Capítulo 34.

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Kara.

Inicios del quinto mes de Lutessa.

Lena me había dejado a cargo de la pequeña luego de haberle dado el biberón y haberme permitido dormirla. Para mi suerte, Lu solía ser bastante dócil cuando se trataba de mí, acomodándose suavemente contra mi pecho a la espera que la abrazara estrechamente; incluso, en algunas ocasiones se había negado a que Lena la acostase, gritando con fuerza mientras movía desesperadamente sus piececitos.

Esa pequeña era una luz dentro de tanta oscuridad. Ella solo sonreía de una manera abierta con los ojitos llenos de amor para luego volcarte la vida en un instante; me volvía deshuesada solo por escucharla balbucear con alegría por cualquier cosa pequeña, incluso si eso era solo darle un beso distraído en su mejilla.

—Deja de mirarla como si quisieras comértela. — La voz de Lena llegó suave desde mis espaldas, asemejando ese bálsamo para el escozor de las heridas. — Ella sigue siendo tu hija y nadie te la va a quitar. — Debía parecer una psicópata mirando a la pequeña mientras dormía su siesta. — Además, no se va a escapar, todavía no aprende a caminar. — Se estaba riendo de mí, la desgraciada se estaba riendo de mí, lo supe cuando me dio una sonrisa burlona y comenzó a caminar en dirección contraria. — Quien diría que gran Kara Zor-El está tomada por la boca por un bebé de apenas cinco meses.

Cuidadosamente me puse de pie, escurriéndome directamente entre la infinidad de juguetes que tenía regado la pequeña en esa habitación, logrando alcanzar el caminar de Lena Luthor apenas en un par de metros más allá. Mis manos cuidadosas se estiraron y alcanzaron las caderas de la pelinegra.

Ella se dejó arrastrar contra mi pecho. — No tienes que ser mala con la persona que dio la mitad de su ADN para crear a esa cosita. — Lena se dejó recargar sin razón alguna contra mí, sumisa y completamente tranquila. — Puedo manipular su pequeña mentecita para que sea igual de inquieta o tozuda que yo.

—Llegaste tarde. — Por primera vez encontré una sonrisa tierna que nacía naturalmente. — Su mentecita ya es demasiado similar a la tuya. — Casi como si fuese algo natural, mis labios aterrizaron cuidadosos en su hombro cubierto por un grueso sweater de lana. — ¿Cómo te fue?

—Bien. — Ella no había querido decirme a donde iba, y yo, por otra parte, no había querido entrometerme. — Logré hacer todo lo que quería hacer. — Me mataba la curiosidad, pero no podía inmiscuirme en su vida si en ese momento no éramos nada. — Pude ir a comprar algo para el almuerzo y le compré un nuevo peluche a Lutessa.

—¿No crees que tiene suficientes peluches? — Un atrevimiento raudo apareció, logrando poner un beso en su mejilla. — Y luego dicen que es mi culpa que esa enana es caprichosa.

—Eres la culpable de que ella sea una caprichosa. — Lena se giró entre mis brazos, enfrentando nuestros ojos esa lucha interminable que parecíamos tener desde esa intoxicación. — Te recuerdo que ella lloró como si la estuviese matando apenas conocerte, y que solo se quedó en silencio hasta que llegaste y la acunaste.

Por un pequeño momento ella se quedó completamente inmóvil, con mis manos en sus caderas y las suyas sobre mi pecho, respirando cuidadosamente el mismo aire, como si quisiera tentar a la suerte de mantener todos los impulsos bajo control. Quise decirle que se apartase, porque no tenía la fuerza para resistirme a esos labios pintados de rojo, pero no podía.

Desde esa noche en el baño todo había cambiado, desde ambas. Lena había lanzado abajo los muros que rodeaban su corazón y me aceptó cerca de ella, pese a que no habíamos vuelto y que no había una dinámica amorosa que surgía sin esa vergüenza reticente. Me había permitido acercarme, abrazarla y darle besos tiernos en la mejilla cuando la saludaba o le daba las buenas noches; hasta ahora, este momento en que esa jugarreta terminó por dejarme con los brazos apretados alrededor de su cuerpo.

La deuda de Los Luthor. - SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora