Capítulo 44.

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Hora dos luego de la desaparición de Ruby.

Kara.

—Amor. — Llamé cuidadosamente, tomando su muñeca para retirar el pulgar de entre sus dientes. — Deja de morderte las uñas. — Lena de inmediato me miró con dolor, como si todo esto que estaba pasando fuese su culpa. — Te harás daño, cielo.

Con calma aseguré a la niña sobre mi pecho y tiré de ella para poder abrazarla con fuerzas. Dejé que sus manos se movieran contra mi propio vientre y terminara por enredarse alrededor de mi cintura en un acto silencioso de búsqueda de refugio.

Miré alrededor, encontrándome con una escena similar desde el otro lado, en donde Alex abrazaba con fuera a la misma Sam, quien no hacía nada por evitar que los sollozos escaparan y terminaran un poco perdidos en la misma camisa de una mujer que estaba igual de rota que ella, solo que prefería soltar un par de lágrimas en silencio.

—¿Y si no podemos recuperarla? — La voz de Lena llegó suave desde mi pecho, pero completamente rota. — ¿Qué pasa si no puedo encontrarla, Kara? — Sus ojos llenos de dolor llegaron hasta mi alma y me hundieron en un deseo fuerte de querer arrebatar toda esa angustia. — Yo le prometí protegerla de él, y no pude, se la llevó...

Mis dedos se enredaron en su mejilla y antes de que pudiese seguir hablando posé un beso tierno, de esos que para mí, eran capaces de sanar el alma de una forma irremediable. La besé con delicadeza, aún sabiendo que en este momento pensar en amor era casi irrisorio; la besé porque sabía que no podía hacer nada por acallar ese dolor y que únicamente podía decirle con todas mis acciones que estaría ahí para ella, para lo que necesitara.

—No es tu culpa. — Susurré con la frente pegada a la de ella. — Esto nunca ha sido tu culpa, Lena, porque tu has sido una tía excepcional que le ha dado todo para que la desgracia no la alcance.

—Pero...

—La protegiste a costa de ti misma de ese desgraciado. — Mi mano libre recorría libremente su rostro en una caricia dulce. — Le has dado momentos felices, incluso cuando tenía mucho miedo por su madre. — En ese momento, la niña suspiró en mi hombro, así que Lena se volvió a recostar contra mi pecho, extendiendo la mano en la espalda de nuestra hija, dando una caricia calmadora que hasta a mi me lograba relajar. — La estás buscando, Lena. — Di un beso suave en su frente. — Estás aquí para ella y sé que no descansarás hasta encontrarla.

En ese momento, la puerta donde se supone que ese desgraciado saldría esposado y los investigadores con un lugar donde ir a buscar a la niña, pero eso no pasó así.

Él era un hombre grande, que tenía el estómago distendido, probablemente por los años en los que se había sumido en el alcohol; tenía un rostro duro y una pigmentación amarilla en la piel que competía con el rojo de algún conjunto de vasos que se habían reventado en algún punto de su vida. Él venía sonriendo y mirando a Sam como si estuviese mirando a un insecto al que acabas de ponerle el pie encima.

—¿Pero que...? — Escuché a Alex antes de que las dos hermanas Luthor se pusieran de pie.

Un oficial se interpuso entre una iracunda Lena y una catatónica Sam que iban en contra de él, quizás con el interés de golpearla.

—Se lo dije, oficial. — Su voz sonaba calma, casi relajada. — Estas locas tienen algo en mi contra, están obsesionadas conmigo. — Era un hijo de puta. — Me acusan sin pruebas y me involucran en estas cosas, cuando la última vez que nos vimos les dejé en claro no quería tener que ver con esa familia.

—¡Dile la verdad! — Sam gritaba rota. — ¡Dile que querías que mi hija te donara una porción de hígado porque te estás muriendo. — La niña entre mis brazos se removió inquieta, abriendo los ojitos con pesar. — ¡Dime donde está mi hija!

La deuda de Los Luthor. - SupercorpWhere stories live. Discover now