Capítulo 11.

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Kara.

—¿Puedes dejar de moverte? — Gruñó Lillian con la mirada puesta sobre mis pies inquietos. — Me sorprende que aún no estés moviendo la cola como ese cachorro tuyo.

Torcí levemente el cuello. — Pero yo no tengo cola.

—Ese es el punto, querida. — La mujer tenía un tono venenoso que no dejaba de ser juguetón y un tanto vivaz. — No tienes cola, pero parece que en cualquier momento comenzarás a mover el trasero mientras te saboreas a los pies de la escalera, deseosa de que mi hija te acaricie la cabeza.

—Suegra. — Rezongué palmeando mis muslos. — No sea mala conmigo, yo solo quiero ser un buen partido para Lena. —La mujer me dio una mirada fría que irónicamente parecía estar con una burla intrínseca. — Me podría dar una mano, diciéndome cuáles son sus chocolates preferidos o el tipo de flores que le gustan.

No esperé que llegase un bastón por mi espalda, mucho menos esperaba que la mujer me mirase con esos ojos severos a punto de clavar dos dagas en el centro de mi pecho. El peso del escrutinio de esa mujer me hizo sentir que el sudor helado comenzaba a escurrir por mi espalda, también grabó en el fondo de mi pecho esa sensación de estar enfrentando a un titán.

—No me vuelvas a decir suegra, porque no lo soy. — Apuntó enérgicamente con la punta de su muleta directamente a mi pecho como si fuese el arma más peligrosa del mundo. — Todavía. — No sabía si esa mujer me odiaba o me amaba, lo cierto es que estaba tremendamente confundida. — No seas alzada, cachorro.

—No me diga cachorro.

Lillian resopló. — Dios, incluso puedo escucharte gemir como ese chucho que tanto adora mi nieta. — Una sonrisa socarrona apareció en su rostro. — Supongo que tienes planeada la mejor cita de tu vida, porque mi niña merece lo mejor del mundo. — De inmediato la mujer se movió cautelosa hasta sentarse a mi lado. — Y aún no estoy segura si tú eres esa persona que merece a mi hija.

—Yo la quiero...

—Lo sé. — Concordó casi con una sonrisa socarrona. — Pero eso no quita con que le llevaras a la cama antes de llevarla a una cita, cachorro. — Negó tenuemente. — Y ni te atrevas a negarlo, veo como casi te la comes con la mirada. — Sabía que debía estar negando categóricamente le hecho de que Lena y yo habíamos compartido lecho, sobre todo frente a su madre, pero no podía evitar sonrojarme furiosamente ante las imágenes arremolinándose en mi cabeza, de su piel cálida rozando la mía. — Eso me faculta a decir que, si veo una lágrima correr por el precioso rostro de mi bebé, tu pene estará colgado como un trofeo en la entrada de mi casa. — La respiración se me cortó de inmediato, volviéndose pesada y trabajosa. — Y creo que me agradas, cachorro. Además, considero que una mezcla tuya y de Lena sería perfecta para tener unos hermosos nietos. — Es mujer de gélidos ojos me dio una sonrisa siniestra. — No lo arruines.

Asentí mientras pasaba pesadamente saliva por mi garganta. — Comprendido, señora.

Estaba tan perdida en esos escalofríos que corría por mi espalda, que no escuché los tacones resonar por la estancia, acompañado por ese aire misterioso que te envolvía y te volvía dependiente de esa mirada de las profundidades del bosque más exótico y maravilloso del mundo.

—Madre. — La escuché musitar en tono juguetón. — No la espantes. — Lena estaba como una diosa detenida en el rellano de la escalera principal con un vestido que la hacía ver casi traslúcida y que acentuaba el verde de esos ojos que se asemejaban a un atardecer en el bosque. — Es primera vez que saldré de que llegué acá, no me gustaría que saliera corriendo.

Fue casi inmediato que las palabras escaparon de mis labios. — No importa lo que haga, yo no podría alejarme de ti. — La sonrisa de Lena me hizo sentir aún más aturdida y solo me llevó a seguirla como un imán. — Eres... preciosa.

La deuda de Los Luthor. - SupercorpTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon