy tenemos que volver andando. Mami se llevó el coche al hospital después de dejarla en clase—. ¿Cómo ha ido el día? ¿Has encontrado muchos tesoros?

—¡Mogollón! —ríe, poniéndose una mano en el ojo a modo de parche. Cómo le gusta jugar a los piratas. (Y a mí).

—¡Ey, June! ¿Cómo tienes esa herida? —le pregunto al cruzármela. Me mira perpleja, asustada.

—Bien—susurra con timidez. Al menos he conseguido una palabra, que ya es algo. Luego sale corriendo en busca de Anne, que se despide de nosotras con un leve movimiento de cabeza. He estado hablando con ella antes de que el barco llegara a puerto.

Me he disculpado por lo que pasó, cosa que no fui capaz de hacer ayer cuando vino a recoger a su hija. Ella no ha querido darle importancia. No parecía muy molesta. Supongo que es cosa de Alba. Sabe manejar muy bien estas situaciones. Coño, es enfermera...

—¡Mamá, tengo que contarte una cosa súper súper importante!

—A ver, qué cosa súper súper importante es esa... —sonrío levemente.

—Que mami...

—¡Las dos y cuatro esta vez! —nos atropella mi amiga María dándonos un divertido empujón. Pobre Pablito. Siempre tiene que quedarse con las profes esperando a la tardona de su madre.

—¡Tu mejor tiempo, sin duda! ¡Adiós, tronca!

—¡Hasta mañana, mami chula! —grita sin mirarme mientras va en busca de su hijo, quien le pone mala cara por su retraso.

—¡Que es mamá! —le regaña Elena a voces. Nunca se enterará.

—Déjala. Está loca.

—Sí... Pero mamá...

—Dime, cariño.

—¡La cosa importante! —dice indignada, cruzándose de brazos.

—Ah, sí, la cosa súper súper importante... Te escucho.

—¡Mami dice que vamos a ir a tu concierto!

—¿QUÉ? —me freno en seco y Elena se ríe de mi escandalosa reacción—. ¿Y POR QUÉ NO ME LO HAS DICHO ANTES?

—¡PORQUE ESTABA EN EL COLE! —grita con obviedad.

Sabía que Alba se quedó con la espinita de verme en Cádiz, y en verano le prometí a Elena que intentaría que viniese al concierto de aquí, de Sevilla... Pero en mi mente no entraba la posibilidad de que ambas viajaran conmigo a cualquier otra ciudad, y menos, YA. He aquí el shock. Joder, mamarrachitas, me estoy haciendo unas ilusiones y me están quedando preciosas... Debería relajarme.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Onde histórias criam vida. Descubra agora