14. Repugnante sorpresa

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Capítulo catorce

Aegan

La luz del gran ventanal había desaparecido hace bastante tiempo atrás. Todo el edificio estaba en silencio; solo se escuchaba el golpecito de las teclas del ordenador. Hacía varios días que se me había hecho costumbre trabajar hasta altas horas de la madrugada sin ninguna compañía. Hoy ocurría lo mismo.

Por fin había conseguido despejar tiempo de mi agenda para hacer lo que Jessica había estado hablando conmigo: buscarle un psicólogo a Melissa. A mi parecer, lo veía bien si ella fuera capaz de mantener el pico cerrado sobre mi vida. Eso rezaba. Y aunque nunca había pisado un psicólogo, pues mi padre tenía una manía muy rara de hacer superar acontecimientos, mi hermana me había estado presionando.

Ya todos saben. Jess es muy insistente e irritante, al final, para mantenerla callada, aceptas. Después de comerme la oreja, por fin comprendí que Melissa lo necesitaba para superar aquella mierda que le estuviese atormentando.

Se me hacía muy raro que yo, Aegan Mancini, el Diablo, estuviese ayudando a una mujer enfrentar su sufrimiento. Cuando, al contrario de mí, amaba con todo mi ser ese sentimiento.

- ¡Qué complicado! - exclamé cansado. Suspiré.

Buscaba a alguien que me transmitiese confianza, pero, aun así, debía advertirle a Melissa sobre abrir demasiado la boca o sería peligroso para ambos.

El tiempo pasó como años, demasiado lento. Cuando el reloj marcó la 1.00am, ya había encontrado a la persona indicada. Anoté su número en un papel y lo guardé en el bolsillo del pantalón, así, llamaría mañana a la hora del desayuno.

A continuación, anduve hasta el coche, el cual, tendría que conducir como persona independiente. Me encantaban esos días donde yo podía manejar a mi antojo y quitar estrés sin necesidad de matar. Cerré los ojos, descansé la cabeza sobre el volante y apoyé mis brazos en posición que no me diese la luz.

Para cuando los abrí, me di cuenta que eran la 1.34am, ¿me había quedado dormido?

Decidí que ya era buena hora de encender el coche e irme a descansar a mi cama. Mientras iba manejando, me di cuenta que había ciertos puntos demasiado oscuros. Quizás era buena idea invertir en ello, claro, solo en zonas donde no me molestase con las entregas de droga.

Entré pisón y pisón, llegué a casa más rápido de lo normal. Aparte, el tráfico era escaso, por no decir que nulo.

Abrí la puerta principal; la luz de la sala estaba encendida, por lo que caminé hasta allí. Todo estaba en silencio, pensé que Melissa o mi hermana estarían dormidas en el sofá, pero no había nada. Extrañado, apagué y subí por las escaleras. En el camino, me detuve a ver un trozo de tela que había en un escalón. Era una camiseta.

¿Cómo había llegado eso ahí? Ya.

Si Mitchell había traído a alguna de sus putas, juraba que la asesinaría y mandaba a mi hermano a La Isla.

Subí encabritado a la última planta y entré al dormitorio de Mitchell sin llamar. Parpadeé varias veces, perplejo a lo que veía. Mitchell junto a una castaña. Melissa de espaldas a mí mientras mi hermano le comía el cuello.

- ¿Qué estáis haciendo? - grité desde mi posición. Mis pies se habían quedado congelados en el sitio y parecía que no los podía mover - Eres una gran zorra, Melissa. Ahora entiendo a Leggio. Te presto mi casa y así lo pagas, follando con mi hermano.

Sentía furia hacia ambos. La situación estaba a punto de sobrepasarme e iba a explotar de un segundo para otro. Mitchell reaccionó, pero se quedó quieto.

Caprichos ✔️ [LIBRO I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora