6. Jugando al escondite

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¿No os encanta esa sensación momentánea de frescor que la nevera os regala en verano? A mí sí.

Por eso siempre divago un poquito a la hora de sacar lo que venía a buscar, para arañar unos instantes el encuentro furtivo entre el frigorífico y yo. Aunque siendo sincera, últimamente no me hace falta disimular: en cuanto lo abro me quedo fijamente mirando la repisa de la puerta. Al lado del cartón de leche está la botella de vino que le traje a Alba para nuestra reconciliación. La nota no está, se la llevó ella. Lo más seguro es que la lleve dentro de la funda del móvil. Alba acumula muchos papelitos ahí. Es como un almacén secreto. Acaricio la curva de la botella, y yo me pregunto si ella se para a mirar mi mensaje las mismas veces que yo me detengo en este vino cada vez que abro la nevera.

—Mamá... ¿mami y tú ya no estáis peleadas?

—¿Qué dices, bichito? —respondo nerviosa, agarrando la leche y cerrando la nevera de golpe. Menudo catazo. Puñetera niña, qué lista que es.

—Es que le trajiste esa botella a mami de regalo... y... habláis mucho—argumenta balanceando la punta de su chancla contra el suelo.

—Siempre hablamos, Elena—trato de disuadirla, preparándole la merienda como si no pasara nada. Ah, habéis desbloqueado un dato sobre mí: disimulo como el puto culo.

—Ya, pero no habláis fuerte como cuando estabais enfadadas, ni os ponéis nerviosas cuando os quedáis calladas... Ahora sonreís.

—Eh... —trago saliva, gastando más tiempo del que debería en echar la leche en la taza.

—Y coges el móvil corriendo cuando suena su tono. Y te ríes cuando le contestas—añade para mi desgracia. Esta niña nos tiene caladísimas. A ver, normal, es nuestra hija. Nadie nos conoce mejor que ella. Aunque tenga cinco añitos. Bueno, bueno, casi seis, que si no se enfada.

—¿Fría o caliente?

—¡Fría! —contesta sonriente, y yo le doy la taza. Bebe un largo sorbo y un bigote blanco se le dibuja sobre los labios.

—Tía, aféitate.

—¿Qué? —pregunta confusa, como si no se supiera ya mis bromas de memoria—. Ay, mamá... —suspira, limpiándose con el brazo. Guarrilla...

—¿De qué quieres el bocata?

—Quiero galletas hoy.

—Venga, pues tira—la animo, empujándola a salir de la cocina después de darle el paquetito.

Nos sentamos juntas en el comedor, que está ubicado en el salón de nuestro piso. Humilde y enano, pero acogedor. Y repleto de recuerdos. Aquí es donde vimos y vemos crecer a esta rubita tan lista y...

—Entonces... mami y tú...

Porculera. Muy porculera.

—Mami y yo nada. Merienda calladita.

—Es que... si ya no peleáis... ¿por qué no vivimos todas juntas como siempre?

—Mira, Elena, a mí me encantaría que eso pasara—suspiro—. Pero a veces las cosas no son tan fáciles...

—¡¡Pues no lo entiendo!!

—Los adultos nos complicamos mucho la vida, Elena—le acaricio el pelo. Ahora al bigote blanco se le han unido un montón de mijitas color canela—. Límpiate ese morro, anda. ¡Con la servilleta! —le advierto al ver que iba a usar su propia camiseta.

—Pero... yo quiero ver a mami todos los días—baja la cabeza, y yo repaso su nuca con mis dedos.

Hemos tenido este tipo de charlas muchas veces durante estos cuatro meses. Al principio me sobrepasaban, ahora ya las controlo. Es la hostia de difícil hacerle entender a una niña que a veces la decisión menos deseada es la adecuada, o que por mucho que su madre y yo discutamos, nos queremos. Y la que se lleva la palma es la de: a pesar de que tengamos que turnarnos para cuidarte y vivamos separadas, seguiremos siendo una familia.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now