75. La lluvia en Sevilla es una maravilla

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En Sevilla nunca llueve.

Nunca.

Ni siquiera cuando lo dicen en la tele.

Ni cuando ves venir ese nube negra que oculta el sol.

En Sevilla solo llueve cuando a Sevilla le sale de la Giralda llover.

Normalmente, cuando tengo la ropa en la azotea.

Cuando llega la Semana Santa.

Hoy el cielo amenaza, ayer avisó el meteorólogo.

Pero como ni va a salir ningún paso, ni tengo lavadoras pendientes, creo que Sevilla volverá a reírse de las predicciones y de todos los sevillanos.

Detrás de los nubarrones, el solito cálido de diciembre nos regala un domingo espectacular. Perfecto para disfrutar con los niños de un paseo en barca por la Plaza de España.

¿Habrá algo más guiri?

Po' sí. Llevar chanclas con calcetines, ¿eh, cuñao'? Habría que verlo por Italia.

—Hey, good morning! Be carrefú, be carrefú—les pido a unos ingleses que están a punto de arrollarnos contra el borde del canal.

—Se dice be careful, tita—me corrige Claudia con un perfecto english mientras todos se ríen de mí.

—Me han entendido, ¿no? Pues ya está—le digo, remando hacia el centro del recorrido. No quiero que nos vuelvan a encerrar así—. ¿Os está gustando el paseíto?

—Si fuéramos un poquito más rápido—me pica David.

—A remar, por listo—le mando, intercambiando nuestros sitios.

Me toca al lado de mi mujer. Estaba deseando encontrar una excusa para acercarme, no me escondo. Está guapísima con su vestido burdeos y el pelo liso. Rodeo su cintura y dejo un beso en su hombro. Ella sonríe sin abrir los ojos que esconden sus gafas de sol. Me encanta la cara que pone cuando hace la fotosíntesis en pleno invierno. Gracias, Sevilla.

—Ts, y tu hermana yéndose a Italia a pasearse en una góndola teniendo esta maravilla aquí—suspiro.

—Bueno, a ver... Es distinto.

—Ná tiene que envidiarle la Plaza España a Venecia. Y Sevilla menos.

—De verdad que a veces pareces de Triana pura, cariño. Después dices de mi madre, pero tú... Menuda sevillanita estás hecha. Lo único que te falta es que te hagas cofrade.

—No, dime tú que tiene la góndola esa que no tenga este barquito. Además, que en esos canales dicen que huele un pestazo... En cambio aquí, ¡mira, mira qué vistas! Mira qué tiempo.

—Las góndolas son más bonitas. Este bote es un poco cutre, parece de los pescadores de Estepona—opina Claudia, que se ha enamorado de una de esas al ver la foto de sus padres.

—Pero la góndola tiene que ser un rollazo porque la lleva un nota. Aquí remamos nosotros que mola más—me ayuda David. Siempre en mi equipo.

—Yo quiero remar contigo. ¿Puedo, puedo, puedo? —insiste Elena, que sentada al fondo del bote con su prima, se levanta sin aviso.

Me inclino para ayudarla a colocarse junto a su primo. Él pasa su brazo sobre sus hombros para seguir teniendo el control de ambos remos, solo que ahora Elena también mueve uno de ellos. La hace creer que le ayuda muchísimo, y ella sonríe satisfecha. Benditos niños.

—Ten cuidado con el remo, a ver si te vas a chocar y te va a caer otro diente—bromeo. Se ríen.

—Pues mejor, otro regalito del ratón—se encoje de hombros.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora