Capítulo 46.

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Lena.

¿Alguna vez han sentido que el pasado es un monstruo gris que viene tras tus huesos? ¿Sientes que la oscuridad que te rodea hasta el punto de consumirte?

Eso es lo que sentía yo desde que recibí unas coordenadas para que me estacionara en un sitio eriazo, olvidado de la mano de Dios y donde claramente Kara no sospecharía jamás que estuviese; era casi imposible que alguien me encontrase por alguna extraña coincidencia de la vida. Había decidido lanzarme de cabeza hacia la boca del lobo, quizás directo a una muerte segura, todo por salvar a mis dos angelitos; ellas no merecían ser alcanzadas por una oscuridad que yo misma había desatado.

Mi teléfono vibró fuerte en el tablero del carro de Sam, quizás por una séptima u octava vez, iluminando la oscuridad con el nombre de Kara. Probablemente mi hermana ya le había dicho sobre mi intento kamikaze de rescatar a nuestras niñas.

Responderle quizás sería la última oportunidad de escucharla, de pedirle perdón o de decir cualquier cosa que pudiese darle algo de consuelo dentro de tanta angustia. Decidí deslizar el dedo para que de inmediato su voz apresurada llegase a través de la bocina.

¿Dónde diablos estás? — Definitivamente estaba furiosa y llena de temor. — Mejor no me respondas y enciende ese carro para venir de vuelta acá, Lena. — Sabía que no lo comprendería, que solo intentaría protegerme porque tenía temor de seguir perdiendo. — ¡No puedes ponerte en riesgo de esa manera, Lena! ¡Te prohíbo que te pongas en riesgo de esa manera!

—Te amo. — Suspiré quedamente. — Te amo mucho, señora. — Haciendo un guiño a ese apodo que tanto le hacía salir de sus casillas. — Creo que nunca te dije que desde que llegaste a cobrar esa deuda, como toda una idiota pomposa se me atoró el aire en la garganta y que en ese mismo instante comencé a sentir que el aire que nos rodeaba se electrificaba.

Lena. — La escuché musitar con la voz quebrada. — Corazón, por lo que más quieras, enciende ese carro y vuelve a casa, vuelve conmigo. — No podía explicarle, ni siquiera podía decirle todos esos sentimientos que seguían arremolinándose en mi interior y me rompían el alma. — Busquemos una solución, corazón, pero busquémosla juntas, algo que no implique ir de cabeza a... a...

—Sabes que no hay otra manera, amor. — Susurré completamente cansada de derramar lágrimas silenciosas y con el corazón destrozado. — Sabes que no se detendrá hasta tenerme y si no me consigue, dañará a Ruby y a Lutessa. — Me tragué un sollozo, esperando que al menos ella sintiera que estaba siendo fuerte por ambas. — No puedo permitir que haga eso, corazón, tengo que detenerlo porque fue mi culpa que pusiera los ojos sobre nuestras niñas.

¡No es tu culpa! ¡Nada de esto es tu culpa! — Kara lloraba como si fuese una niña perdida, alguien a quien habían separado de su madre. — ¡No puedes culparte por la locura de un enfermo!

—Tengo que traer a las niñas de vuelta, mi amor.

¿¡Pero a qué costo!? — Cada grito que profería a través de la bocina del teléfono, me hacía escuchar de fondo los crujidos de su corazón. — Por favor, Lena, yo... yo...

—¿Puedes decirle todas las noches que la amo? — Sabía que si no cortaba esa comunicación las fuerzas me flaquearían y no sería capaz de ir por mi hija. — Necesito que me prometas, que sin importar lo que pase hoy, le dirás a Lutessa que la amé desde el primer momento que supe de su existencia y que pese a todo el temor, yo la esperé con ansias; dile, por favor dile que el momento más hermoso de mi vida fue cuando escuché ese fuerte grito el día que nació.

Escuché como Kara sollozó. — ¿Por qué dices eso, corazón? — Lo sabía, ella lo sabía aunque se negara a aceptarlo. — No hables como si te estuvieras despidiendo.

La deuda de Los Luthor. - SupercorpDove le storie prendono vita. Scoprilo ora