1. El hombre de negro

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Capítulo uno

Melissa

Ser prisionera en un burdel de mala muerte no era la mejor forma de pasar el invierno, mucho menos cuando estaba en las altas montañas de Italia.

El frío es mental.

Mentira.

No tenía tecnología, ni siquiera una ventana para ver el clima. Sin embargo, podía asegurar que estaba nevando. Juraría que estaba a punto de coger un catarro por solo llevar un baby doll con una fina capa de seda por encima.

La pared estaba hecha una mierda. Miré una pequeña abertura en ella. Quizás si escavaba un poco más conseguiría hacer un agujero lo suficientemente grande como para escapar antes de morir.

Suspiré indecisa.

Me tocaba estar una noche más aquí. No era opción huir de allí, al menos no ahora, de noche. No tenía dinero, ni un lugar donde refugiarme, tampoco sabría volver a la ciudad de noche, pues para salir de la cabaña debía atravesar el bosque.

Yacía sentada en el vanity, terminando de arreglarme contra voluntad. No quería verme bonita para depravados, menos, deseada. Pero si no lo hacía, lo que vendría después sería peor. Castigo tras castigo. Dolor tras dolor.

— ¡Es hora, Melissa! — golpeó estruendosamente la puerta. Me quedé quieta mirando el cristal con un tajo en medio. Me identificaba tanto en estos momentos — ¡Carajo! ¡Sal ya, perra!

Estaba desesperado, incluso, por su tono de voz, me atrevía a decir que drogado. Esto me hizo volver a la realidad. Le tenía miedo y no era para menos. Me levanté, alisé la tela y salí del dormitorio. Allí estaba mi dueño, apoyado en la pared mientras fumaba un cigarro de liar.

— Casi llega tu hora. A la próxima, no tardes o me harás enfadar, aunque te veo dispuesta... — su dedo bajó desde mi mandíbula hasta el contorno del pecho.

Sabía perfectamente lo que venía a continuación; tendría que actuar en la barra. Por cada actuación que estaba obligada a dar, me sentía un paso más cerca de la muerte: el cansancio me estaba consumiendo lenta y profundamente.

— Y no adelantes acontecimientos — añadió el hombre —. A mis clientes les gusta que las putas como tú se quiten poco a poco la ropa, no que vayan de primeras mostrando todo.

Me estaba regañando porque no había terminado de arreglarme, las fuerzas no me lo permitían. Quería rebatir, de verdad, pero no me veía con las fuerzas de ganar. Leggio no se veía feliz desde el primer momento y ahora tampoco era la excepción.

Sin esperar más, me agarró duro del antebrazo y me arrastró por la oscuridad del pasillo. Cuando me viese, tendría una marca, aunque a los perversos no les importaba ello; pensaban que era diversión. Me recibió las luces rojas y moradas, que le daban al club un toque sensual y asqueroso.

Cerré los ojos ante tal cambio de intensidad, mientras el dueño me daba un breve y brusco empujón hacia la tarima que hacía de escenario.

— Hazlo bien, ¿sí? — susurró en mi oído. Se me erizó la piel, pero no para bien. En su momento, pensé que era un idiota manipulador — ¿O te encanta vivir tus castigos? Siempre que te follo pienso que te gusta, que te satisface repetir, solo que eres una zorra terca.

No, no y no, ni en broma.

Mis ojos se cristalizaron y tuve que absorber la nariz. Seguidamente, maldije de nuevo a mis padres, los culpables de hallarme aquí; jamás les perdonaría por lo que me hicieron.

Quedé inmóvil, mirando a los presentes sentados como querían en unos sillones. Todos los ojos de los espectadores degenerados se ciñeron sobre mí y mi traje de lencería. No había tocado el tubo y ya estaban ansiosos porque me lo quitara, lo notaba en sus expresiones. Bailarles no me hacía sentir orgullosa, al contrario, me sentía sucia y decepcionada por cómo había acabado: sola y dañada por el Señor Leggio y sus clientes.

Caprichos ✔️ [LIBRO I]Where stories live. Discover now