Capítulo 37.

945 91 15
                                    

Lena.

La calidez del sol comenzaba a calentar parte de mi rostro y la paulatina sensación de comenzar a sentir su cuerpo de a poco mientras las consecuencias de la noche anterior se manifestaban en los adoloridos músculos. La primera visión inmediata fueron esas largas piernas expuestas a mi lado, apenas enredadas en una sábana, más arriba había un bóxer de color negro apenas disimulando una carpa en su parte delantera, luego una camiseta blanca que resaltaba el abultado bíceps y los pechos alegres.

Kara levantó suavemente su brazo para darle un trago a su café, mientras paseaba distraídamente por alguna aplicación de su propio teléfono. Era tan linda con ese aire distraído y completamente despreocupado.

—Te puedo sentir mientras me miras. — La voz de la rubia salió un poco rasposa, quizás por el sueño o por las acciones anteriores. — Siempre puedo sentir cuando tus ojos están sobre mí. — El teléfono y la misma taza de café fueron olvidados para ella acomodarse y mirarme directamente. — Sentía como que el pecho me hormigueaba cada vez que esos lindos ojitos verdes se centraban en mí.

No podía dejar de ver esos hermosos ojitos que brillaban como una especie de cielo despejado, esa sonrisa similar a ese primer rayo de sol que calentaba tus mañanas y esas manos dulces que acariciaban en una constante suave, hormigueando en mi piel.

—No seas engreída. — Musité encogiéndome bajo las cobijas. — Yo no te miraba.

—Si, me mirabas. — Respondió en un tono juguetón, comenzando a mover los pies hasta lograr meterse bajo las sábanas. — Yo lo sentía. — Cuidadosamente sus manos tiraron de mi cintura para poder envolverme en un abrazo cálido y reparador, de esos que te juntaban los pedazos dispersos. — Y yo solo quería abrazarte con fuerza para protegerte del resto del mundo. — Fue casi inmediato que su rodilla se coló entre mientras sus manos perezosas vagaban por mi espalda desnuda. — Y ahora que puedo hacerlo, es algo que deseo hacer cada segundo de mi vida.

Mis dedos se enredaron entre sus cabellos, dejándome envolver por ese amor. — No podemos estar todo el día acostadas, tenemos una bebé que es hiperactiva y un cachorro que parece seguirle el amén. — De inmediato recibí un beso despreocupado. — Hay responsabilidades en la vida adulta.

—Aún tenemos unas cuantas horas. — Ella parecía estar jugando cada una de sus palabras. — Los chicos no llegan hasta pasado medio día.

—Pero...

Sus labios tomaron los míos de inmediato, silenciando cada una de mis quejas con esa escurridiza lengua bailando entre mis labios en un beso lento que se vivía con el alma. Podía sentir que ella estaba a punto de romper cualquier tipo de resistencia que el sentido común pudiese imponer, besando lento y acariciando de manera casi ínfima con la punta de sus dedos.

De pronto yo no estaba sobre mi costado, sino que estaba sobre mi espalda con esa rubia endemoniada posicionada entre mis piernas, presionando su miembro cubierto por la fina capa del bóxer que llevaba puesto esa misma mañana. Las grandes manos parecían abarcar la totalidad de mis muslos, acomodándolos con firmeza al costado de sus caderas, mientras su lengua presionaba con fuerza contra la mía.

Los besos salvajes dejaron de presionar mis labios para comenzar con una ruta conocida y demasiado ambiciosa para la tierna Kara, en donde esa lengua despreocupada jugaba descarada en mi cuello y esas manos traviesas desprendían esa prenda de ropa que no me permitía sentir su calor. Pronto, la camiseta había sido arrojada a algún lugar en conjunto con su ropa interior y la rubia maliciosa no hacía más que mecer sus caderas para estimular su rigidez contra mis labios.

—Te amo. — Musitó entre besos distraídos. — Te amo tanto, mi hermosa mujer.

—Yo no... — Cualquier cosa que quisiera decir quedó en el absoluto olvido cuando de una embestida ella me penetró.

La deuda de Los Luthor. - SupercorpWhere stories live. Discover now