23. ¿La cita?

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Capítulo veintitrés

Melissa

Pasó una semana desde que la antigua secretaria del señor Mancini apareció por su casa. Una semana desde que todo se había vuelto más rosa. Aegan comenzaba a ser más amable conmigo y su humor también había cambiado. Ambos reíamos juntos.

Ahora me gustaban las tardes de después del trabajo. Si bien solíamos hablar de estupideces, una de las noches vimos una película en el cine de la casa. Aunque, eso sí, en el trabajo, conmigo y con todos los demás, él seguía siendo una bestia; un Diablo temible por todo el mundo.

No amaba mi situación ni tampoco a Aegan, creía que jamás me acostumbraría. Sin embargo, no me disgustaba, tal vez lo quería, al menos en el muy fondo del corazón. Pero sí tenía una cosa muy clara, si seguía con su comportamiento, al final si empezaría a quererlo de verdad, sin poder ocultarlo.

- Melissa, deja todo a un lado y hazte tiempo para comer con tu querido y hermoso jefe - irrumpió Aegan en mi acogedor espacio.

- Lo siento, señor, pero tengo trabajo y...

- No, no y no. Yo soy el jefe, por lo que yo mando. Así que, deja todo ahí encima y vámonos - me interrumpió.

- Entonces, dame cinco minutos para prepararme - pedí.

- Antes de irte, dime, ¿quieres ir a algún restaurante en especial? - curioseó.

- ¿Quizás italiano? - hice una mueca, intentando decidir.

- Comida italiana será - afirmó y se marchó por donde vino.

Suspiré, echando la espalda hacia atrás, pero entonces, algo llegó a mi cabeza.

«¿Esto era una... cita?»

Por mucho que lo deseaba y pensaba en aquello, Aegan Mancini nunca había estado en una relación y ¿por qué lo estaría conmigo?

(...)

El chófer paró el auto frente a un edificio grande y lujoso. Suponía que ahí estaba el restaurante.

En el coche había discutido con Aegan, quien se encontraba sentado a mi costado. Por más que estuviéramos en Italia y en cualquier lugar podríamos encontrar buena comida, Aegan tuvo el descaro de reservar en Roma, por lo que tuve que estar dos horas sentada y sin hacer nada más que contemplar el campo a través del cristal de la ventanilla.

El señor Mancini me abrió la puerta del edificio, invitándome a entrar. Lo hice y caminé unos pasos más junto a Aegan detrás de mí, sintiendo el calor que irradiaba su cuerpo. La señora de detrás de una especie de mesa, nos incito a entrar a la zona del comedor. La mujer nos dirigía hacia el ascensor, pues Aegan había reservado en la zona VIP.

- Aquí es, señores Mancini - anunció la camarera y se marchó.

El sonrojo al tener su apellido en mí se apoderó, pero no quise comentar absolutamente nada. Era mejor dejarlo estar.

Mi jefe -que no lo parecía mucho-, se acercó a una silla y la abrió, dejándome un espacio para sentarme. No dudé en hacerlo y el hombre, después, volvió  moverme de manera que quedé dentro de la mesa. Esto era cómodo, igual que el ambiente.

Miré a mi alrededor, contemplando el magnífico lugar donde estaba. No obstante, mi mirada se quedó quieta sobre el enorme cristal que tenía a la derecha. Las vistas hacia el coliseo romano agradaban todo. Una sonrisa apareció en mi rostro, pues, a pesar de que vivía en Italia, era la primera vez que pisaba Roma.

- ¿Te gusta? - inquirió, sonriéndome de verdad.

Sus dientes con el color perfecto, el blanco, se mostraban con la sonrisa. Sus hoyuelos salían y sus labios, por más estirados que estuvieran, su grosor seguía ahí.

Caprichos ✔️ [LIBRO I]Where stories live. Discover now