21. Porque lo anhelaba

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Capítulo veintiuno

Melissa

Me desperté abruptamente del sueño que pensaba que estaba viviendo. Este se había visto interrumpido por una conexión con la realidad. Parece ser que, a pesar de dormir, las caricias que sentía en la cintura me hicieron reaccionar y volver al ahora.

Nada más abrir los ojos, el dolor de cabeza me invadió. Tenía una resaca de los mil demonios, la cual, dudaba que se fuera a ir con mucha hidratación o alguna pastilla. Sin embargo, este factor no me detuvo a pensar con la mente fría: Aegan y yo habíamos mantenido relaciones sexuales; ambos estábamos desnudos al lado del otro. Mierda.

Con pesadez, me atreví a mirar cómo era que el señor Mancini dormía plácidamente a mi lado. Se veía lindo, pacífico... y con un bulto en su zona genital que se traspasaba con la sábana. No había otra manera de ponerme más incómoda, ¿por qué debía levantarse contento? Joder.

No pude parar de maldecir.

Antes de que el hombre a mi lado despertase, hui al único lugar factible: el baño. Rápidamente me deshice de las sábanas, me deslicé hasta la ducha y prendí la regadera. No tenía la fuerza suficiente, por lo que terminé sentada en el suelo congelado.

Mientras el agua caía sobre mi cuerpo, trataba de que sus huellas se borrasen de mi piel. Esto no había estado bien; así que, lo mejor era olvidarlo. Pero me resultaba casi imposible. Los recuerdos de la noche anterior se habían colado y solo podía reproducir cada detalle. Había sentido el verdadero placer que desde la adolescencia había querido sentir, tan diferente a lo anterior.

Fue así porque lo deseaba.

Porque lo quería. Porque lo anhelaba.

No me arrepentía del todo. No obstante, sí había una parte de mí que lo hacía, pues siempre había soñado con estar en todos mis sentidos; acordarme hasta del mínimo detalle y amar a esa persona.

Por Dios, había tenido sexo con un mafioso. No volvería a dejarme llevar por mi lado lujurioso. No volvería a caer en el juego de Aegan. Él ya había obtenido lo que se había propuesto desde el segundo cero, desde que me vio en el tubo del club.

¿Dónde había quedado la Melissa Hawkins que estaba dispuesta a no aceptar ningún hombre? ¿Era en el pasado, en mi cuidad?

Sollozos se mezclaron con el agua. Esto no me detuvo a continuar enjabonándome, pues, aunque pronto sería primavera, en Moscú seguía haciendo un frío que pelaba. Cuando estuve lista, recé en todos los idiomas para que el señor Mancini no se hubiese levantado aún.

Spoiler: no sirvió de nada.

Aegan se situaba sobre su lado de la cama con el móvil en las manos y con su bóxer puesto. ¿Se acordaría de nuestra noche lascivia?

- Buenos días, señor Mancini - saludé por cortesía. Por el día de hoy le aplicaría la ley del hielo, luego haría como si nada. Suspiré cuando no obtuve respuesta por su parte. Estaba de mal humor.

Escogí lo primero del vestidor que vi, ya que no quería estar tanto tiempo desnuda frente a él. Al momento de agarrar los zapatos, recibí un pinchazo en la entrepierna. El dolor me estaba matando, me escocía... aunque había sentido cosas peores.

Me atavié con una sudadera calentísima y unas mayas. Iba cómoda porque para volver lo necesitaría. Ya estaba lista para subirme al avión y volver a casa de Aegan.

En este punto la cabeza me estaba rabiando, por lo que agarré el teléfono y pedí dos pastillas junto a un par de botellas de agua. Un señor del servicio no tardó en llegar. Le di a Aegan lo suyo y ambos no lo tomamos en silencio.

- Tenemos que irnos - anunció cortante.

- Ya estoy preparada - dije de la misma forma.

Esta vez, el recuerdo previo a la noche fantástica se me hizo presente. No me acordaba hasta ahora de sus palabras hirientes. Joder, ¿cómo había sido capaz de acostarme después de lo que me había dicho? El enojo invadió todo mi sistema.

Nos fuimos del hotel directos al aeropuerto. Una hora después el avión estaba dejando atrás tierra rusa y nuestros momentos juntos.

- Ven aquí, Hawkins ­- ordenó Aegan a mitad del vuelo. A regañadientes acepté y me senté enfrente suyo.

- ¿Qué necesita, señor Mancini?

- No me ignore más tiempo - ¿perdona? ¿Quién había comenzado? -. Lo que pasó no tuvo que suceder, pero ya no hay vuelta atrás; así que, la quiero aquí conmigo, enfrente, como anteriormente. Vamos a seguir trabajando, que haya follado con usted no influye en ello - espetó, fulminándome con la mirada.

- Tengo mis razones para estar incómoda, empezando por su actitud y sus comentarios despectivos hacia mí. Además, sé que realmente no me quiere a su lado, solo estoy entrometiéndome.

- ¿De qué cojones me hablas?

- ¿Acaso ibas tan ebrio como para no acortarte? ¿No recuerdas a la golfa esa rubia? En verdad, me da igual la respuesta. No te quiero cerca de mí, al igual que tú. Cuando haya ganado suficiente, te devolveré el dinero y me iré. Seré libre.

- No lo hice con mala intención. La mente se me nubló. No estoy muy acostumbrado a...

- No se excuse, señor Mancini - me relajé y volví a mi postura -. No sirve de nada, más bien, lo normal sería disculparse.

- Yo...

- Pero de corazón - le corté -. No haga el esfuerzo, señor Mancini. ¿Qué es lo que tengo que hacer hoy? - retorné al tema principal, el trabajo.

Luego de revisar documentos y poner al día la agenda de mi jefe, tocamos Italia. Ese olor característico invadió mis fosas nasales. Por fin en casa. Como aquí, en ningún sitio.

Recogimos las maletas y nos subimos al auto donde Freddy iba manejando. Cuando llegué a casa de Aegan, nos bajamos y el conductor se fue a hacer unos recados.

- Aegan - alguien lo llamó por la espalda. Los dos nos giramos -. Pensaba que llegarías más tarde.

Era una mujer pelirroja, delgada y destacaba por ciertos atributos. Desde el primer vistazo, no me calló bien, pero si pertenecía a la vida de Aegan, yo no podía hacer nada. Volví a recordar lo de anoche y me sentí estúpida. El señor Mancini era un auténtico mentiroso y sin vergüenza; se había metido conmigo teniendo novia.

Di media vuelta y entré a la mansión, dejando atrás a mi jefe.


Caprichos ✔️ [LIBRO I]Where stories live. Discover now