20. La rubia despampanante

8.1K 388 84
                                    

Capítulo veinte

Por favor, lean el final para entender lo que Melissa dice antes de juzgar.

Melissa

Al segundo día en Rusia, mi cuerpo estaba demasiado cansado. El jet lag me había golpeado fuerte y la cena de ayer no había ayudado. Menos mal que mañana ya volvíamos a Italia e invernaría en mi lecho hasta pasadas horas.

Hoy, nada más despertar, había sentido un calorcito, el cual, se agradecía y no quería dejar atrás. Pero duró a mi desgracia. Cuando supe de dónde provenía esa fuente, hice mi mayor esfuerzo en apartarme; mis brazos estaban enrollados en el cuello de Aegan, mi cabeza apoyada en su torso y el resto de mi cuerpo prácticamente estaba sobre él. Sin embargo, Aegan no se quedaba atrás: agarraba mis nalgas con sus manos, acercándome hacia él lo más posible.

Por esto mismo me peleé ayer.

Cuando me enteré de que tendría que compartir cama con Aegan, me enfadé muchísimo e hice lo imposible para cambiarlo. Pero, mi jefe (que luego se queja de mi testarudez) se negó a cualquier cambio. Me parecía que lo había hecho aposta, el maldito.

Luego de reaccionar, di media vuelta como si nada hubiese ocurrido y seguí durmiendo hasta que la alarma sonase. Después de una hora y cuarto, me desperté definitivamente, pues tenía que trabajar. En verdad, si por mí fuese no lo haría, porque, a pesar de que mi cama era cómoda, estar en una suite se notaba. Giré mi cuerpo hacia el otro costado, esperando encontrarme a Aegan ahí. No obstante, escuché el ruido de la ducha.

El baño estaba ocupado, por lo que no podría hacer nada más que esperar. Mis pertenencias estaban en este, si no, iría al otro cuarto de baño. En mi periodo de espera, mirando al techo, me puse a recordar el suceso de esta mañana. Quizás el hecho de haber dormido abrazada al señor Mancini era una tontería, pero hacía que mi corazón latiese sin frenos.

No estaba bien.

Aegan tan solo quería ayudarme, como mucho jugar, y yo no estaba para ello.

La puerta se abrió y me incorporé rápidamente. Me arrepentí al instante.

- ¡Señor Mancini! - chillé y me cubrió los ojos con las sábanas.

- Pensaba que dormirías más y tendría que besarte para que despertaras. Qué pena que ya te hayas levantado - se lamentó burlesco. Últimamente tengo el sueño pesado.

- ¿Podría taparse, por favor? - rogué. En mi cara se había formado pequeñas islas rojas.

- ¡Venga ya, Mel! ¿De verdad piensas que soy tan ignorante? Sé que quieres verme así y probarme.

El señor Mancini había dejado sus comentarios obscenos hacia mí. Incluso anoche, después de la cena, se había mantenido en silencio, como si estuviese pensativo. Claro, era mucho tiempo para él.

Pero, volviendo al tema, Aegan tenía razón. Muy en el fondo, una chispa en mí se sentía. Anhelaba probarlo. Deseaba saber cómo se sentiría dentro de mí, en mi boca.

Yo no podía.

De tan solo pensarlo, tenía una bola de fuego en mi abdomen bajo.

- ¿Quieres tocarlo? - ni siquiera me di cuenta en qué momento se había caído la sábana y lo tenía delante de mí. Aegan acariciaba la punta de su miembro, mientras se ponía más duro y palpitante.

¿Es que no salía de la ducha? ¿El agua no le había servido?

- Tápase, por favor - pedí. Antes mi dignidad que mi deseo.

Caprichos ✔️ [LIBRO I]Where stories live. Discover now